March 25th, 2025
¿Es bíblico tener solo un pastor en una iglesia?
Por: Edgar Nazario | Tiempo de lectura 10-15 minutos
En el paisaje contemporáneo del cristianismo evangélico, hemos normalizado una estructura que, sorprendentemente, no encuentra respaldo en las páginas de la Escritura: la iglesia dirigida por un solo pastor. Esta figura casi heroica que predica cada domingo, aconseja durante la semana, visita a los enfermos, administra los recursos, y carga sobre sus hombros el peso espiritual de toda una congregación, se ha convertido en nuestro modelo estándar. Sin embargo, al examinar el testimonio bíblico con detenimiento, descubrimos que este patrón tan familiar para nosotros está notablemente ausente en el Nuevo Testamento.
Después de ocho décadas observando tendencias eclesiales, he visto cómo este modelo del "pastor único" ha producido tanto líderes agotados como congregaciones espiritualmente inmaduras. Es tiempo de reconsiderar nuestras prácticas a la luz de la sabiduría divina. En este artículo, exploraremos tres razones fundamentales por las que el modelo de liderazgo plural refleja con mayor fidelidad el diseño de Dios para Su iglesia.
1. La Biblia nunca muestra iglesias con un solo pastor
El testimonio de la Escritura es consistente y claro: las iglesias del Nuevo Testamento eran dirigidas por un grupo de líderes, no por un individuo solitario. Este patrón no es accidental, sino intencional.
En Hechos 14:23, Lucas registra las actividades de Pablo y Bernabé en su primer viaje misionero: «Y constituyeron ancianos en cada iglesia, y habiendo orado con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído». Observen cuidadosamente el plural: constituyeron "ancianos" (no un anciano) en "cada iglesia". Esta pluralidad en el liderazgo era la norma, no la excepción.
Este patrón se repite a lo largo de todo el Nuevo Testamento. Cuando Pablo escribe a los filipenses, saluda a los «obispos y diáconos» (Filipenses 1:1), utilizando nuevamente el plural. Al instruir a Tito sobre la organización de las nuevas congregaciones en Creta, le encomienda «establecer ancianos en cada ciudad» (Tito 1:5), manteniendo el mismo principio de liderazgo compartido.
Incluso en la iglesia madre de Jerusalén, encontramos a Santiago trabajando en conjunto con los demás ancianos (Hechos 15:6-22), nunca como una autoridad única y aislada. Cuando se necesitaba tomar decisiones importantes, los «apóstoles y los ancianos» (nuevamente en plural) se reunían para deliberar juntos.
Por su parte, el apóstol Pedro se identifica a sí mismo como «anciano también con ellos» cuando escribe a las iglesias (1 Pedro 5:1), reconociendo su pertenencia a un colegio de líderes, no como figura solitaria. Y cuando Santiago instruye sobre la atención a los enfermos, aconseja llamar a «los ancianos de la iglesia» (Santiago 5:14), confirmando una vez más este modelo plural.
A la luz de esta evidencia bíblica, ¿no resulta extraño que hayamos adoptado como norma lo que las Escrituras nunca modelan? La recurrencia del modelo plural no puede ser casualidad o mero producto de circunstancias históricas. Refleja un principio divino: el liderazgo en la iglesia de Cristo debe ser compartido.
Imagina un equipo de fútbol donde solo hay un jugador y un entrenador. Por muy talentoso que sea ese único jugador, resultaría absurdo esperar que pueda competir efectivamente contra un equipo completo. Cada posición requiere habilidades específicas: la visión del mediocampista, la precisión del delantero, la resistencia del defensa, la agilidad del portero. Un solo individuo, por extraordinario que sea, nunca podrá cubrir todas estas funciones con igual destreza.
