December 18th, 2025
Tres verdades de la llegada del rey
Por: Edgar J. Nazario | Tiempo de lectura 10-15 minutos

Las tarjetas navideñas mienten. Muestran establos limpios, animales tranquilos y una familia sonriente bajo estrellas brillantes. Todo parece tan ordenado, tan perfecto, tan... irreal. La verdad histórica del nacimiento de Jesús fue completamente diferente.
Imagina por un momento recibir la noticia más importante de tu vida mientras todo a tu alrededor se derrumba. El gobierno te oprime, las autoridades religiosas se han corrompido, y tu situación personal parece un callejón sin salida. Así exactamente llegó el Salvador del mundo: en medio del caos más absoluto.
Jesús nació aproximadamente en el año 6 antes de Cristo, bajo el reinado de Herodes el Grande. Este hombre era conocido por dos cosas: construir edificios impresionantes y asesinar a cualquiera que amenazara su poder. Llegó a matar a su propia esposa, tres de sus hijos y su suegra por pura paranoia. El emperador romano Augusto bromeó diciendo que era «más seguro ser el cerdo de Herodes que su hijo», porque al menos al cerdo no lo comía por tradición judía.
Ese era el mundo al que llegó el Rey de reyes. No un mundo de paz navideña, sino uno de violencia, opresión y desesperanza. Y precisamente ahí está la buena noticia: Dios no esperó condiciones perfectas para cumplir sus promesas. Mateo capítulos 1 y 2 revelan tres verdades poderosas sobre cómo actúa nuestro Dios, verdades que pueden transformar la manera en que enfrentamos nuestras propias crisis.
1. Dios cumple Su promesa en medio de la crisis
Existe una mentira que muchos creyentes han aceptado sin darse cuenta: la idea de que Dios solo puede obrar cuando todo está bajo control. Primero arreglo mis finanzas, después busco a Dios. Primero soluciono mi matrimonio, después me acerco a Él. Primero pongo mi vida en orden, y entonces sí, Dios podrá usarme. Esta mentalidad contradice completamente lo que vemos en las Escrituras.
La historia de José y María comenzó con una situación que no tenía nada de tranquila. Como leemos en Mateo 1:18: «Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo». Para entender la gravedad de esto, hay que comprender que el desposorio judío era mucho más serio que un noviazgo moderno. Era un contrato legal que solo podía romperse mediante divorcio formal.
María aparece embarazada antes de casarse. Bajo la Ley de Moisés, esto se consideraba adulterio, y el castigo podía ser la muerte. No era simplemente un chisme de barrio o una vergüenza social. La vida de esta joven estaba en peligro real. José, descrito como hombre justo, enfrentaba un dilema imposible: quería obedecer la ley, pero también deseaba mostrar misericordia.
Es como cuando el mecánico te dice que la reparación costará más que el valor del auto. No hay opción buena. Solo opciones malas y peores. José decidió dejarla en secreto, intentando protegerla de la humillación pública. Humanamente, no existía solución. El problema parecía un nudo imposible de desatar.
Pero justamente en ese punto de mayor desesperanza, Dios entra en escena. Como leemos en Mateo 1:20: «He aquí un ángel del Señor le apareció en sueños». La palabra griega indica que Dios tomó la iniciativa completamente. José no buscó al ángel mediante ayuno ni oración especial. Dios vino a buscarlo en medio de su crisis, sin ser invitado.
El mensaje del ángel contenía tres elementos poderosos. Primero, le recordó su identidad: «José, hijo de David». Las promesas antiguas seguían vigentes. Segundo, le quitó el miedo: «no temas recibir a María tu mujer». Y tercero, le reveló el propósito: «llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».
Fíjate que el ángel no prometió salvación de los romanos, de la pobreza ni de Herodes. El problema más grande del ser humano no es político ni económico. Es el pecado que nos separa de Dios. Por eso necesitamos un Salvador, no simplemente un líder político o un maestro de moral. Mateo cita la profecía de Isaías dada 700 años antes: le pondrán por nombre «Emanuel», que significa «Dios con nosotros».
