El engaño del evangelio de la prosperidad

El engaño del evangelio de la prosperidad

Por: Edgar Nazario | Tiempo de lectura 8-10 minutos
En las últimas décadas, el llamado "evangelio de la prosperidad" ha ganado prominencia en muchos círculos cristianos. Esta enseñanza sostiene que la voluntad de Dios para los creyentes es la salud y la riqueza, y que estas bendiciones pueden ser obtenidas a través de la fe, las declaraciones positivas y las donaciones financieras a los ministerios.

Sin embargo, un examen cuidadoso de las Escrituras revela que esta doctrina es una peligrosa distorsión del verdadero evangelio. En este artículo, exploraremos tres razones fundamentales por las cuales el evangelio de la prosperidad es un engaño: promueve una visión egoísta de Dios, malinterpreta el propósito del sufrimiento y reemplaza la esperanza eterna por deseos temporales.

  1. Un evangelio centrado en el "yo", no en Cristo

El primer problema con el evangelio de la prosperidad es su enfoque distorsionado. En lugar de centrarse en la persona y obra de Cristo, esta enseñanza pone al creyente y sus deseos en el centro. Se presenta a Dios como un medio para obtener bendiciones materiales, en lugar de presentar las bendiciones como un medio para glorificar a Dios. Esta perspectiva egoísta choca directamente con las palabras de Jesús en Mateo 16:24: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame».

El verdadero evangelio llama al arrepentimiento, la fe y la auto-negación. Exige que sometamos nuestros deseos y planes a la señoría de Cristo. En contraste, el evangelio de la prosperidad alimenta la concupiscencia de la carne, prometiendo satisfacción a través de la adquisición de riquezas y el cumplimiento de los deseos personales. Esta enseñanza convierte a Dios en un genio que concede deseos, en lugar del Soberano digno de nuestra devoción y obediencia incondicional.

Imagina a un atleta que entrena para una maratón. No busca atajos ni gratificación instantánea, sino que se somete a un entrenamiento riguroso porque sabe que el esfuerzo vale la pena. De manera similar, el verdadero discípulo de Cristo abraza el llamado a la auto-negación, no porque sea fácil, sino porque anhela conocer más profundamente al Salvador y participar de su gloria eterna.

Aplicaciones prácticas:

- Examina tus motivaciones: ¿Estás siguiendo a Cristo por quién es Él o por las bendiciones que esperas recibir? Pídele que purifique tus deseos y alinee tu corazón con Su voluntad.
- Agradece a Dios por el don inefable de Su Hijo, recordando que en la cruz, Cristo suplió nuestra necesidad más profunda: la reconciliación con el Padre. Ninguna riqueza material se compara con este tesoro.
- Evalúa tus prioridades y busca maneras de poner a Cristo en el centro de cada aspecto de tu vida. Que tu gozo sea conocerle más, no acumular posesiones pasajeras.

2. Una perspectiva distorsionada del sufrimiento

Un segundo error fundamental del evangelio de la prosperidad es su comprensión equivocada del sufrimiento. Según esta enseñanza, el sufrimiento es siempre resultado de la falta de fe o del pecado. Se insta a los creyentes a reclamar las bendiciones y rechazar toda forma de dolor o carencia. Sin embargo, esta visión no tiene base bíblica. De hecho, la Escritura presenta el sufrimiento como una parte inevitable y a menudo necesaria de la vida cristiana.

Considere la declaración de Pablo en Romanos 5:3-4: «No solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza». El apóstol no ve el sufrimiento como algo a evitar a toda costa, sino como una herramienta que Dios usa para moldear el carácter de Sus hijos y conformarlos a la imagen de Cristo. Esta perspectiva se repite a lo largo del Nuevo Testamento (e.g., Santiago 1:2-4; 1 Pedro 4:12-13).

El evangelio de la prosperidad no tiene lugar para un Jesús que llama a Sus discípulos a tomar la cruz, ni para un Pablo que se contenta en la debilidad y se gloría en las tribulaciones. En cambio, ofrece una fe cómoda y libre de dolor que no se corresponde con la experiencia de los santos a lo largo de los siglos.

