November 25th, 2025
Tres verdades únicas de la vida de Eliseo
Por: Carlos Maysonet | Tiempo de lectura 10-15 minutos
¿Qué sucede cuando alguien recibe poder extraordinario pero elige usarlo en lo ordinario?
En una época donde muchos buscan plataformas, reconocimiento y seguidores, existe una historia antigua que desafía toda ambición personal. Es la historia de un profeta que pidió doble porción de poder y la usó para servir humildemente durante más de cincuenta años. Su nombre era Eliseo, y su vida revela verdades que confrontan nuestra cultura de celebridades cristianas y ministerios espectaculares.
Eliseo no construyó un imperio ministerial. No escribió bestsellers ni llenó estadios. Simplemente sirvió: sanó leprosos, alimentó viudas, resucitó niños muertos y aconsejó reyes cuando lo necesitaban. Su grandeza estaba en su consistencia, no en su fama. Mientras otros profetas aparecían dramáticamente con mensajes urgentes y luego desaparecían, él permanecía como presencia constante de la palabra de Dios en medio del caos político y la inestabilidad nacional.
La vida de Eliseo plantea preguntas incómodas para cualquier creyente: ¿Buscamos poder espiritual para servir o para impresionar? ¿Valoramos la fidelidad silenciosa tanto como los milagros públicos? ¿Estamos dispuestos a invertir décadas en ministerios que nadie celebra? Las respuestas están en tres verdades únicas que emergen de su extraordinaria vida de servicio humilde.
La Herencia Espiritual Que Transforma Generaciones
Imagine a un maestro carpintero que ha perfeccionado su oficio durante décadas. Sus manos expertas convierten madera ordinaria en muebles extraordinarios. Cuando finalmente llega el momento de retirarse, debe decidir a quién le entregará sus mejores herramientas. No las dará a cualquiera, sino a quien haya demostrado pasión por el oficio y compromiso con la excelencia. Así funcionan las herencias espirituales en el reino de Dios.
Cuando Elías preguntó a Eliseo qué podía hacer por él antes de partir, la respuesta fue sorprendente. Como leemos en 2 Reyes 2:9: «Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí». Esta petición no era ambición desmedida ni deseo de superar al maestro. Era el pedido legítimo de un heredero espiritual que entendía la magnitud de la tarea que enfrentaría. El término «doble porción» se refería al derecho del primogénito en una herencia familiar, indicando continuidad y responsabilidad, no competencia.
Eliseo reconocía una verdad fundamental: el ministerio de Dios trasciende personas específicas. Los siervos fieles vienen y van, pero la obra del Señor debe continuar. Por eso necesitaba más que buenas intenciones o educación teológica; necesitaba el mismo poder sobrenatural que había capacitado a su mentor. Su humildad brillaba en esa petición: admitía que sin equipamiento divino, fracasaría rotundamente en su llamado.
Los hechos confirmaron que Dios honró su solicitud. Mientras Elías realizó ocho milagros registrados en las Escrituras, Eliseo realizó dieciséis, literalmente el doble. No porque fuera superior a su maestro, sino porque Dios provee recursos suficientes para cada generación que le sirve fielmente. Esta transferencia de autoridad profética estableció un principio crucial: la preparación espiritual requiere solicitar específicamente la capacitación necesaria, no simplemente esperar que caiga del cielo.
En muchas comunidades latinoamericanas, el liderazgo espiritual se improvisa con demasiada frecuencia. Personas bien intencionadas asumen responsabilidades ministeriales sin preparación adecuada ni mentoría intencional. Eliseo nos enseña que la humildad genuina reconoce sus limitaciones y busca activamente la capacitación que necesita. Su ejemplo desafía tanto a mentores que deben invertir en sucesores como a discípulos que deben pedir humildemente el equipamiento divino para servir eficazmente.
Como nos recuerda el apóstol Pablo en 2 Timoteo 2:2: «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros». El crecimiento del reino requiere relaciones intencionales de discipulado donde la sabiduría ministerial se transfiere de generación en generación. Además, Santiago 1:5 nos anima: «Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche». La provisión divina está disponible, pero debe solicitarse con humildad y fe.