Quizás ahora mismo estás enfrentando una situación que parece no tener salida. Un diagnóstico médico aterrador, la pérdida de empleo, un hijo que tomó malas decisiones, un matrimonio que se desmorona. La historia del nacimiento de Jesús declara con fuerza que precisamente en ese caos, Emanuel se hace presente. Dios no pide que arregles todo primero. Él baja al barro, al problema, a la crisis, para estar contigo exactamente donde estás.
Si la presencia de Dios en la crisis es el fundamento de nuestra esperanza, entonces la siguiente pregunta resulta inevitable: ¿cómo podemos conocer realmente a este Dios que se acerca? ¿Dependemos de señales en el cielo, de sueños misteriosos, de experiencias sobrenaturales?
2. Dios revela al Rey por medio de Su Palabra
Vivimos en una época obsesionada con lo sobrenatural. Abundan los libros sobre ángeles, las películas sobre profecías y los testimonios de experiencias místicas. Mucha gente busca a Dios a través de señales, sueños o sensaciones especiales. Pero la historia de los magos nos enseña algo sorprendente sobre cómo Dios realmente se revela.
Unos sabios llegaron del oriente a Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?» Habían visto su estrella y venían a adorarle. Herodes, al escuchar esto, entró en pánico. El texto dice que «se turbó», una palabra que describe agitación profunda. Su trono se sentía amenazado por un Rey legítimo.
Lo más impactante no es la maldad de Herodes, sino la actitud de los líderes religiosos. El rey llamó a los principales sacerdotes y escribas, los teólogos expertos de la época, y les preguntó dónde debía nacer el Cristo. La respuesta salió de sus labios al instante, citando al profeta Miqueas: «En Belén de Judea». Como leemos en Mateo 2:6: «Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel».
Estos hombres tenían la información perfecta. Podían dar una clase de seminario sobre las profecías mesiánicas. Sabían el lugar exacto, los detalles específicos, las escrituras relevantes. Su teología era impecable. Y aquí viene lo que rompe el corazón: ellos no fueron a ver a Jesús.
Belén está a solo ocho kilómetros de Jerusalén. Caminando despacio, se llega en dos horas. Los magos viajaron cientos de kilómetros durante semanas desde tierras lejanas. Los expertos religiosos estaban a un paseo de distancia y no movieron ni un dedo. Sabían la Biblia de memoria, pero no les importaba el Dios de la Biblia. Conocían el «dónde», pero no les interesaba el «Quién».
Es como el nutricionista que conoce cada vitamina, cada mineral, cada caloría de los alimentos, pero está muriendo de desnutrición porque nunca come. Tiene el menú completo en las manos, puede explicar cada ingrediente, pero se niega a sentarse a la mesa. Los escribas tenían el banquete de las Escrituras frente a ellos y decidieron quedarse con hambre espiritual.
La estrella llamó la atención de los magos, pero fue la Escritura la que les dio dirección precisa. Las señales pueden despertar curiosidad, pero solo la Palabra de Dios proporciona el camino certero. Como dijo Jesús mismo en Juan 5:39: «Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí».
Este pasaje funciona como espejo para cada creyente. Es posible asistir a la iglesia cada domingo, cantar las canciones con entusiasmo, conocer los versículos de memoria, y estar tan lejos de Dios como aquellos escribas. Conocer la Biblia sin obedecerla endurece el corazón. La información sin relación personal no salva a nadie. Como advirtió Jesús en Mateo 15:8: «Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí».
Hemos visto la hostilidad de Herodes y la indiferencia helada de los religiosos. Pareciera que nadie «calificado» quería recibir al Rey. Entonces surge una pregunta que quizás alguien se está haciendo: si los expertos fallaron tan miserablemente, ¿qué esperanza hay para personas comunes como nosotros?
3. Dios atrae adoradores por Su gracia
Aquí viene la mejor parte de toda esta historia. Los que parecían «calificados» se quedaron fuera, mientras que los «descalificados» entraron a adorar. Esta verdad debería llenar de esperanza a cualquiera que se sienta insuficiente para acercarse a Dios.
