January 7th, 2025
¿Por qué el catolicismo romano no es bíblico?
Por: Carlos Maysonet | Tiempo de lectura 10-15 minutos
El catolicismo romano es una de las tradiciones religiosas más antiguas y extendidas del mundo. Sin embargo, al examinar sus doctrinas y prácticas a la luz de la Biblia, surgen serias discrepancias. En este artículo, exploraremos tres razones fundamentales por las cuales el catolicismo romano se desvía de las enseñanzas bíblicas: predica un evangelio diferente, rechaza la autoridad exclusiva de las Escrituras, y distorsiona la doctrina de la justificación. Al hacerlo, nuestro objetivo no es menospreciar a nadie, sino más bien invitar a un examen honesto y respetuoso de estas importantes cuestiones a la luz de la Palabra de Dios.
Punto 1: El catolicismo romano predica un evangelio diferente
La esencia del evangelio bíblico es clara: la salvación es por gracia mediante la fe en Cristo Jesús (Efesios 2:8-9). Sin embargo, el catolicismo romano añade requisitos humanos a este mensaje, desviándose así de la verdad. El apóstol Pablo advierte severamente contra esta práctica en Gálatas 1:8-9: «Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema».
La inclusión de obras, sacramentos e indulgencias como necesarios para la salvación contradice la suficiencia de la obra de Cristo en la cruz. Cuando Jesús dijo «Consumado es» (Juan 19:30), declaró que había completado todo lo necesario para nuestra redención. Añadir cualquier elemento humano a esta obra perfecta es negar su eficacia.
Consideremos también Romanos 11:6: «Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia». Este versículo deja en claro que la gracia y las obras son mutuamente excluyentes en lo que respecta a la salvación. Intentar combinarlas equivale a anular la gracia y establecer un sistema basado en méritos humanos, algo completamente ajeno al evangelio.
El libro de Hechos registra la respuesta de los apóstoles cuando algunos enseñaban que la circuncisión era necesaria para la salvación (Hechos 15:1-11). Pedro se opuso firmemente a esta noción, afirmando que tanto judíos como gentiles son salvos por la gracia del Señor Jesús (v.11). Los apóstoles reconocieron unánimemente que imponer requisitos adicionales sería poner un yugo sobre el cuello de los discípulos que ni ellos ni sus padres habían podido llevar (v.10). De la misma manera, el catolicismo coloca sobre sus adherentes una carga de obras y rituales que oscurecen la simplicidad del evangelio de la gracia.
Pensemos en un manantial de agua pura. Por más mínima que sea la impureza que se le añada, deja de ser apta para el consumo. De la misma manera, agregar requisitos humanos al evangelio de la gracia contamina y distorsiona su mensaje. El apóstol Pablo estaba tan preocupado por esta grave amenaza que dedicó toda una epístola, Gálatas, a combatir la herejía del legalismo y defender la pureza del evangelio. Su lenguaje es inusualmente duro, llegando a desear que los falsos maestros se mutilaran a sí mismos (Gálatas 5:12). Esto subraya la seriedad del asunto: distorsionar el evangelio es un error con consecuencias eternas.
Como cristianos, debemos defender celosamente la pureza del evangelio. Esto implica evaluar toda enseñanza religiosa bajo la autoridad suprema de la Escritura (Hechos 17:11), compartir el verdadero evangelio con quienes están atrapados en sistemas legalistas (Marcos 16:15), y orar por discernimiento para reconocer y rechazar cualquier falso evangelio (Filipenses 1:9-10).
Que nunca se diga de nosotros lo que Pablo dijo de los gálatas: «Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente» (Gálatas 1:6). Más bien, aferrémonos firmemente a la verdad que nos ha hecho libres (Juan 8:32), prontos para defenderla y proclamarla con amor y convicción.
Punto 2: El catolicismo romano rechaza la autoridad exclusiva de las Escrituras
Un segundo punto de divergencia entre el catolicismo romano y la fe bíblica es la cuestión de la autoridad. Mientras que la Biblia se declara a sí misma como la revelación completa y suficiente de Dios para la fe y la práctica (2 Timoteo 3:16-17), el catolicismo eleva la tradición y las enseñanzas del magisterio al mismo nivel de autoridad que la Escritura.
