3 verdades únicas de la vida de Moisés

Tres verdades de la vida de Moisés que transforman nuestra fe

Por: Edgar J. Nazario | Tiempo de lectura 10-15 minutos
¿Alguna vez ha parecido que todo está perdido? Hay momentos en la vida cuando las circunstancias se vuelven tan difíciles que resulta imposible ver una salida. Las puertas se cierran, los problemas crecen y la esperanza parece desvanecerse como el humo. En esos momentos oscuros, la pregunta que surge naturalmente es: ¿Dónde está Dios en medio de este caos?

La historia de Moisés responde esa pregunta de manera sorprendente. Su vida estuvo marcada por situaciones imposibles desde el primer día. Nació bajo una sentencia de muerte, creció en el palacio de su enemigo y fue llamado a una misión que parecía totalmente imposible. Sin embargo, cada detalle de su camino revela algo poderoso: Dios nunca pierde el control, incluso cuando todo parece perdido.

Tres verdades sobresalen en la vida de este líder del Antiguo Testamento. Estas verdades no son solo lecciones históricas sobre un personaje bíblico lejano. Son principios vivos que pueden cambiar la manera de entender las dificultades de hoy. Cada una de estas verdades muestra cómo Dios trabaja con poder, propósito y amor personal en medio de lo imposible.

Dios preserva lo que Él mismo ha llamado

La historia de Moisés comenzó en el peor momento posible para nacer. Faraón había ordenado que todos los bebés varones hebreos fueran eliminados, como leemos en Éxodo 1:22: «Entonces Faraón mandó a todo su pueblo, diciendo: Echad al río a todo hijo que nazca, y a toda hija preservad la vida». Era un decreto de muerte absoluta. Pero la madre de Moisés, Jocabed, tomó una decisión que parecía desesperada: colocó a su bebé en una canasta y lo dejó en el río Nilo, confiando en que Dios haría algo.

Lo que sucedió después desafía toda lógica humana. La hija del mismo Faraón encontró la canasta, se compadeció del bebé y decidió criarlo como su propio hijo. El futuro libertador de Israel creció en el palacio del opresor, alimentado por la riqueza del enemigo. Esta ironía divina no fue casualidad; fue diseño soberano.

Esta preservación milagrosa enseña algo fundamental sobre la manera en que Dios obra. Cuando Él tiene un propósito para alguien, ningún decreto humano puede detenerlo. Ni siquiera el río que debía ser tumba se convirtió en camino hacia el palacio. Como nos recuerda Proverbios 16:9: «El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos».

La familia de Moisés actuó con fe, pero fue Dios quien dirigió cada detalle. Colocaron al bebé en el agua correcta, en el momento correcto, donde la persona correcta lo encontraría. Esa precisión divina no fue suerte; fue providencia. Los creyentes pueden descansar sabiendo que el mismo Dios que preservó a Moisés sigue cuidando cada paso de sus hijos hoy.

La aplicación práctica es clara y directa. Cuando las circunstancias parecen abrumadoras, es momento de recordar que Dios ve lo que otros no ven. Él puede tomar lo que parece un final y convertirlo en un nuevo comienzo. Como declara el Salmo 121:7-8: «Jehová te guardará de todo mal; Él guardará tu alma. Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre».
Piensa en esto: Una madre latinoamericana esconde a su hijo durante la violencia en su barrio, orando por protección. Así como Jocabed confió en el río, esa madre confía en el Señor. Dios, que ve lo secreto, sigue actuando con la misma fidelidad. Lo que parece tragedia en manos humanas se convierte en testimonio en manos divinas.

Tres pasos ayudan a aplicar esta verdad inmediatamente. Primero, reconocer que Dios cuida desde el principio, incluso cuando no se ve su mano obrando. Segundo, confiar en su soberanía completa, sabiendo que ninguna circunstancia escapa a su plan eterno. Tercero, aprender a esperar en su tiempo perfecto, descansando en su voluntad como nos anima Isaías 40:31: «Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán».

Si Dios preserva con tanto cuidado, ¿cómo obra cuando llama a servir?

La preservación de Moisés fue solo el comienzo de un plan mucho más grande. Décadas después, Dios lo llamó desde una zarza ardiente en el desierto y le asignó una misión imposible: ser el mediador entre Él e Israel. Moisés subió al monte Sinaí, recibió la Ley directamente de las manos de Dios y habló con el Señor cara a cara, como leemos en Éxodo 33:11: «Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero».

Este papel de mediador era crucial pero también revelaba una limitación importante. Cuando el pueblo pecó adorando el becerro de oro, Moisés intercedió apasionadamente por ellos, rogando a Dios que perdonara su rebelión. Su intercesión salvó al pueblo de la destrucción inmediata. Sin embargo, Moisés mismo no podía cargar con el pecado de Israel, porque él también era humano y necesitaba gracia.

Aquí aparece una pregunta profunda: ¿Por qué Dios usaría mediadores imperfectos? La respuesta transforma toda la historia. Moisés apuntaba hacia alguien mayor que él mismo. Como explica Hebreos 3:5-6: «Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir; pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros».

Cada vez que Moisés se colocaba entre Dios y el pueblo, estaba mostrando la necesidad de un Salvador perfecto. La Ley que Moisés entregó reveló el pecado pero no pudo quitarlo. En contraste, Cristo no solo mostró el camino sino que abrió la puerta completamente, como nos recuerda Juan 1:17: «Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo».
Imagina esto: Un abogado defiende a alguien culpable en la corte. Presenta argumentos, explica circunstancias y busca misericordia del juez. Pero si ese abogado también tiene culpas, no puede ser juez y defensor al mismo tiempo. Así fue Moisés: intercedió con pasión pero no pudo justificar completamente. Cristo, en cambio, tomó el lugar del culpable y pagó la deuda completa en la cruz.