De manera similar, una iglesia liderada por un solo pastor carece inevitablemente de la diversidad de dones, perspectivas y fortalezas que Dios ha diseñado para Su iglesia. Cada líder aporta cualidades únicas al equipo pastoral: algunos son maestros excepcionales pero carecen de habilidades administrativas; otros son compasivos consejeros pero no son oradores dinámicos; algunos tienen discernimiento agudo para resolver conflictos mientras otros poseen visión estratégica para el futuro. La pluralidad permite que estos diversos dones se complementen, beneficiando así a toda la congregación.
2. Ningún hombre puede cargar solo con el ministerio
La segunda razón fundamental para el liderazgo plural es eminentemente práctica: la carga del ministerio pastoral es simplemente demasiado pesada para que una sola persona la soporte de manera sostenible.
Esta verdad no es nueva. En el Antiguo Testamento encontramos a Moisés enfrentando precisamente este desafío. Intentando liderar solo a la nación de Israel, se agotaba juzgando todos los casos del pueblo desde la mañana hasta la noche. Su suegro Jetro, observando esta situación insostenible, le ofreció un sabio consejo registrado en Éxodo 18:17-18: «Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo».
La advertencia de Jetro —«desfallecerás del todo»— ha demostrado ser profética para innumerables pastores solitarios a lo largo de los siglos. El agotamiento ministerial (burnout) no es meramente un fenómeno moderno producto de nuestra cultura acelerada; es el resultado natural de ignorar el principio divino de liderazgo compartido.
Jesús mismo comprendía esta realidad cuando envió a sus discípulos «de dos en dos» (Lucas 10:1), reconociendo la importancia del compañerismo y apoyo mutuo en la obra ministerial. El apóstol Pablo, a pesar de su extraordinario celo y energía, nunca trabajó solo, sino que siempre colaboró con compañeros como Bernabé, Silas, Timoteo, Priscila y Aquila, y muchos otros. Incluso durante sus encarcelamientos, dependía del apoyo de sus colaboradores.
Cuando un solo pastor intenta cumplir todas las funciones ministeriales —predicación, enseñanza, consejería, visitación, administración, resolución de conflictos, planificación estratégica, y más— las consecuencias son predecibles y lamentables. Algunas áreas del ministerio inevitablemente recibirán menos atención que otras. Su vida familiar frecuentemente sufre mientras intenta satisfacer las necesidades interminables de la congregación. Y con el tiempo, el agotamiento físico, emocional y espiritual se vuelve prácticamente inevitable.
Conocí a un pastor que intentó hacer todo en su iglesia: predicaba tres veces por semana, visitaba hospitales diariamente, aconsejaba a parejas en crisis, administraba los recursos eclesiales, lideraba capacitaciones, representaba a la iglesia en eventos comunitarios, y mucho más. Era admirado por su dedicación incansable. Sin embargo, después de cinco años de este ritmo insostenible, sufrió un colapso nervioso tan severo que tuvo que abandonar completamente el ministerio por más de un año.
Durante su recuperación, su esposa confesó entre lágrimas: «La iglesia se llevó lo mejor de él, y nosotros —su familia— recibimos solamente las sobras». Este testimonio desgarrador debería hacernos reflexionar profundamente. El sacrificio de la salud y la familia no es lo que Dios demanda de sus pastores. Tales colapsos no son señales de extraordinaria devoción, sino consecuencias predecibles de ignorar la sabiduría divina sobre el liderazgo compartido.
3. Un solo pastor puede convertirse en un ídolo
La tercera razón para el liderazgo plural toca un asunto más sutil pero igualmente peligroso: la tendencia humana hacia la idolatría, incluso dentro de la iglesia.
El apóstol Pablo enfrentó este problema en la iglesia de Corinto, donde los creyentes se habían dividido en facciones según sus líderes favoritos. En 1 Corintios 3:4-7, aborda directamente esta situación: «Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales? ¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios».
La corrección de Pablo es contundente. Ningún líder, por dotado o usado por Dios que sea, debe ocupar un lugar central en la lealtad de los creyentes. Los líderes son simplemente «servidores» —instrumentos en las manos del Señor— y todo crecimiento verdadero proviene únicamente de Dios.