Los magos eran gentiles, extranjeros que venían del oriente. Probablemente tenían trasfondo en astrología o ciencias de la época. No poseían el Antiguo Testamento completo. No crecieron asistiendo al templo ni en familias judías piadosas. Eran lo que hoy llamaríamos «gente del mundo», sin credenciales religiosas que presentar.
Sin embargo, Dios en su inmensa gracia les dio luz suficiente para buscar y fe suficiente para encontrar. Él tomó la iniciativa de llamarlos desde tierras lejanas. Esto revela algo fundamental: la salvación no depende de lo que sabemos, sino de la gracia de Dios que nos atrae. Como declaró Jesús en Juan 6:44: «Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere».
Cuando finalmente llegaron y la estrella se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño, el texto describe su reacción con palabras que desbordan emoción: «se regocijaron con muy grande gozo». No fue una sonrisa educada ni un asentimiento cortés. Fue alegría explosiva, el gozo de quien encuentra el tesoro que buscaba toda la vida.
Lo que hicieron al entrar resulta aún más impactante. Como leemos en Mateo 2:11: «Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron». La palabra «postrarse» significa tirarse al suelo, poner el rostro en la tierra en señal de sumisión total. Imagina la escena: hombres sabios, probablemente ricos e influyentes, tirados en el piso frente a un bebé pobre en una casa humilde de una aldea pequeña.
No les importó que pareciera un niño común. No les molestó la sencillez del entorno. Reconocieron su autoridad y divinidad más allá de las apariencias. Y no solo se postraron, sino que abrieron sus tesoros y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Cada regalo hablaba proféticamente: oro para el Rey, incienso para reconocer su divinidad, y mirra anticipando que este Niño había nacido para morir por nosotros.
Un detalle final muestra que su fe era genuina: Dios les avisó en sueños que no volvieran donde Herodes, y ellos obedecieron inmediatamente, regresando por otro camino. La fe verdadera siempre produce obediencia. No es solo emoción ni conocimiento; es rendición completa que se traduce en acciones concretas.
Esta escena se repite en las iglesias de toda América Latina cada semana. A veces los que llevan décadas en la fe, los que conocen todos los himnos y pueden citar docenas de versículos, están sentados atrás mirando el reloj, criticando detalles sin importancia, aburridos de lo sagrado. Y de repente entra alguien nuevo, quizás con un pasado difícil, sin conocer la liturgia ni saber cuándo pararse o sentarse. Pero cuando comienza la alabanza, esa persona se quiebra en adoración genuina con una pasión que deja mudos a todos.
Conclusión: una decisión inevitable
Tres verdades poderosas emergen de la llegada del Rey Jesús. Primero, Dios cumple sus promesas en medio de la crisis, no a pesar de ella. Él es Emanuel, Dios con nosotros, especialmente cuando la vida parece un desorden sin salida. Segundo, Dios se revela principalmente por medio de su Palabra, no mediante señales espectaculares ni experiencias místicas. Y tercero, Dios atrae adoradores por pura gracia, llamando a los lejanos para que se postren y le ofrezcan lo mejor.
Estas verdades colocan a cada persona frente a una decisión. En esta historia aparecen tres tipos de respuestas: Herodes, que resistió activamente a Jesús porque amenazaba su control; los líderes religiosos, que lo ignoraron con indiferencia fatal aunque tenían todo el conocimiento; y los magos, que lo adoraron rindiéndole todo lo que tenían.
No existe una cuarta opción. Neutralidad frente a Jesús es simplemente otra forma de rechazo. Cada persona que lee estas palabras ya está respondiendo de alguna manera. La pregunta no es si responderás, sino cómo lo harás.
Si la vida se siente como un caos sin esperanza, recuerda que Emanuel vino precisamente a ese tipo de situaciones. Si el conocimiento bíblico se ha vuelto rutina fría, pídele a Dios un corazón sensible que no solo sepa de Él, sino que corra a encontrarse con Él. Y si la voz interior dice que no calificas para acercarte, recuerda que los magos tampoco calificaban según los estándares religiosos, pero la gracia los atrajo de todos modos.