Esta verdad tiene aplicaciones inmediatas para la vida diaria. Primero, es necesario reconocer la necesidad personal de un Mediador perfecto, porque nadie puede acercarse a Dios por méritos propios. Como declara 1 Timoteo 2:5: «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre». Segundo, confiar diariamente en la intercesión constante de Cristo, quien siempre vive para interceder según Hebreos 7:25. Tercero, vivir con profunda gratitud por la gracia que sustituye la condena.

La historia de Moisés como mediador no termina en fracaso sino en esperanza. Él cumplió su papel señalando hacia Cristo. Cuando el corazón se llena de culpa, recordar que la sangre de Cristo habla mejor que cualquier sacrificio del Antiguo Testamento trae paz verdadera. El Evangelio no trata de subir un monte por esfuerzo propio, sino de confiar en Aquel que ya lo subió por nosotros.

Si Dios usa mediadores imperfectos para mostrar su gracia, ¿qué revela la relación íntima que tuvo con Moisés?

La tercera verdad es quizás la más sorprendente de todas. Moisés no solo fue preservado y llamado; también experimentó una cercanía con Dios que ningún otro profeta conoció. Deuteronomio 34:10 declara: «Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara». Esta intimidad era única, especial y profundamente personal.

En el desierto, Dios hablaba con Moisés desde la nube, guiando cada decisión del pueblo. Esta comunicación directa mostraba un nivel de confianza extraordinario. Sin embargo, esa cercanía también demandaba obediencia estricta. Cuando Moisés desobedeció al golpear la roca en Meriba en lugar de hablarle como Dios le ordenó, perdió el privilegio de entrar a la tierra prometida según Números 20:12.

Este castigo puede parecer severo al principio, pero revela una verdad profunda sobre la naturaleza de Dios. La intimidad con Él no elimina su santidad; de hecho, cuanto más revela de sí mismo, más llama a honrarlo completamente. La cercanía trae privilegios pero también responsabilidades. Sin embargo, aun disciplinado, Moisés fue profundamente amado, tanto que Dios mismo lo sepultó personalmente según Deuteronomio 34:6.

Esta relación única anticipa algo aún mayor que Cristo ofrece a sus seguidores. Jesús dijo en Juan 15:14: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando». Moisés vio la tierra prometida desde lejos, pero Cristo introduce a los creyentes directamente en las promesas de Dios. Lo que la Ley no pudo cumplir completamente, la gracia lo realiza con poder.
Piensa en esta imagen: Un padre camina con su hijo por un sendero estrecho en la montaña. El niño confía en cada paso aunque no entiende el camino completo. Si se adelanta sin escuchar las advertencias, tropieza y se lastima. Así era la relación de Moisés con Dios: llamado a caminar muy cerca, pero también a obedecer cada instrucción. La verdadera intimidad no es curiosidad casual; es confianza profunda que se expresa en obediencia fiel.

Tres aplicaciones prácticas fluyen de esta verdad. Primero, buscar comunión diaria con Dios a través de la oración y la Escritura, recordando Santiago 4:8: «Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros». Segundo, obedecer aun cuando no se entiende completamente el propósito, confiando como dice Proverbios 3:5: «Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia». Tercero, descansar en Cristo, quien abrió el acceso completo al Padre según Efesios 2:18.

La cercanía con Dios no depende de emociones cambiantes sino de una relación establecida en Cristo. Moisés tuvo intimidad extraordinaria, pero Cristo ofrece algo eternamente superior: unión perfecta con el Padre. Cuando los creyentes viven obedeciendo, sus vidas también reflejan la gloria del Señor, como enseña 2 Corintios 3:18. La meta no es solo conocer acerca de Dios, sino caminar con Él cada día en comunión real y transformadora.

El Dios que preserva, media y se relaciona

Las tres verdades de la vida de Moisés convergen en un mensaje poderoso: Dios obra con
propósito eterno en cada etapa de la vida. Desde el nacimiento bajo sentencia de muerte hasta la intimidad en el monte, cada momento reveló la soberanía divina guiando a un siervo imperfecto. Esta historia no termina en Moisés; señala directamente hacia Cristo, el Mediador perfecto que acerca completamente al Padre.

Tres pasos ayudan a vivir estas verdades hoy mismo. Primero, reconocer que todo comienza con la providencia soberana de Dios, quien preserva y cuida incluso en medio del caos. Segundo, recibir la gracia de Cristo que intercede constantemente, ofreciendo perdón completo y acceso directo al Padre. Tercero, reafirmar la comunión diaria que produce obediencia gozosa y descanso verdadero en su voluntad perfecta.

Así como Moisés fue preservado en el río, llamado en el desierto y conocido en el monte, cada creyente puede confiar en el Señor que gobierna todos sus pasos. Dios sigue obrando hoy con el mismo poder y la misma fidelidad. Él toma vidas comunes, las guía a través de circunstancias imposibles y las usa para mostrar su gloria al mundo.

Las dificultades no son señal de abandono sino oportunidades para ver la mano de Dios obrando. Cuando todo parece perdido, recordar la historia de Moisés trae esperanza renovada. El Dios que preservó a un bebé en una canasta, que llamó a un pastor fugitivo y que habló con un mediador imperfecto es el mismo que camina contigo hoy, transformando lo imposible en testimonio de su gracia infinita.

Artículos anteriores:

¡Baja la aplicación!

Mantente conectado

Baja la aplicación hoy

No Comments


Recent

Archive

 2025
 2024

Categories