Cuando una iglesia tiene un solo pastor, el riesgo de esta clase de idolatría aumenta exponencialmente. La congregación comienza a identificar la iglesia con ese individuo: "la iglesia del Pastor Rodríguez" o "la iglesia del Pastor Gómez". El pastor se convierte gradualmente en el centro de atención, la fuente exclusiva de enseñanza, y frecuentemente, en objeto de admiración excesiva. Con el tiempo, muchos miembros desarrollan una dependencia malsana del pastor, buscando constantemente su aprobación, imitando sus maneras de hablar y pensar, y confiando implícitamente en sus interpretaciones sin examinarlas a la luz de la Escritura.
Esta dinámica contradice directamente el principio fundamental de que Cristo es la única cabeza de la iglesia (Efesios 1:22-23). La iglesia no pertenece a ningún hombre; pertenece exclusivamente a Cristo quien la compró con su sangre. Cuando múltiples pastores comparten el liderazgo, el enfoque naturalmente se desplaza de las personalidades individuales hacia Cristo mismo, y la congregación está mejor protegida contra el peligroso culto a la personalidad.
Hace algunos años, conocí una congregación que había sido liderada por un carismático y talentoso pastor durante más de 25 años. Este hombre era un excelente predicador, tenía un corazón compasivo, y había guiado a la iglesia a través de múltiples expansiones. Cuando falleció inesperadamente, la iglesia entró en una profunda crisis. Aproximadamente la mitad de los miembros abandonaron la congregación en los meses siguientes, expresando: «Esta ya no es nuestra iglesia».
Lo revelador de esta situación no fue simplemente la tristeza natural por la pérdida de un líder querido, sino la incapacidad de muchos para concebir la iglesia sin "su pastor". Sin darse cuenta, habían estado adorando inconscientemente al mensajero en lugar del mensaje, al siervo en lugar del Señor. Esta es precisamente la razón por la que el modelo del pastor único resulta tan peligroso: facilita la creación de ídolos humanos dentro del santuario de Dios.
Conclusión: Retornando al modelo bíblico
Al examinar estas tres razones fundamentales —el testimonio bíblico del liderazgo plural, la imposibilidad práctica de que un solo hombre soporte toda la carga ministerial, y el peligro de la idolatría— la conclusión resulta ineludible: el modelo de pastor único que prevalece en muchas de nuestras iglesias no refleja el diseño original de Dios para Su pueblo.
Esto no significa que debamos menospreciar o criticar a aquellos fieles pastores que actualmente sirven solos en sus congregaciones. Muchos lo hacen por circunstancias, no por elección, y merecen nuestro profundo respeto y apoyo. Sin embargo, reconocer que esta situación no representa el ideal bíblico nos impulsa a trabajar hacia un modelo más saludable y sostenible.
El modelo bíblico de liderazgo eclesial siempre implica pluralidad, nunca un pastor solitario. Esta pluralidad protege tanto al pastor como a la congregación, distribuye la carga del ministerio según los dones de cada uno, y ayuda a mantener el enfoque apropiado en Cristo como la única cabeza de la iglesia.
A la luz de estas verdades, permítanme proponerles tres pasos concretos:
Uno de los mayores obstáculos para el crecimiento saludable de la iglesia en nuestros días es el modelo no bíblico del "pastor superhéroe" que intenta hacerlo todo. Al volver al patrón bíblico de liderazgo compartido, no solo honramos el diseño sabio de Dios sino que también liberamos a la iglesia para funcionar como el cuerpo de muchos miembros que fue creada para ser.
Después de ocho décadas observando tendencias eclesiales, he visto cómo este modelo del "pastor único" ha producido tanto líderes agotados como congregaciones espiritualmente inmaduras. Es tiempo de reconsiderar nuestras prácticas a la luz de la sabiduría divina. En este artículo, exploraremos tres razones fundamentales por las que el modelo de liderazgo plural refleja con mayor fidelidad el diseño de Dios para Su iglesia.