El Verdadero Tamaño de la Grandeza Ministerial
Si Eliseo recibió doble porción de poder profético, ¿cómo utilizó esa autoridad divina extraordinaria? Aquí es donde su historia se vuelve radicalmente diferente a muchos ministerios modernos. En lugar de buscar plataformas nacionales o consultar exclusivamente con reyes poderosos, él bajó al nivel de las personas comunes. Se ensució las manos con las necesidades cotidianas de viudas pobres, madres afligidas, leprosos rechazados y hasta enemigos extranjeros.
Considere sus milagros más conocidos: multiplicó aceite para una viuda endeudada que enfrentaba la esclavitud de sus hijos. Resucitó al hijo de una mujer sunamita que lo había hospedado generosamente. Sanó de lepra a Naamán, un general sirio que era técnicamente enemigo de Israel. Purificó agua contaminada que enfermaba a toda una ciudad. Estos no eran actos diseñados para impresionar a audiencias masivas o generar titulares en medios de comunicación, sino respuestas compasivas a necesidades individuales reales.
¿Qué revelan estos ministerios sobre el corazón de Dios? Revelan que el Señor se preocupa tanto por las necesidades individuales como por los grandes movimientos nacionales. Como declara Jesús en Mateo 11:28: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar». Eliseo encarnaba esa compasión divina que no distingue entre personas importantes y personas olvidadas, entre compatriotas y extranjeros, entre ricos influyentes y pobres invisibles.
Imagine a un médico brillante con habilidades extraordinarias. Podría elegir atender exclusivamente a presidentes, empresarios millonarios y celebridades que le pagarían fortunas. Pero en lugar de eso, divide su tiempo entre hospitales privados y clínicas rurales donde campesinos pobres reciben el mismo cuidado experto. Su grandeza profesional se magnifica precisamente cuando sirve a quienes no pueden pagarle nada. Así era Eliseo: su poder profético brillaba más intensamente cuando sanaba leprosos marginados que cuando aconsejaba reyes en palacios.
En muchas culturas latinoamericanas, el prestigio ministerial se asocia con congregaciones numerosas, contactos políticos o programas de televisión. Eliseo confronta radicalmente esa mentalidad. Él demuestra que la grandeza espiritual se mide por el servicio a los vulnerables, no por la influencia sobre los poderosos. Como Jesús mismo declaró en Mateo 25:40: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis».
Esta compasión práctica debe caracterizar a todo creyente genuino. Lucas 14:13 nos instruye: «Antes bien, cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos». El impacto eterno se construye sirviendo a personas que la sociedad ignora. Además, Romanos 12:15 nos llama a desarrollar sensibilidad pastoral: «Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran». Como Eliseo, los cristianos deben aprender a ver las cargas personales escondidas detrás de las máscaras sociales que todos usamos.
La Fuerza Silenciosa de la Perseverancia Cotidiana
Si Eliseo mostró compasión extraordinaria hacia individuos necesitados, ¿cómo sostuvo ese ministerio durante décadas de inestabilidad política sin agotarse ni desaparecer? Aquí encontramos quizás la lección más poderosa de su vida: la fuerza transformadora de la fidelidad constante sin necesidad de protagonismo público. Mientras su mentor Elías tuvo un ministerio intenso pero relativamente breve lleno de confrontaciones dramáticas, Eliseo sirvió tranquilamente durante más de cincuenta años atravesando múltiples reinados y crisis nacionales.
Piense en un río caudaloso que fluye constantemente. No hace ruido espectacular ni atrae multitudes de turistas, pero riega silenciosamente miles de hectáreas año tras año. Las cosechas dependen de su presencia constante, no de sus momentos dramáticos. En contraste, los arroyos pequeños hacen mucho ruido cuando crecen temporalmente después de las lluvias, impresionan por un momento, pero se secan rápidamente cuando llega la sequía. Eliseo era como ese río profundo: su ministerio constante nutrió generaciones enteras sin buscar aplausos ni generar drama innecesario.
