April 30th, 2024
¿Qué es el relativismo moral?
Por: Edgar J. Nazario | Tiempo de lectura 15-18 minutos
Querido amigo, ¿alguna vez te has sentido perdido en medio de un mar de opiniones y filosofías cambiantes? En la sociedad actual, parece que la idea de una «verdad absoluta» se ha vuelto obsoleta y pasada de moda. El relativismo moral, esa noción de que no existen verdades universales y que cada individuo puede definir su propia «verdad», se ha infiltrado en todos los ámbitos de nuestras vidas.
Desde las aulas universitarias hasta las redes sociales, nos vemos bombardeados por mensajes que socavan los cimientos mismos de nuestra fe cristiana. «Lo que es verdad para ti no tiene por qué serlo para mí», nos dicen. «No juzgues, cada uno tiene derecho a vivir según sus propias reglas». Estas ideas pueden sonar atractivas y liberadoras al principio, pero en realidad son espejismos que nos alejan del propósito y la plenitud que Dios ha diseñado para nosotros.
Pero no nos dejemos engañar, querido hermano. En medio de este mar turbulento de relativismo, Dios nos ha dado un faro inmutable que nos guía hacia la verdad: su Palabra. La Biblia nos revela que existen verdades eternas y absolutas, establecidas por el Creador mismo del universo. Verdades que no cambian con el tiempo, las modas o las opiniones humanas.
A lo largo de este artículo, exploraremos tres razones fundamentales por las cuales el relativismo moral es una ilusión peligrosa y por qué aferrarnos a las verdades absolutas de Dios es esencial para nuestra vida espiritual. Prepárate para redescubrir la belleza y la solidez de los principios eternos que emanan de nuestro Padre celestial.
Punto 1: El relativismo moral contradice la naturaleza inmutable de Dios
«Yo Jehová no cambio» (Mal 3:6, RVR1960). Nuestro Dios es inmutable, su carácter es perfecto y sus caminos son rectos. El relativismo moral, por otro lado, sugiere que la moral y la verdad son subjetivas y cambiantes, lo cual es incompatible con la esencia misma de Dios.
Pensémoslo de esta manera: si la moralidad fuera relativa, entonces Dios mismo tendría que ser relativo y adaptarse a los caprichos humanos. Pero las Escrituras son claras: «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (He 13:8, RVR1960). Los mandamientos y las verdades de Dios son absolutos e invariables, lo cual refleja su carácter eterno.
Imagina un mundo donde la ley de la gravedad fuera relativa y cambiara según la opinión de cada persona. Sería un caos absoluto, ¿verdad? No podríamos construir edificios estables, viajar en avión o siquiera caminar con seguridad. De la misma manera, un universo sin verdades absolutas emanadas de un Dios inmutable sería un lugar caótico e inhabitable.
Como creyentes, nuestra fe y conducta deben estar ancladas en la Roca sólida que es el carácter inalterable de Dios y sus verdades eternas reveladas en la Biblia. Solo así tendremos un fundamento firme para enfrentar los vaivenes de la vida. El relativismo moral simplemente no tiene cabida en la cosmovisión cristiana, ya que contradice la naturaleza misma de nuestro Dios.
Punto 2: El relativismo moral niega la existencia objetiva del bien y el mal
«En el principio era el Verbo [...] Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho» (Jn 1:1, 3, RVR1960). Jesucristo, la Palabra eterna, es el Creador y la fuente de toda verdad moral. Por lo tanto, el bien y el mal no son conceptos subjetivos, sino realidades objetivas establecidas por Dios.
Si el relativismo moral fuera cierto, no tendríamos una base sólida para determinar si algo es intrínsecamente bueno o malo. Cada individuo o cultura definiría su propia «verdad moral» según sus preferencias. Pero la Biblia nos enseña que hay acciones inherentemente buenas, como el amor sacrificial (Jn 15:13), y acciones intrínsecamente malas, como el odio y el asesinato (1 Jn 3:15). Dios mismo ha definido estas realidades morales al crear el universo.
Pensemos en esto: un niño puede decidir en su juego que 2+2=5, pero por más que lo crea, eso no cambia la verdad objetiva de las matemáticas. Un padre amoroso le explicará que 2+2 siempre será 4, independientemente de sus deseos. De la misma manera, disfrazar el bien y el mal bajo el manto del relativismo no altera la realidad moral establecida por Dios.