1. La Biblia nunca muestra iglesias con un solo pastor
El testimonio de la Escritura es consistente y claro: las iglesias del Nuevo Testamento eran dirigidas por un grupo de líderes, no por un individuo solitario. Este patrón no es accidental, sino intencional.
En Hechos 14:23, Lucas registra las actividades de Pablo y Bernabé en su primer viaje misionero: «Y constituyeron ancianos en cada iglesia, y habiendo orado con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído». Observen cuidadosamente el plural: constituyeron "ancianos" (no un anciano) en "cada iglesia". Esta pluralidad en el liderazgo era la norma, no la excepción.
Este patrón se repite a lo largo de todo el Nuevo Testamento. Cuando Pablo escribe a los filipenses, saluda a los «obispos y diáconos» (Filipenses 1:1), utilizando nuevamente el plural. Al instruir a Tito sobre la organización de las nuevas congregaciones en Creta, le encomienda «establecer ancianos en cada ciudad» (Tito 1:5), manteniendo el mismo principio de liderazgo compartido.
Incluso en la iglesia madre de Jerusalén, encontramos a Santiago trabajando en conjunto con los demás ancianos (Hechos 15:6-22), nunca como una autoridad única y aislada. Cuando se necesitaba tomar decisiones importantes, los «apóstoles y los ancianos» (nuevamente en plural) se reunían para deliberar juntos.
Por su parte, el apóstol Pedro se identifica a sí mismo como «anciano también con ellos» cuando escribe a las iglesias (1 Pedro 5:1), reconociendo su pertenencia a un colegio de líderes, no como figura solitaria. Y cuando Santiago instruye sobre la atención a los enfermos, aconseja llamar a «los ancianos de la iglesia» (Santiago 5:14), confirmando una vez más este modelo plural.
A la luz de esta evidencia bíblica, ¿no resulta extraño que hayamos adoptado como norma lo que las Escrituras nunca modelan? La recurrencia del modelo plural no puede ser casualidad o mero producto de circunstancias históricas. Refleja un principio divino: el liderazgo en la iglesia de Cristo debe ser compartido.
Imagina un equipo de fútbol donde solo hay un jugador y un entrenador. Por muy talentoso que sea ese único jugador, resultaría absurdo esperar que pueda competir efectivamente contra un equipo completo. Cada posición requiere habilidades específicas: la visión del mediocampista, la precisión del delantero, la resistencia del defensa, la agilidad del portero. Un solo individuo, por extraordinario que sea, nunca podrá cubrir todas estas funciones con igual destreza.
De manera similar, una iglesia liderada por un solo pastor carece inevitablemente de la diversidad de dones, perspectivas y fortalezas que Dios ha diseñado para Su iglesia. Cada líder aporta cualidades únicas al equipo pastoral: algunos son maestros excepcionales pero carecen de habilidades administrativas; otros son compasivos consejeros pero no son oradores dinámicos; algunos tienen discernimiento agudo para resolver conflictos mientras otros poseen visión estratégica para el futuro. La pluralidad permite que estos diversos dones se complementen, beneficiando así a toda la congregación.
2. Ningún hombre puede cargar solo con el ministerio
La segunda razón fundamental para el liderazgo plural es eminentemente práctica: la carga del ministerio pastoral es simplemente demasiado pesada para que una sola persona la soporte de manera sostenible.
Esta verdad no es nueva. En el Antiguo Testamento encontramos a Moisés enfrentando precisamente este desafío. Intentando liderar solo a la nación de Israel, se agotaba juzgando todos los casos del pueblo desde la mañana hasta la noche. Su suegro Jetro, observando esta situación insostenible, le ofreció un sabio consejo registrado en Éxodo 18:17-18: «Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo».
La advertencia de Jetro —«desfallecerás del todo»— ha demostrado ser profética para innumerables pastores solitarios a lo largo de los siglos. El agotamiento ministerial (burnout) no es meramente un fenómeno moderno producto de nuestra cultura acelerada; es el resultado natural de ignorar el principio divino de liderazgo compartido.