Un escultor no puede crear una obra maestra sin quitar partes del bloque de mármol. Cada golpe del cincel, aunque doloroso, es necesario para revelar la belleza que yace en el interior. De manera similar, Dios a menudo usa el cincel del sufrimiento para esculpir Su imagen en nosotros, quitando todo lo que no se asemeja a Cristo.

Aplicaciones prácticas:

- Reflexiona sobre cómo Dios ha usado los tiempos de prueba para hacerte más como Cristo. Dale gracias por Su mano formadora, incluso en el dolor.
- Cuando enfrentes dificultades, resiste la tentación de cuestionar el amor o la fidelidad de Dios. En cambio, pídale que te enseñe lo que quiere que aprendas a través de la experiencia.
- Anima a otros creyentes que están pasando por sufrimiento. Recuérdales las promesas de Dios y la esperanza eterna que tenemos en Cristo.

3. Una esperanza terrenal, no eterna

Un tercer problema con el evangelio de la prosperidad es que reemplaza la esperanza del cielo con el deseo de bendiciones terrenales. Promueve una visión de la fe cristiana en la que el objetivo principal es la satisfacción en esta vida, en lugar de la comunión eterna con Dios. Esta perspectiva está en desacuerdo con las claras enseñanzas de Jesús sobre el peligro de las riquezas y la importancia de acumular tesoros en el cielo (Mateo 6:19-20).

La Escritura ciertamente enseña que Dios bendice a Sus hijos y suple sus necesidades (Filipenses 4:19). No obstante, también advierte repetidamente sobre los peligros de las riquezas y llama a los creyentes a contentarse con lo esencial (1 Timoteo 6:6-10; Hebreos 13:5). El evangelio de la prosperidad invierte estas prioridades, convirtiendo las bendiciones materiales en el enfoque principal de la vida cristiana.

Esta distorsión no solo roba al creyente del gozo de la entrega sacrificial, sino que también socava la gloriosa esperanza del evangelio. Nos promete una mejor vida ahora, en lugar de la vida perfecta que nos espera en la presencia de Dios. Reduce la fe cristiana a una fórmula para el éxito temporal, cuando en realidad es un llamado a morir a nosotros mismos y vivir para Cristo.

Un coleccionista puede atesorar monedas antiguas de gran valor, pero un día se desgastarán o serán olvidadas. En contraste, los tesoros que acumulamos en el cielo —las almas ganadas para Cristo, el carácter formado a través de las pruebas, el crecimiento en la gracia— nunca perderán su valor. Durarán por toda la eternidad.

Aplicaciones prácticas:

- Revisa regularmente tus prioridades y metas a la luz de la eternidad. Pregúntate: «¿Estoy viviendo para los placeres temporales o para el Reino eterno?»
- Practica el contentamiento en cualquier circunstancia, confiando en que Dios suplirá todo lo que necesitas para cumplir Sus propósitos (Filipenses 4:11-13).
- Sé generoso con los recursos que Dios te ha dado, recordando que eres un mayordomo de Sus bendiciones, no el dueño (2 Corintios 9:6-11).

Conclusión

El evangelio de la prosperidad es un engaño pernicioso que distorsiona el verdadero mensaje de Cristo. Reemplaza el llamado a la auto-negación con la promesa de gratificación personal, niega el propósito redentor del sufrimiento y cambia el enfoque de la esperanza eterna a las bendiciones temporales. Como creyentes, debemos rechazar esta falsa enseñanza y abrazar el evangelio bíblico en toda su riqueza y desafío.

Que nunca olvidemos que fuimos llamados, no a una vida de comodidad y prosperidad, sino a conocer a Cristo y el poder de Su resurrección, participando de Sus padecimientos y llegando a ser semejantes a Él en Su muerte (Filipenses 3:10-11). Esta es la verdadera prosperidad —no un balance bancario abultado, sino un corazón lleno de la presencia de Cristo y apasionado por Su gloria.

Al enfrentar las pruebas y tentaciones de esta vida, mantengamos nuestros ojos fijos en Jesús, «el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios» (Hebreos 12:2). Que Su ejemplo nos inspire a vivir, no para nosotros mismos, sino para Aquel que nos amó y se entregó por nosotros.

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