Esta postura socava la suficiencia y supremacía de la Palabra de Dios. La Escritura es enfática en cuanto a su propia autoridad: «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Timoteo 3:16-17). Note que el pasaje no dice "Toda Escritura y tradición" o "Toda Escritura y magisterio". La Biblia se basta a sí misma para equipar completamente al creyente. Introducir fuentes de autoridad extra-bíblicas es ir más allá de lo que está escrito (1 Corintios 4:6).
Jesús confrontó este mismo error en los líderes religiosos de su tiempo, quienes invalidaban la Palabra de Dios con sus tradiciones (Marcos 7:7). Hoy, este problema persiste cada vez que se acepta como dogma aquello que no proviene de la Escritura. La elevación de la tradición al nivel de la Escritura ha llevado al catolicismo a adoptar doctrinas y prácticas que carecen de base bíblica, como el purgatorio, la veneración de María y los santos, y la infalibilidad papal. Estas enseñanzas no solo carecen de respaldo escritural, sino que en muchos casos contradicen directamente las verdades bíblicas.
La Escritura advierte repetidamente contra añadir o quitar de la Palabra de Dios. Deuteronomio 4:2 dice: «No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordene». Apocalipsis cierra con una advertencia similar: «Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida…» (Apocalipsis 22:18-19). Estas fuertes palabras subrayan la seriedad de alterar la revelación divina con ideas humanas.
El cristiano cuya vida se rige por múltiples fuentes de autoridad se asemeja a un capitán de barco que sigue varios mapas a la vez. Tal curso sólo puede llevar al naufragio espiritual. En cambio, estamos llamados a anclar nuestra fe únicamente en la Palabra inspirada por el Espíritu Santo (2 Pedro 1:20-21). Como declara el salmista: «Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino» (Salmo 119:105). La Escritura es nuestra única guía infalible y autoridad final.
En la práctica, esto significa dedicar tiempo regularmente al estudio bíblico (Salmos 119:105), rechazar doctrinas que carezcan de claro respaldo escritural (Isaías 8:20), y defender la suficiencia de la Biblia al hablar de nuestra fe (Judas 3). Implica también estar alertas a la tendencia humana de elevar tradiciones y enseñanzas por encima de la Palabra (Mateo 15:8-9).
Que Dios nos ayude a afirmar con los reformadores: "Sola Scriptura", la Escritura sola como la regla infalible de fe y conducta. Porque «el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mateo 24:35).
Punto 3: El catolicismo romano distorsiona la doctrina de la justificación
Un tercer aspecto crucial donde el catolicismo romano se aparta del cristianismo bíblico es en la doctrina de la justificación. Romanos 5:1 declara: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo». La justificación bíblica es un acto legal de Dios por el cual perdona al pecador y lo declara justo, únicamente sobre la base de la fe en Cristo y Su obra perfecta.
El Nuevo Testamento es enfático en que la justificación es solo por gracia, solo por fe, y solo en Cristo. Romanos 3:28 dice: «Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley». Gálatas 2:16 añade: «Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley; por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado». Estos pasajes excluyen inequívocamente las obras humanas de la justificación.
En marcado contraste, el catolicismo enseña que la justificación es un proceso que requiere la cooperación del individuo a través de obras, sacramentos y penitencias. Esta perspectiva no sólo contradice pasajes como Efesios 2:8-9 y Romanos 3:28, sino que implica que el sacrificio de Cristo fue insuficiente. Esto va en contra de Hebreos 10:14, que afirma que Cristo «con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados».
El Concilio de Trento, una de las principales fuentes de doctrina católica, declara anatema a cualquiera que diga que la fe justificante no es otra cosa que la confianza en la misericordia divina (Canon 12), o que las buenas obras del justificado son solamente frutos y señales de la justificación obtenida, pero no una causa del aumento de ella (Canon 24). Estas declaraciones contradicen directamente la enseñanza bíblica de que somos justificados solo por la fe, aparte de las obras.
Imaginemos a un juez que declara inocente a un criminal sobre la base del pago hecho por un sustituto. La justicia de Dios opera de manera similar: la deuda infinita de nuestro pecado ha sido pagada en su totalidad por Cristo. Intentar añadir a ese pago es tan absurdo como pretender saldar una deuda que ya ha sido cancelada. Isaías 64:6 describe incluso nuestras mejores obras como «trapo de inmundicia» ante la santidad de Dios. Depender de ellas para la justificación es edificar sobre arena movediza.