Jesús mismo comprendía esta realidad cuando envió a sus discípulos «de dos en dos» (Lucas 10:1), reconociendo la importancia del compañerismo y apoyo mutuo en la obra ministerial. El apóstol Pablo, a pesar de su extraordinario celo y energía, nunca trabajó solo, sino que siempre colaboró con compañeros como Bernabé, Silas, Timoteo, Priscila y Aquila, y muchos otros. Incluso durante sus encarcelamientos, dependía del apoyo de sus colaboradores.
Cuando un solo pastor intenta cumplir todas las funciones ministeriales —predicación, enseñanza, consejería, visitación, administración, resolución de conflictos, planificación estratégica, y más— las consecuencias son predecibles y lamentables. Algunas áreas del ministerio inevitablemente recibirán menos atención que otras. Su vida familiar frecuentemente sufre mientras intenta satisfacer las necesidades interminables de la congregación. Y con el tiempo, el agotamiento físico, emocional y espiritual se vuelve prácticamente inevitable.
Conocí a un pastor que intentó hacer todo en su iglesia: predicaba tres veces por semana, visitaba hospitales diariamente, aconsejaba a parejas en crisis, administraba los recursos eclesiales, lideraba capacitaciones, representaba a la iglesia en eventos comunitarios, y mucho más. Era admirado por su dedicación incansable. Sin embargo, después de cinco años de este ritmo insostenible, sufrió un colapso nervioso tan severo que tuvo que abandonar completamente el ministerio por más de un año.
Durante su recuperación, su esposa confesó entre lágrimas: «La iglesia se llevó lo mejor de él, y nosotros —su familia— recibimos solamente las sobras». Este testimonio desgarrador debería hacernos reflexionar profundamente. El sacrificio de la salud y la familia no es lo que Dios demanda de sus pastores. Tales colapsos no son señales de extraordinaria devoción, sino consecuencias predecibles de ignorar la sabiduría divina sobre el liderazgo compartido.
3. Un solo pastor puede convertirse en un ídolo
La tercera razón para el liderazgo plural toca un asunto más sutil pero igualmente peligroso: la tendencia humana hacia la idolatría, incluso dentro de la iglesia.
El apóstol Pablo enfrentó este problema en la iglesia de Corinto, donde los creyentes se habían dividido en facciones según sus líderes favoritos. En 1 Corintios 3:4-7, aborda directamente esta situación: «Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales? ¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios».
La corrección de Pablo es contundente. Ningún líder, por dotado o usado por Dios que sea, debe ocupar un lugar central en la lealtad de los creyentes. Los líderes son simplemente «servidores» —instrumentos en las manos del Señor— y todo crecimiento verdadero proviene únicamente de Dios.
Cuando una iglesia tiene un solo pastor, el riesgo de esta clase de idolatría aumenta exponencialmente. La congregación comienza a identificar la iglesia con ese individuo: "la iglesia del Pastor Rodríguez" o "la iglesia del Pastor Gómez". El pastor se convierte gradualmente en el centro de atención, la fuente exclusiva de enseñanza, y frecuentemente, en objeto de admiración excesiva. Con el tiempo, muchos miembros desarrollan una dependencia malsana del pastor, buscando constantemente su aprobación, imitando sus maneras de hablar y pensar, y confiando implícitamente en sus interpretaciones sin examinarlas a la luz de la Escritura.
Esta dinámica contradice directamente el principio fundamental de que Cristo es la única cabeza de la iglesia (Efesios 1:22-23). La iglesia no pertenece a ningún hombre; pertenece exclusivamente a Cristo quien la compró con su sangre. Cuando múltiples pastores comparten el liderazgo, el enfoque naturalmente se desplaza de las personalidades individuales hacia Cristo mismo, y la congregación está mejor protegida contra el peligroso culto a la personalidad.