El Rey ya llegó. La invitación a adorarle sigue abierta. Y la gracia que llamó a extranjeros desde tierras lejanas continúa llamando hoy a todo aquel que quiera postrarse ante Él y ofrecerle los tesoros de su vida.
Imagina por un momento recibir la noticia más importante de tu vida mientras todo a tu alrededor se derrumba. El gobierno te oprime, las autoridades religiosas se han corrompido, y tu situación personal parece un callejón sin salida. Así exactamente llegó el Salvador del mundo: en medio del caos más absoluto.
Jesús nació aproximadamente en el año 6 antes de Cristo, bajo el reinado de Herodes el Grande. Este hombre era conocido por dos cosas: construir edificios impresionantes y asesinar a cualquiera que amenazara su poder. Llegó a matar a su propia esposa, tres de sus hijos y su suegra por pura paranoia. El emperador romano Augusto bromeó diciendo que era «más seguro ser el cerdo de Herodes que su hijo», porque al menos al cerdo no lo comía por tradición judía.
Ese era el mundo al que llegó el Rey de reyes. No un mundo de paz navideña, sino uno de violencia, opresión y desesperanza. Y precisamente ahí está la buena noticia: Dios no esperó condiciones perfectas para cumplir sus promesas. Mateo capítulos 1 y 2 revelan tres verdades poderosas sobre cómo actúa nuestro Dios, verdades que pueden transformar la manera en que enfrentamos nuestras propias crisis.
1. Dios cumple Su promesa en medio de la crisis
Existe una mentira que muchos creyentes han aceptado sin darse cuenta: la idea de que Dios solo puede obrar cuando todo está bajo control. Primero arreglo mis finanzas, después busco a Dios. Primero soluciono mi matrimonio, después me acerco a Él. Primero pongo mi vida en orden, y entonces sí, Dios podrá usarme. Esta mentalidad contradice completamente lo que vemos en las Escrituras.
La historia de José y María comenzó con una situación que no tenía nada de tranquila. Como leemos en Mateo 1:18: «Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo». Para entender la gravedad de esto, hay que comprender que el desposorio judío era mucho más serio que un noviazgo moderno. Era un contrato legal que solo podía romperse mediante divorcio formal.
María aparece embarazada antes de casarse. Bajo la Ley de Moisés, esto se consideraba adulterio, y el castigo podía ser la muerte. No era simplemente un chisme de barrio o una vergüenza social. La vida de esta joven estaba en peligro real. José, descrito como hombre justo, enfrentaba un dilema imposible: quería obedecer la ley, pero también deseaba mostrar misericordia.
Es como cuando el mecánico te dice que la reparación costará más que el valor del auto. No hay opción buena. Solo opciones malas y peores. José decidió dejarla en secreto, intentando protegerla de la humillación pública. Humanamente, no existía solución. El problema parecía un nudo imposible de desatar.
Pero justamente en ese punto de mayor desesperanza, Dios entra en escena. Como leemos en Mateo 1:20: «He aquí un ángel del Señor le apareció en sueños». La palabra griega indica que Dios tomó la iniciativa completamente. José no buscó al ángel mediante ayuno ni oración especial. Dios vino a buscarlo en medio de su crisis, sin ser invitado.
El mensaje del ángel contenía tres elementos poderosos. Primero, le recordó su identidad: «José, hijo de David». Las promesas antiguas seguían vigentes. Segundo, le quitó el miedo: «no temas recibir a María tu mujer». Y tercero, le reveló el propósito: «llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».
Fíjate que el ángel no prometió salvación de los romanos, de la pobreza ni de Herodes. El problema más grande del ser humano no es político ni económico. Es el pecado que nos separa de Dios. Por eso necesitamos un Salvador, no simplemente un líder político o un maestro de moral. Mateo cita la profecía de Isaías dada 700 años antes: le pondrán por nombre «Emanuel», que significa «Dios con nosotros».
Quizás ahora mismo estás enfrentando una situación que parece no tener salida. Un diagnóstico médico aterrador, la pérdida de empleo, un hijo que tomó malas decisiones, un matrimonio que se desmorona. La historia del nacimiento de Jesús declara con fuerza que precisamente en ese caos, Emanuel se hace presente. Dios no pide que arregles todo primero. Él baja al barro, al problema, a la crisis, para estar contigo exactamente donde estás.