Su longevidad ministerial se caracterizó por obediencia constante más que espectáculos dramáticos. Cuando Siria sitió Samaria y el hambre desesperaba a la población, él profetizó liberación y Dios confundió a los enemigos que huyeron abandonando provisiones abundantes. Cuando el rey Joás lo visitó en su lecho de muerte, Eliseo todavía profetizaba victoria sobre enemigos nacionales. Incluso después de muerto, sus huesos resucitaron a un hombre, testimoniando que el poder de Dios permanecía con él hasta el final.
¿Qué permitió esta clase de servicio duradero sin agotamiento ni abandono? La respuesta está en su independencia del reconocimiento externo. Eliseo no necesitaba multitudes admirándolo ni reyes consultándolo constantemente para mantener su fidelidad. Su ministerio fluía de una relación íntima con Dios, no de aprobación humana o aplausos públicos. Esto le permitió servir efectivamente independientemente de circunstancias políticas cambiantes o modas religiosas pasajeras que afectaban a otros profetas.
En contextos latinoamericanos donde la cultura frecuentemente celebra más lo espectacular que lo constante, Eliseo nos enseña el valor de la perseverancia sostenida. Su ejemplo confronta la mentalidad que busca resultados inmediatos, reconocimiento constante o milagros semanales para validar el ministerio. Como declara Lucas 16:10: «El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel». La verdadera efectividad espiritual se construye día tras día, año tras año, decisión tras decisión, no en momentos aislados de gloria que todos celebran.
El apóstol Pablo captura este principio en 1 Corintios 15:58: «Por tanto, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre». La fidelidad cotidiana construye impacto duradero que trasciende generaciones. Además, 2 Corintios 5:17 nos recuerda que nuestra identidad en Cristo sostiene el ministerio más que las condiciones externas: «De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas».
Herederos de un Legado Transformador
La vida de Eliseo nos deja tres verdades que confrontan, consuelan y corrigen simultáneamente. Primero, él pidió y recibió doble porción del espíritu profético, enseñando que todos deben buscar activamente la capacitación espiritual necesaria para servir eficazmente en el reino de Dios. La preparación ministerial no es opcional ni automática; requiere humildad para reconocer limitaciones y valentía para solicitar equipamiento divino específico.
Segundo, Eliseo mostró compasión personal hacia individuos necesitados, recordando que la grandeza ministerial se mide por el servicio a los vulnerables que nadie más atiende. Su ministerio confronta la búsqueda moderna de plataformas grandes y audiencias masivas, redefiniendo el éxito espiritual según los parámetros del reino. Los marginados, rechazados y olvidados merecen la misma atención compasiva que los influyentes y poderosos.
Tercero, él sirvió fielmente durante décadas sin buscar protagonismo, demostrando que la perseverancia silenciosa construye impacto duradero que trasciende generaciones. Su constancia consuela a quienes sirven humildemente sin reconocimiento público, validando que Dios valora la fidelidad cotidiana tanto como los milagros espectaculares. El ministerio efectivo se mide en décadas de obediencia, no en momentos virales de popularidad temporal.
Estas verdades confrontan la búsqueda contemporánea de espectáculo ministerial y reconocimiento instantáneo. Consuelan a quienes sirven fielmente en lugares pequeños donde nadie aplaude ni registra sus sacrificios diarios. Corrigen la falsa idea de que solo los ministerios dramáticos con plataformas masivas son efectivos en el avance del reino de Dios.
Como Eliseo, todos los creyentes están llamados a prepararse espiritualmente solicitando humildemente el equipamiento divino que necesitan. Están llamados a servir compasivamente a quienes les rodean, especialmente a los vulnerables que la sociedad ignora. Y están llamados a perseverar fielmente independientemente de las circunstancias externas o el reconocimiento que reciben de otros. Como nos recuerda Salmo 145:4: «Una generación celebrará tus obras a otra generación, y anunciarán tus poderosos hechos». El legado de fidelidad inspira durante generaciones enteras, mucho después que los aplausos temporales se desvanecen en silencio olvidado.