Como seguidores de Cristo, estamos llamados a someternos a la definición divina del bien y del mal, no a crear nuestras propias «verdades» para justificar nuestros deseos egoístas. Dios ha dejado claro en su Palabra lo que es recto y lo que es inicuo. Vivir según sus verdades absolutas nos da la capacidad de discernir entre el bien y el mal, y tomar decisiones que honren a Dios y beneficien a nuestro prójimo.
Punto 3: El relativismo moral ignora la necesidad de un Juez Supremo
Dios juzgará por medio de Jesucristo al mundo con justicia (Hch 17:31). Si no existieran verdades absolutas, no podría haber un juicio justo y definitivo. Pero la Biblia es clara: el día del juicio vendrá, y Cristo evaluará nuestras vidas con perfecta justicia, con base en las normas eternas de Dios.
Imagina un tribunal donde las partes en conflicto alegaran «cada uno tiene su propia verdad». Sería imposible llegar a un veredicto justo, ¿cierto? Un juez debe basar su decisión en leyes objetivas, no en «verdades» subjetivas. Del mismo modo, Dios juzgará al mundo según sus verdades absolutas y sus estándares inmutables, no según las «verdades relativas» inventadas por los seres humanos.
Piensa en un partido de fútbol donde cada equipo siguiera sus propias reglas. Sería un completo desorden y nunca se podría determinar un ganador legítimo. Para que el juego sea justo y válido, todos los jugadores y el árbitro deben acatar las reglas oficiales. Así también, en el día del juicio final, Dios aplicará sus normas perfectas e inviolables de justicia eterna.
A la luz de esta realidad, nosotros, como creyentes, debemos vivir conforme a la plena verdad de Dios, no según las mentiras del relativismo. Solo las normas de Cristo prevalecerán en el juicio final. ¿A cuáles nos aferraremos? Vivir según las verdades absolutas de Dios nos prepara para rendir cuentas ante el Juez Supremo y nos motiva a llevar una vida recta y fiel a los principios bíblicos.
Amado hermano, el relativismo moral es una ilusión seductora pero peligrosa. Contradice la naturaleza inmutable de Dios, niega la existencia objetiva del bien y del mal y pasa por alto la necesidad de un Juez Supremo. Puede parecer un camino fácil y «liberador» al principio, pero en realidad conduce al engaño y a la perdición. En cambio, las verdades absolutas de Dios, aunque a veces nos desafíen, nos guían hacia la vida eterna en Cristo Jesús.
Como hijos del Altísimo, estamos llamados a abrazar con firmeza las verdades eternas reveladas en su Palabra y a rechazar el relativismo moral que socava nuestra fe. Solo al anclar nuestra vida en la Roca sólida de los principios divinos encontraremos un fundamento inquebrantable, sabiduría para discernir el bien del mal y la gloriosa esperanza de la vida eterna.
Así que hoy te invito a reflexionar: ¿en qué dirección estás navegando? ¿Estás siguiendo el faro de la verdad de Dios o te estás dejando llevar por las corrientes engañosas del relativismo? Que el Señor nos conceda la gracia y la sabiduría para elegir el camino de la verdad absoluta y vivir vidas que reflejen su gloria y su carácter eterno.
Recordemos que nuestra fe no se basa en opiniones humanas cambiantes, sino en la Palabra infalible del Dios viviente. Aferrémonos a esta como nuestro tesoro más preciado, estudiémosla con diligencia y permitamos que transforme nuestras mentes y corazones.
Que nuestra luz brille en medio de la oscuridad del relativismo, y atraiga a otros hacia el faro de la verdad que es Cristo Jesús. Que nuestras vidas sean un testimonio viviente de la belleza y el poder de vivir según los principios eternos de Dios.
No tengamos miedo de ser diferentes en un mundo que abraza la ilusión del relativismo. Recordemos las palabras de nuestro Señor: «Estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan» (Mt 7:14, RVR1960). Que tengamos el valor de caminar por ese sendero estrecho, con la seguridad de que conduce a la vida abundante y eterna.
Amados, naveguemos con confianza y alegría hacia el puerto seguro de la verdad de Dios. Que su Palabra sea nuestra brújula, su Espíritu nuestro viento y su amor nuestra ancla. En un mundo cambiante y confuso, encontremos paz y dirección en las verdades inmutables de nuestro Padre celestial.