Hace algunos años, conocí una congregación que había sido liderada por un carismático y talentoso pastor durante más de 25 años. Este hombre era un excelente predicador, tenía un corazón compasivo, y había guiado a la iglesia a través de múltiples expansiones. Cuando falleció inesperadamente, la iglesia entró en una profunda crisis. Aproximadamente la mitad de los miembros abandonaron la congregación en los meses siguientes, expresando: «Esta ya no es nuestra iglesia».
Lo revelador de esta situación no fue simplemente la tristeza natural por la pérdida de un líder querido, sino la incapacidad de muchos para concebir la iglesia sin "su pastor". Sin darse cuenta, habían estado adorando inconscientemente al mensajero en lugar del mensaje, al siervo en lugar del Señor. Esta es precisamente la razón por la que el modelo del pastor único resulta tan peligroso: facilita la creación de ídolos humanos dentro del santuario de Dios.
Conclusión: Retornando al modelo bíblico
Al examinar estas tres razones fundamentales —el testimonio bíblico del liderazgo plural, la imposibilidad práctica de que un solo hombre soporte toda la carga ministerial, y el peligro de la idolatría— la conclusión resulta ineludible: el modelo de pastor único que prevalece en muchas de nuestras iglesias no refleja el diseño original de Dios para Su pueblo.
Esto no significa que debamos menospreciar o criticar a aquellos fieles pastores que actualmente sirven solos en sus congregaciones. Muchos lo hacen por circunstancias, no por elección, y merecen nuestro profundo respeto y apoyo. Sin embargo, reconocer que esta situación no representa el ideal bíblico nos impulsa a trabajar hacia un modelo más saludable y sostenible.
El modelo bíblico de liderazgo eclesial siempre implica pluralidad, nunca un pastor solitario. Esta pluralidad protege tanto al pastor como a la congregación, distribuye la carga del ministerio según los dones de cada uno, y ayuda a mantener el enfoque apropiado en Cristo como la única cabeza de la iglesia.
A la luz de estas verdades, permítanme proponerles tres pasos concretos:
- Examina las Escrituras por ti mismo. No aceptes simplemente tradiciones eclesiásticas sin verificar su fundamento bíblico. Estudia particularmente los pasajes del Nuevo Testamento relacionados con el liderazgo en la iglesia primitiva.
- Si perteneces a una iglesia con un solo pastor, ora y busca maneras de apoyar una transición gradual hacia un modelo de liderazgo plural. Esto podría comenzar identificando y desarrollando a hombres dentro de la congregación que muestren cualidades de ancianos potenciales.
- Si eres un pastor que sirve solo, reconoce humildemente las limitaciones de este modelo y comienza a trabajar intencionalmente para desarrollar a otros líderes que puedan compartir la carga contigo. Esto no disminuirá tu ministerio sino que lo multiplicará.
Uno de los mayores obstáculos para el crecimiento saludable de la iglesia en nuestros días es el modelo no bíblico del "pastor superhéroe" que intenta hacerlo todo. Al volver al patrón bíblico de liderazgo compartido, no solo honramos el diseño sabio de Dios sino que también liberamos a la iglesia para funcionar como el cuerpo de muchos miembros que fue creada para ser.
Artículos anteriores:
¿Cómo tener un liderazgo bíblico en tu iglesia?
March 31st, 2025
¿Es bíblico tener solo un pastor en una iglesia?
March 25th, 2025
¿Cómo llego a ser el peor miembro de mi iglesia?
March 19th, 2025
¿Es la inmigración un derecho?
March 4th, 2025
¿Cómo evangelizar efectivamente?
February 25th, 2025
¿Cómo lidiar con los fracasos?
February 18th, 2025
La Tarea Sagrada: Construyendo un Legado de Fe en su Familia
February 17th, 2025
El Shemá: Haciendo de Su Hogar un Centro de Adoración
February 17th, 2025
El Plan Divino de Dios: Entendiendo Su Propósito para la Familia
February 17th, 2025
¿Cómo lidiar con los abusadores?
February 11th, 2025
No Comments