Si la presencia de Dios en la crisis es el fundamento de nuestra esperanza, entonces la siguiente pregunta resulta inevitable: ¿cómo podemos conocer realmente a este Dios que se acerca? ¿Dependemos de señales en el cielo, de sueños misteriosos, de experiencias sobrenaturales?
2. Dios revela al Rey por medio de Su Palabra
Vivimos en una época obsesionada con lo sobrenatural. Abundan los libros sobre ángeles, las películas sobre profecías y los testimonios de experiencias místicas. Mucha gente busca a Dios a través de señales, sueños o sensaciones especiales. Pero la historia de los magos nos enseña algo sorprendente sobre cómo Dios realmente se revela.
Unos sabios llegaron del oriente a Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?» Habían visto su estrella y venían a adorarle. Herodes, al escuchar esto, entró en pánico. El texto dice que «se turbó», una palabra que describe agitación profunda. Su trono se sentía amenazado por un Rey legítimo.
Lo más impactante no es la maldad de Herodes, sino la actitud de los líderes religiosos. El rey llamó a los principales sacerdotes y escribas, los teólogos expertos de la época, y les preguntó dónde debía nacer el Cristo. La respuesta salió de sus labios al instante, citando al profeta Miqueas: «En Belén de Judea». Como leemos en Mateo 2:6: «Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel».
Estos hombres tenían la información perfecta. Podían dar una clase de seminario sobre las profecías mesiánicas. Sabían el lugar exacto, los detalles específicos, las escrituras relevantes. Su teología era impecable. Y aquí viene lo que rompe el corazón: ellos no fueron a ver a Jesús.
Belén está a solo ocho kilómetros de Jerusalén. Caminando despacio, se llega en dos horas. Los magos viajaron cientos de kilómetros durante semanas desde tierras lejanas. Los expertos religiosos estaban a un paseo de distancia y no movieron ni un dedo. Sabían la Biblia de memoria, pero no les importaba el Dios de la Biblia. Conocían el «dónde», pero no les interesaba el «Quién».
Es como el nutricionista que conoce cada vitamina, cada mineral, cada caloría de los alimentos, pero está muriendo de desnutrición porque nunca come. Tiene el menú completo en las manos, puede explicar cada ingrediente, pero se niega a sentarse a la mesa. Los escribas tenían el banquete de las Escrituras frente a ellos y decidieron quedarse con hambre espiritual.
La estrella llamó la atención de los magos, pero fue la Escritura la que les dio dirección precisa. Las señales pueden despertar curiosidad, pero solo la Palabra de Dios proporciona el camino certero. Como dijo Jesús mismo en Juan 5:39: «Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí».
Este pasaje funciona como espejo para cada creyente. Es posible asistir a la iglesia cada domingo, cantar las canciones con entusiasmo, conocer los versículos de memoria, y estar tan lejos de Dios como aquellos escribas. Conocer la Biblia sin obedecerla endurece el corazón. La información sin relación personal no salva a nadie. Como advirtió Jesús en Mateo 15:8: «Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí».
Hemos visto la hostilidad de Herodes y la indiferencia helada de los religiosos. Pareciera que nadie «calificado» quería recibir al Rey. Entonces surge una pregunta que quizás alguien se está haciendo: si los expertos fallaron tan miserablemente, ¿qué esperanza hay para personas comunes como nosotros?
3. Dios atrae adoradores por Su gracia
Aquí viene la mejor parte de toda esta historia. Los que parecían «calificados» se quedaron fuera, mientras que los «descalificados» entraron a adorar. Esta verdad debería llenar de esperanza a cualquiera que se sienta insuficiente para acercarse a Dios.
Los magos eran gentiles, extranjeros que venían del oriente. Probablemente tenían trasfondo en astrología o ciencias de la época. No poseían el Antiguo Testamento completo. No crecieron asistiendo al templo ni en familias judías piadosas. Eran lo que hoy llamaríamos «gente del mundo», sin credenciales religiosas que presentar.