Esta no es una cuestión secundaria. La manera en que entendemos la justificación determina cómo nos relacionamos con Dios. ¿Nos acercamos a Él sobre la base de nuestra propia justicia, o sobre la base de la justicia perfecta de Cristo imputada a nosotros mediante la fe? Lutero llamó a la doctrina de la justificación por la fe «el artículo por el cual la iglesia se mantiene en pie o cae». Su redescubrimiento desencadenó la Reforma protestante, que liberó a innumerables almas de un sistema de obras y las dirigió a descansar solo en Cristo.
El creyente que abraza la verdad bíblica de la justificación por fe puede descansar en la obra consumada de Cristo (Tito 3:5), compartir esta verdad liberadora con otros (Gálatas 2:16), y rechazar todo sistema religioso que condicione la salvación a méritos humanos (Romanos 4:4-5). Más que eso, puede regocijarse en la seguridad de su salvación, sabiendo que depende no de su propio desempeño, sino de la fidelidad inmutable de Aquel que prometió: «Al que a mí viene, no le echo fuera» (Juan 6:37).
En un mundo que constantemente nos dice que debemos ganarnos la aceptación de Dios, qué gloriosa liberación es abrazar el evangelio de la gracia. «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8-9). Este es el corazón del evangelio, y debemos defenderlo a toda costa.
Conclusión
A la luz de estas consideraciones, hacemos un llamado a nuestros amigos católicos a examinar las Escrituras y responder al llamado de confiar únicamente en Cristo para la salvación. Como bien lo resume Efesios 2:8-9: «Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe».
Asimismo, exhortamos a todo creyente en Cristo a proclamar fielmente las Asimismo, exhortamos a todo creyente en Cristo a proclamar fielmente las buenas nuevas de salvación por gracia mediante la fe. Esto requiere examinar nuestras propias creencias bajo la luz de la Palabra (Hechos 17:11), compartir la verdad con amor y compasión (Efesios 4:15), y orar fervientemente por quienes aún no conocen la libertad en Cristo (1 Timoteo 2:4).
Que el Señor nos dé sabiduría y gracia al abordar estos importantes asuntos. Recordemos que nuestro llamado no es juzgar, sino invitar a todos a experimentar la gloriosa salvación que se encuentra solo en Jesucristo. Como Pablo, que nuestro corazón anhele y ore para que todos sean salvos (Romanos 10:1).
En un mundo confundido por falsas enseñanzas y filosofías vacías, que seamos faros de luz, señalando a otros hacia la Verdad. «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:16). Que se diga de nosotros como de los primeros cristianos: «Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá» (Hechos 17:6).
Que la gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo sea con todos los que le aman con sinceridad.
Punto 1: El catolicismo romano predica un evangelio diferente
La esencia del evangelio bíblico es clara: la salvación es por gracia mediante la fe en Cristo Jesús (Efesios 2:8-9). Sin embargo, el catolicismo romano añade requisitos humanos a este mensaje, desviándose así de la verdad. El apóstol Pablo advierte severamente contra esta práctica en Gálatas 1:8-9: «Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema».
La inclusión de obras, sacramentos e indulgencias como necesarios para la salvación contradice la suficiencia de la obra de Cristo en la cruz. Cuando Jesús dijo «Consumado es» (Juan 19:30), declaró que había completado todo lo necesario para nuestra redención. Añadir cualquier elemento humano a esta obra perfecta es negar su eficacia.
Consideremos también Romanos 11:6: «Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia». Este versículo deja en claro que la gracia y las obras son mutuamente excluyentes en lo que respecta a la salvación. Intentar combinarlas equivale a anular la gracia y establecer un sistema basado en méritos humanos, algo completamente ajeno al evangelio.
El libro de Hechos registra la respuesta de los apóstoles cuando algunos enseñaban que la circuncisión era necesaria para la salvación (Hechos 15:1-11). Pedro se opuso firmemente a esta noción, afirmando que tanto judíos como gentiles son salvos por la gracia del Señor Jesús (v.11). Los apóstoles reconocieron unánimemente que imponer requisitos adicionales sería poner un yugo sobre el cuello de los discípulos que ni ellos ni sus padres habían podido llevar (v.10). De la misma manera, el catolicismo coloca sobre sus adherentes una carga de obras y rituales que oscurecen la simplicidad del evangelio de la gracia.