¡Adelante, valientes seguidores de Cristo! Alcemos la bandera de la verdad en un mar de relativismo, con la certeza de que nuestro Capitán es fiel y su rumbo es perfecto. Que el mundo vea en nosotros el resplandor de la verdad y sea atraído hacia el faro eterno que es Jesucristo. Amén.
Desde las aulas universitarias hasta las redes sociales, nos vemos bombardeados por mensajes que socavan los cimientos mismos de nuestra fe cristiana. «Lo que es verdad para ti no tiene por qué serlo para mí», nos dicen. «No juzgues, cada uno tiene derecho a vivir según sus propias reglas». Estas ideas pueden sonar atractivas y liberadoras al principio, pero en realidad son espejismos que nos alejan del propósito y la plenitud que Dios ha diseñado para nosotros.
Pero no nos dejemos engañar, querido hermano. En medio de este mar turbulento de relativismo, Dios nos ha dado un faro inmutable que nos guía hacia la verdad: su Palabra. La Biblia nos revela que existen verdades eternas y absolutas, establecidas por el Creador mismo del universo. Verdades que no cambian con el tiempo, las modas o las opiniones humanas.
A lo largo de este artículo, exploraremos tres razones fundamentales por las cuales el relativismo moral es una ilusión peligrosa y por qué aferrarnos a las verdades absolutas de Dios es esencial para nuestra vida espiritual. Prepárate para redescubrir la belleza y la solidez de los principios eternos que emanan de nuestro Padre celestial.
Punto 1: El relativismo moral contradice la naturaleza inmutable de Dios
«Yo Jehová no cambio» (Mal 3:6, RVR1960). Nuestro Dios es inmutable, su carácter es perfecto y sus caminos son rectos. El relativismo moral, por otro lado, sugiere que la moral y la verdad son subjetivas y cambiantes, lo cual es incompatible con la esencia misma de Dios.
Pensémoslo de esta manera: si la moralidad fuera relativa, entonces Dios mismo tendría que ser relativo y adaptarse a los caprichos humanos. Pero las Escrituras son claras: «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (He 13:8, RVR1960). Los mandamientos y las verdades de Dios son absolutos e invariables, lo cual refleja su carácter eterno.
Imagina un mundo donde la ley de la gravedad fuera relativa y cambiara según la opinión de cada persona. Sería un caos absoluto, ¿verdad? No podríamos construir edificios estables, viajar en avión o siquiera caminar con seguridad. De la misma manera, un universo sin verdades absolutas emanadas de un Dios inmutable sería un lugar caótico e inhabitable.
Como creyentes, nuestra fe y conducta deben estar ancladas en la Roca sólida que es el carácter inalterable de Dios y sus verdades eternas reveladas en la Biblia. Solo así tendremos un fundamento firme para enfrentar los vaivenes de la vida. El relativismo moral simplemente no tiene cabida en la cosmovisión cristiana, ya que contradice la naturaleza misma de nuestro Dios.
Punto 2: El relativismo moral niega la existencia objetiva del bien y el mal
«En el principio era el Verbo [...] Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho» (Jn 1:1, 3, RVR1960). Jesucristo, la Palabra eterna, es el Creador y la fuente de toda verdad moral. Por lo tanto, el bien y el mal no son conceptos subjetivos, sino realidades objetivas establecidas por Dios.
Si el relativismo moral fuera cierto, no tendríamos una base sólida para determinar si algo es intrínsecamente bueno o malo. Cada individuo o cultura definiría su propia «verdad moral» según sus preferencias. Pero la Biblia nos enseña que hay acciones inherentemente buenas, como el amor sacrificial (Jn 15:13), y acciones intrínsecamente malas, como el odio y el asesinato (1 Jn 3:15). Dios mismo ha definido estas realidades morales al crear el universo.
Pensemos en esto: un niño puede decidir en su juego que 2+2=5, pero por más que lo crea, eso no cambia la verdad objetiva de las matemáticas. Un padre amoroso le explicará que 2+2 siempre será 4, independientemente de sus deseos. De la misma manera, disfrazar el bien y el mal bajo el manto del relativismo no altera la realidad moral establecida por Dios.
Como seguidores de Cristo, estamos llamados a someternos a la definición divina del bien y del mal, no a crear nuestras propias «verdades» para justificar nuestros deseos egoístas. Dios ha dejado claro en su Palabra lo que es recto y lo que es inicuo. Vivir según sus verdades absolutas nos da la capacidad de discernir entre el bien y el mal, y tomar decisiones que honren a Dios y beneficien a nuestro prójimo.