En una época donde muchos buscan plataformas, reconocimiento y seguidores, existe una historia antigua que desafía toda ambición personal. Es la historia de un profeta que pidió doble porción de poder y la usó para servir humildemente durante más de cincuenta años. Su nombre era Eliseo, y su vida revela verdades que confrontan nuestra cultura de celebridades cristianas y ministerios espectaculares.
Eliseo no construyó un imperio ministerial. No escribió bestsellers ni llenó estadios. Simplemente sirvió: sanó leprosos, alimentó viudas, resucitó niños muertos y aconsejó reyes cuando lo necesitaban. Su grandeza estaba en su consistencia, no en su fama. Mientras otros profetas aparecían dramáticamente con mensajes urgentes y luego desaparecían, él permanecía como presencia constante de la palabra de Dios en medio del caos político y la inestabilidad nacional.
La vida de Eliseo plantea preguntas incómodas para cualquier creyente: ¿Buscamos poder espiritual para servir o para impresionar? ¿Valoramos la fidelidad silenciosa tanto como los milagros públicos? ¿Estamos dispuestos a invertir décadas en ministerios que nadie celebra? Las respuestas están en tres verdades únicas que emergen de su extraordinaria vida de servicio humilde.
La Herencia Espiritual Que Transforma Generaciones
Imagine a un maestro carpintero que ha perfeccionado su oficio durante décadas. Sus manos expertas convierten madera ordinaria en muebles extraordinarios. Cuando finalmente llega el momento de retirarse, debe decidir a quién le entregará sus mejores herramientas. No las dará a cualquiera, sino a quien haya demostrado pasión por el oficio y compromiso con la excelencia. Así funcionan las herencias espirituales en el reino de Dios.
Cuando Elías preguntó a Eliseo qué podía hacer por él antes de partir, la respuesta fue sorprendente. Como leemos en 2 Reyes 2:9: «Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí». Esta petición no era ambición desmedida ni deseo de superar al maestro. Era el pedido legítimo de un heredero espiritual que entendía la magnitud de la tarea que enfrentaría. El término «doble porción» se refería al derecho del primogénito en una herencia familiar, indicando continuidad y responsabilidad, no competencia.
Eliseo reconocía una verdad fundamental: el ministerio de Dios trasciende personas específicas. Los siervos fieles vienen y van, pero la obra del Señor debe continuar. Por eso necesitaba más que buenas intenciones o educación teológica; necesitaba el mismo poder sobrenatural que había capacitado a su mentor. Su humildad brillaba en esa petición: admitía que sin equipamiento divino, fracasaría rotundamente en su llamado.
Los hechos confirmaron que Dios honró su solicitud. Mientras Elías realizó ocho milagros registrados en las Escrituras, Eliseo realizó dieciséis, literalmente el doble. No porque fuera superior a su maestro, sino porque Dios provee recursos suficientes para cada generación que le sirve fielmente. Esta transferencia de autoridad profética estableció un principio crucial: la preparación espiritual requiere solicitar específicamente la capacitación necesaria, no simplemente esperar que caiga del cielo.
En muchas comunidades latinoamericanas, el liderazgo espiritual se improvisa con demasiada frecuencia. Personas bien intencionadas asumen responsabilidades ministeriales sin preparación adecuada ni mentoría intencional. Eliseo nos enseña que la humildad genuina reconoce sus limitaciones y busca activamente la capacitación que necesita. Su ejemplo desafía tanto a mentores que deben invertir en sucesores como a discípulos que deben pedir humildemente el equipamiento divino para servir eficazmente.
Como nos recuerda el apóstol Pablo en 2 Timoteo 2:2: «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros». El crecimiento del reino requiere relaciones intencionales de discipulado donde la sabiduría ministerial se transfiere de generación en generación. Además, Santiago 1:5 nos anima: «Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche». La provisión divina está disponible, pero debe solicitarse con humildad y fe.