Pensemos en un manantial de agua pura. Por más mínima que sea la impureza que se le añada, deja de ser apta para el consumo. De la misma manera, agregar requisitos humanos al evangelio de la gracia contamina y distorsiona su mensaje. El apóstol Pablo estaba tan preocupado por esta grave amenaza que dedicó toda una epístola, Gálatas, a combatir la herejía del legalismo y defender la pureza del evangelio. Su lenguaje es inusualmente duro, llegando a desear que los falsos maestros se mutilaran a sí mismos (Gálatas 5:12). Esto subraya la seriedad del asunto: distorsionar el evangelio es un error con consecuencias eternas.
Como cristianos, debemos defender celosamente la pureza del evangelio. Esto implica evaluar toda enseñanza religiosa bajo la autoridad suprema de la Escritura (Hechos 17:11), compartir el verdadero evangelio con quienes están atrapados en sistemas legalistas (Marcos 16:15), y orar por discernimiento para reconocer y rechazar cualquier falso evangelio (Filipenses 1:9-10).
Que nunca se diga de nosotros lo que Pablo dijo de los gálatas: «Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente» (Gálatas 1:6). Más bien, aferrémonos firmemente a la verdad que nos ha hecho libres (Juan 8:32), prontos para defenderla y proclamarla con amor y convicción.
Punto 2: El catolicismo romano rechaza la autoridad exclusiva de las Escrituras
Un segundo punto de divergencia entre el catolicismo romano y la fe bíblica es la cuestión de la autoridad. Mientras que la Biblia se declara a sí misma como la revelación completa y suficiente de Dios para la fe y la práctica (2 Timoteo 3:16-17), el catolicismo eleva la tradición y las enseñanzas del magisterio al mismo nivel de autoridad que la Escritura.
Esta postura socava la suficiencia y supremacía de la Palabra de Dios. La Escritura es enfática en cuanto a su propia autoridad: «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Timoteo 3:16-17). Note que el pasaje no dice "Toda Escritura y tradición" o "Toda Escritura y magisterio". La Biblia se basta a sí misma para equipar completamente al creyente. Introducir fuentes de autoridad extra-bíblicas es ir más allá de lo que está escrito (1 Corintios 4:6).
Jesús confrontó este mismo error en los líderes religiosos de su tiempo, quienes invalidaban la Palabra de Dios con sus tradiciones (Marcos 7:7). Hoy, este problema persiste cada vez que se acepta como dogma aquello que no proviene de la Escritura. La elevación de la tradición al nivel de la Escritura ha llevado al catolicismo a adoptar doctrinas y prácticas que carecen de base bíblica, como el purgatorio, la veneración de María y los santos, y la infalibilidad papal. Estas enseñanzas no solo carecen de respaldo escritural, sino que en muchos casos contradicen directamente las verdades bíblicas.
La Escritura advierte repetidamente contra añadir o quitar de la Palabra de Dios. Deuteronomio 4:2 dice: «No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordene». Apocalipsis cierra con una advertencia similar: «Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida…» (Apocalipsis 22:18-19). Estas fuertes palabras subrayan la seriedad de alterar la revelación divina con ideas humanas.
El cristiano cuya vida se rige por múltiples fuentes de autoridad se asemeja a un capitán de barco que sigue varios mapas a la vez. Tal curso sólo puede llevar al naufragio espiritual. En cambio, estamos llamados a anclar nuestra fe únicamente en la Palabra inspirada por el Espíritu Santo (2 Pedro 1:20-21). Como declara el salmista: «Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino» (Salmo 119:105). La Escritura es nuestra única guía infalible y autoridad final.
En la práctica, esto significa dedicar tiempo regularmente al estudio bíblico (Salmos 119:105), rechazar doctrinas que carezcan de claro respaldo escritural (Isaías 8:20), y defender la suficiencia de la Biblia al hablar de nuestra fe (Judas 3). Implica también estar alertas a la tendencia humana de elevar tradiciones y enseñanzas por encima de la Palabra (Mateo 15:8-9).
Que Dios nos ayude a afirmar con los reformadores: "Sola Scriptura", la Escritura sola como la regla infalible de fe y conducta. Porque «el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mateo 24:35).