Punto 3: El relativismo moral ignora la necesidad de un Juez Supremo
Dios juzgará por medio de Jesucristo al mundo con justicia (Hch 17:31). Si no existieran verdades absolutas, no podría haber un juicio justo y definitivo. Pero la Biblia es clara: el día del juicio vendrá, y Cristo evaluará nuestras vidas con perfecta justicia, con base en las normas eternas de Dios.
Imagina un tribunal donde las partes en conflicto alegaran «cada uno tiene su propia verdad». Sería imposible llegar a un veredicto justo, ¿cierto? Un juez debe basar su decisión en leyes objetivas, no en «verdades» subjetivas. Del mismo modo, Dios juzgará al mundo según sus verdades absolutas y sus estándares inmutables, no según las «verdades relativas» inventadas por los seres humanos.
Piensa en un partido de fútbol donde cada equipo siguiera sus propias reglas. Sería un completo desorden y nunca se podría determinar un ganador legítimo. Para que el juego sea justo y válido, todos los jugadores y el árbitro deben acatar las reglas oficiales. Así también, en el día del juicio final, Dios aplicará sus normas perfectas e inviolables de justicia eterna.
A la luz de esta realidad, nosotros, como creyentes, debemos vivir conforme a la plena verdad de Dios, no según las mentiras del relativismo. Solo las normas de Cristo prevalecerán en el juicio final. ¿A cuáles nos aferraremos? Vivir según las verdades absolutas de Dios nos prepara para rendir cuentas ante el Juez Supremo y nos motiva a llevar una vida recta y fiel a los principios bíblicos.
Amado hermano, el relativismo moral es una ilusión seductora pero peligrosa. Contradice la naturaleza inmutable de Dios, niega la existencia objetiva del bien y del mal y pasa por alto la necesidad de un Juez Supremo. Puede parecer un camino fácil y «liberador» al principio, pero en realidad conduce al engaño y a la perdición. En cambio, las verdades absolutas de Dios, aunque a veces nos desafíen, nos guían hacia la vida eterna en Cristo Jesús.
Como hijos del Altísimo, estamos llamados a abrazar con firmeza las verdades eternas reveladas en su Palabra y a rechazar el relativismo moral que socava nuestra fe. Solo al anclar nuestra vida en la Roca sólida de los principios divinos encontraremos un fundamento inquebrantable, sabiduría para discernir el bien del mal y la gloriosa esperanza de la vida eterna.
Así que hoy te invito a reflexionar: ¿en qué dirección estás navegando? ¿Estás siguiendo el faro de la verdad de Dios o te estás dejando llevar por las corrientes engañosas del relativismo? Que el Señor nos conceda la gracia y la sabiduría para elegir el camino de la verdad absoluta y vivir vidas que reflejen su gloria y su carácter eterno.
Recordemos que nuestra fe no se basa en opiniones humanas cambiantes, sino en la Palabra infalible del Dios viviente. Aferrémonos a esta como nuestro tesoro más preciado, estudiémosla con diligencia y permitamos que transforme nuestras mentes y corazones.
Que nuestra luz brille en medio de la oscuridad del relativismo, y atraiga a otros hacia el faro de la verdad que es Cristo Jesús. Que nuestras vidas sean un testimonio viviente de la belleza y el poder de vivir según los principios eternos de Dios.
No tengamos miedo de ser diferentes en un mundo que abraza la ilusión del relativismo. Recordemos las palabras de nuestro Señor: «Estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan» (Mt 7:14, RVR1960). Que tengamos el valor de caminar por ese sendero estrecho, con la seguridad de que conduce a la vida abundante y eterna.
Amados, naveguemos con confianza y alegría hacia el puerto seguro de la verdad de Dios. Que su Palabra sea nuestra brújula, su Espíritu nuestro viento y su amor nuestra ancla. En un mundo cambiante y confuso, encontremos paz y dirección en las verdades inmutables de nuestro Padre celestial.
¡Adelante, valientes seguidores de Cristo! Alcemos la bandera de la verdad en un mar de relativismo, con la certeza de que nuestro Capitán es fiel y su rumbo es perfecto. Que el mundo vea en nosotros el resplandor de la verdad y sea atraído hacia el faro eterno que es Jesucristo. Amén.
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