El Verdadero Tamaño de la Grandeza Ministerial
Si Eliseo recibió doble porción de poder profético, ¿cómo utilizó esa autoridad divina extraordinaria? Aquí es donde su historia se vuelve radicalmente diferente a muchos ministerios modernos. En lugar de buscar plataformas nacionales o consultar exclusivamente con reyes poderosos, él bajó al nivel de las personas comunes. Se ensució las manos con las necesidades cotidianas de viudas pobres, madres afligidas, leprosos rechazados y hasta enemigos extranjeros.
Considere sus milagros más conocidos: multiplicó aceite para una viuda endeudada que enfrentaba la esclavitud de sus hijos. Resucitó al hijo de una mujer sunamita que lo había hospedado generosamente. Sanó de lepra a Naamán, un general sirio que era técnicamente enemigo de Israel. Purificó agua contaminada que enfermaba a toda una ciudad. Estos no eran actos diseñados para impresionar a audiencias masivas o generar titulares en medios de comunicación, sino respuestas compasivas a necesidades individuales reales.
¿Qué revelan estos ministerios sobre el corazón de Dios? Revelan que el Señor se preocupa tanto por las necesidades individuales como por los grandes movimientos nacionales. Como declara Jesús en Mateo 11:28: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar». Eliseo encarnaba esa compasión divina que no distingue entre personas importantes y personas olvidadas, entre compatriotas y extranjeros, entre ricos influyentes y pobres invisibles.
Imagine a un médico brillante con habilidades extraordinarias. Podría elegir atender exclusivamente a presidentes, empresarios millonarios y celebridades que le pagarían fortunas. Pero en lugar de eso, divide su tiempo entre hospitales privados y clínicas rurales donde campesinos pobres reciben el mismo cuidado experto. Su grandeza profesional se magnifica precisamente cuando sirve a quienes no pueden pagarle nada. Así era Eliseo: su poder profético brillaba más intensamente cuando sanaba leprosos marginados que cuando aconsejaba reyes en palacios.
En muchas culturas latinoamericanas, el prestigio ministerial se asocia con congregaciones numerosas, contactos políticos o programas de televisión. Eliseo confronta radicalmente esa mentalidad. Él demuestra que la grandeza espiritual se mide por el servicio a los vulnerables, no por la influencia sobre los poderosos. Como Jesús mismo declaró en Mateo 25:40: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis».
Esta compasión práctica debe caracterizar a todo creyente genuino. Lucas 14:13 nos instruye: «Antes bien, cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos». El impacto eterno se construye sirviendo a personas que la sociedad ignora. Además, Romanos 12:15 nos llama a desarrollar sensibilidad pastoral: «Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran». Como Eliseo, los cristianos deben aprender a ver las cargas personales escondidas detrás de las máscaras sociales que todos usamos.
La Fuerza Silenciosa de la Perseverancia Cotidiana
Si Eliseo mostró compasión extraordinaria hacia individuos necesitados, ¿cómo sostuvo ese ministerio durante décadas de inestabilidad política sin agotarse ni desaparecer? Aquí encontramos quizás la lección más poderosa de su vida: la fuerza transformadora de la fidelidad constante sin necesidad de protagonismo público. Mientras su mentor Elías tuvo un ministerio intenso pero relativamente breve lleno de confrontaciones dramáticas, Eliseo sirvió tranquilamente durante más de cincuenta años atravesando múltiples reinados y crisis nacionales.
Piense en un río caudaloso que fluye constantemente. No hace ruido espectacular ni atrae multitudes de turistas, pero riega silenciosamente miles de hectáreas año tras año. Las cosechas dependen de su presencia constante, no de sus momentos dramáticos. En contraste, los arroyos pequeños hacen mucho ruido cuando crecen temporalmente después de las lluvias, impresionan por un momento, pero se secan rápidamente cuando llega la sequía. Eliseo era como ese río profundo: su ministerio constante nutrió generaciones enteras sin buscar aplausos ni generar drama innecesario.