Punto 3: El catolicismo romano distorsiona la doctrina de la justificación
Un tercer aspecto crucial donde el catolicismo romano se aparta del cristianismo bíblico es en la doctrina de la justificación. Romanos 5:1 declara: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo». La justificación bíblica es un acto legal de Dios por el cual perdona al pecador y lo declara justo, únicamente sobre la base de la fe en Cristo y Su obra perfecta.
El Nuevo Testamento es enfático en que la justificación es solo por gracia, solo por fe, y solo en Cristo. Romanos 3:28 dice: «Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley». Gálatas 2:16 añade: «Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley; por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado». Estos pasajes excluyen inequívocamente las obras humanas de la justificación.
En marcado contraste, el catolicismo enseña que la justificación es un proceso que requiere la cooperación del individuo a través de obras, sacramentos y penitencias. Esta perspectiva no sólo contradice pasajes como Efesios 2:8-9 y Romanos 3:28, sino que implica que el sacrificio de Cristo fue insuficiente. Esto va en contra de Hebreos 10:14, que afirma que Cristo «con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados».
El Concilio de Trento, una de las principales fuentes de doctrina católica, declara anatema a cualquiera que diga que la fe justificante no es otra cosa que la confianza en la misericordia divina (Canon 12), o que las buenas obras del justificado son solamente frutos y señales de la justificación obtenida, pero no una causa del aumento de ella (Canon 24). Estas declaraciones contradicen directamente la enseñanza bíblica de que somos justificados solo por la fe, aparte de las obras.
Imaginemos a un juez que declara inocente a un criminal sobre la base del pago hecho por un sustituto. La justicia de Dios opera de manera similar: la deuda infinita de nuestro pecado ha sido pagada en su totalidad por Cristo. Intentar añadir a ese pago es tan absurdo como pretender saldar una deuda que ya ha sido cancelada. Isaías 64:6 describe incluso nuestras mejores obras como «trapo de inmundicia» ante la santidad de Dios. Depender de ellas para la justificación es edificar sobre arena movediza.
Esta no es una cuestión secundaria. La manera en que entendemos la justificación determina cómo nos relacionamos con Dios. ¿Nos acercamos a Él sobre la base de nuestra propia justicia, o sobre la base de la justicia perfecta de Cristo imputada a nosotros mediante la fe? Lutero llamó a la doctrina de la justificación por la fe «el artículo por el cual la iglesia se mantiene en pie o cae». Su redescubrimiento desencadenó la Reforma protestante, que liberó a innumerables almas de un sistema de obras y las dirigió a descansar solo en Cristo.
El creyente que abraza la verdad bíblica de la justificación por fe puede descansar en la obra consumada de Cristo (Tito 3:5), compartir esta verdad liberadora con otros (Gálatas 2:16), y rechazar todo sistema religioso que condicione la salvación a méritos humanos (Romanos 4:4-5). Más que eso, puede regocijarse en la seguridad de su salvación, sabiendo que depende no de su propio desempeño, sino de la fidelidad inmutable de Aquel que prometió: «Al que a mí viene, no le echo fuera» (Juan 6:37).
En un mundo que constantemente nos dice que debemos ganarnos la aceptación de Dios, qué gloriosa liberación es abrazar el evangelio de la gracia. «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8-9). Este es el corazón del evangelio, y debemos defenderlo a toda costa.
Conclusión
A la luz de estas consideraciones, hacemos un llamado a nuestros amigos católicos a examinar las Escrituras y responder al llamado de confiar únicamente en Cristo para la salvación. Como bien lo resume Efesios 2:8-9: «Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe».
Asimismo, exhortamos a todo creyente en Cristo a proclamar fielmente las Asimismo, exhortamos a todo creyente en Cristo a proclamar fielmente las buenas nuevas de salvación por gracia mediante la fe. Esto requiere examinar nuestras propias creencias bajo la luz de la Palabra (Hechos 17:11), compartir la verdad con amor y compasión (Efesios 4:15), y orar fervientemente por quienes aún no conocen la libertad en Cristo (1 Timoteo 2:4).
Que el Señor nos dé sabiduría y gracia al abordar estos importantes asuntos. Recordemos que nuestro llamado no es juzgar, sino invitar a todos a experimentar la gloriosa salvación que se encuentra solo en Jesucristo. Como Pablo, que nuestro corazón anhele y ore para que todos sean salvos (Romanos 10:1).
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