Sin embargo, Dios en su inmensa gracia les dio luz suficiente para buscar y fe suficiente para encontrar. Él tomó la iniciativa de llamarlos desde tierras lejanas. Esto revela algo fundamental: la salvación no depende de lo que sabemos, sino de la gracia de Dios que nos atrae. Como declaró Jesús en Juan 6:44: «Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere».
Cuando finalmente llegaron y la estrella se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño, el texto describe su reacción con palabras que desbordan emoción: «se regocijaron con muy grande gozo». No fue una sonrisa educada ni un asentimiento cortés. Fue alegría explosiva, el gozo de quien encuentra el tesoro que buscaba toda la vida.
Lo que hicieron al entrar resulta aún más impactante. Como leemos en Mateo 2:11: «Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron». La palabra «postrarse» significa tirarse al suelo, poner el rostro en la tierra en señal de sumisión total. Imagina la escena: hombres sabios, probablemente ricos e influyentes, tirados en el piso frente a un bebé pobre en una casa humilde de una aldea pequeña.
No les importó que pareciera un niño común. No les molestó la sencillez del entorno. Reconocieron su autoridad y divinidad más allá de las apariencias. Y no solo se postraron, sino que abrieron sus tesoros y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Cada regalo hablaba proféticamente: oro para el Rey, incienso para reconocer su divinidad, y mirra anticipando que este Niño había nacido para morir por nosotros.
Un detalle final muestra que su fe era genuina: Dios les avisó en sueños que no volvieran donde Herodes, y ellos obedecieron inmediatamente, regresando por otro camino. La fe verdadera siempre produce obediencia. No es solo emoción ni conocimiento; es rendición completa que se traduce en acciones concretas.
Esta escena se repite en las iglesias de toda América Latina cada semana. A veces los que llevan décadas en la fe, los que conocen todos los himnos y pueden citar docenas de versículos, están sentados atrás mirando el reloj, criticando detalles sin importancia, aburridos de lo sagrado. Y de repente entra alguien nuevo, quizás con un pasado difícil, sin conocer la liturgia ni saber cuándo pararse o sentarse. Pero cuando comienza la alabanza, esa persona se quiebra en adoración genuina con una pasión que deja mudos a todos.
Conclusión: una decisión inevitable
Tres verdades poderosas emergen de la llegada del Rey Jesús. Primero, Dios cumple sus promesas en medio de la crisis, no a pesar de ella. Él es Emanuel, Dios con nosotros, especialmente cuando la vida parece un desorden sin salida. Segundo, Dios se revela principalmente por medio de su Palabra, no mediante señales espectaculares ni experiencias místicas. Y tercero, Dios atrae adoradores por pura gracia, llamando a los lejanos para que se postren y le ofrezcan lo mejor.
Estas verdades colocan a cada persona frente a una decisión. En esta historia aparecen tres tipos de respuestas: Herodes, que resistió activamente a Jesús porque amenazaba su control; los líderes religiosos, que lo ignoraron con indiferencia fatal aunque tenían todo el conocimiento; y los magos, que lo adoraron rindiéndole todo lo que tenían.
No existe una cuarta opción. Neutralidad frente a Jesús es simplemente otra forma de rechazo. Cada persona que lee estas palabras ya está respondiendo de alguna manera. La pregunta no es si responderás, sino cómo lo harás.
Si la vida se siente como un caos sin esperanza, recuerda que Emanuel vino precisamente a ese tipo de situaciones. Si el conocimiento bíblico se ha vuelto rutina fría, pídele a Dios un corazón sensible que no solo sepa de Él, sino que corra a encontrarse con Él. Y si la voz interior dice que no calificas para acercarte, recuerda que los magos tampoco calificaban según los estándares religiosos, pero la gracia los atrajo de todos modos.
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Posted in nacimiento de Jesús según la Biblia, significado bíblico de la Navidad, estudio bíblico Mateo capítulo 1, Emmanuel Dios con nosotros, los magos de oriente, profecías mesiánicas cumplidas, adoración verdadera a Cristo, gracia de Dios en la crisis, teología reformada navidad
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