Su longevidad ministerial se caracterizó por obediencia constante más que espectáculos dramáticos. Cuando Siria sitió Samaria y el hambre desesperaba a la población, él profetizó liberación y Dios confundió a los enemigos que huyeron abandonando provisiones abundantes. Cuando el rey Joás lo visitó en su lecho de muerte, Eliseo todavía profetizaba victoria sobre enemigos nacionales. Incluso después de muerto, sus huesos resucitaron a un hombre, testimoniando que el poder de Dios permanecía con él hasta el final.
¿Qué permitió esta clase de servicio duradero sin agotamiento ni abandono? La respuesta está en su independencia del reconocimiento externo. Eliseo no necesitaba multitudes admirándolo ni reyes consultándolo constantemente para mantener su fidelidad. Su ministerio fluía de una relación íntima con Dios, no de aprobación humana o aplausos públicos. Esto le permitió servir efectivamente independientemente de circunstancias políticas cambiantes o modas religiosas pasajeras que afectaban a otros profetas.
En contextos latinoamericanos donde la cultura frecuentemente celebra más lo espectacular que lo constante, Eliseo nos enseña el valor de la perseverancia sostenida. Su ejemplo confronta la mentalidad que busca resultados inmediatos, reconocimiento constante o milagros semanales para validar el ministerio. Como declara Lucas 16:10: «El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel». La verdadera efectividad espiritual se construye día tras día, año tras año, decisión tras decisión, no en momentos aislados de gloria que todos celebran.
El apóstol Pablo captura este principio en 1 Corintios 15:58: «Por tanto, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre». La fidelidad cotidiana construye impacto duradero que trasciende generaciones. Además, 2 Corintios 5:17 nos recuerda que nuestra identidad en Cristo sostiene el ministerio más que las condiciones externas: «De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas».
Herederos de un Legado Transformador
La vida de Eliseo nos deja tres verdades que confrontan, consuelan y corrigen simultáneamente. Primero, él pidió y recibió doble porción del espíritu profético, enseñando que todos deben buscar activamente la capacitación espiritual necesaria para servir eficazmente en el reino de Dios. La preparación ministerial no es opcional ni automática; requiere humildad para reconocer limitaciones y valentía para solicitar equipamiento divino específico.
Segundo, Eliseo mostró compasión personal hacia individuos necesitados, recordando que la grandeza ministerial se mide por el servicio a los vulnerables que nadie más atiende. Su ministerio confronta la búsqueda moderna de plataformas grandes y audiencias masivas, redefiniendo el éxito espiritual según los parámetros del reino. Los marginados, rechazados y olvidados merecen la misma atención compasiva que los influyentes y poderosos.
Tercero, él sirvió fielmente durante décadas sin buscar protagonismo, demostrando que la perseverancia silenciosa construye impacto duradero que trasciende generaciones. Su constancia consuela a quienes sirven humildemente sin reconocimiento público, validando que Dios valora la fidelidad cotidiana tanto como los milagros espectaculares. El ministerio efectivo se mide en décadas de obediencia, no en momentos virales de popularidad temporal.
Estas verdades confrontan la búsqueda contemporánea de espectáculo ministerial y reconocimiento instantáneo. Consuelan a quienes sirven fielmente en lugares pequeños donde nadie aplaude ni registra sus sacrificios diarios. Corrigen la falsa idea de que solo los ministerios dramáticos con plataformas masivas son efectivos en el avance del reino de Dios.
Como Eliseo, todos los creyentes están llamados a prepararse espiritualmente solicitando humildemente el equipamiento divino que necesitan. Están llamados a servir compasivamente a quienes les rodean, especialmente a los vulnerables que la sociedad ignora. Y están llamados a perseverar fielmente independientemente de las circunstancias externas o el reconocimiento que reciben de otros. Como nos recuerda Salmo 145:4: «Una generación celebrará tus obras a otra generación, y anunciarán tus poderosos hechos». El legado de fidelidad inspira durante generaciones enteras, mucho después que los aplausos temporales se desvanecen en silencio olvidado.
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