July 2nd, 2024
¿Qué es el evangelio?
Por: Edgar J. Nazario | Tiempo de lectura 15-18 minutos
¿Alguna vez te has preguntado qué es realmente el evangelio? Quizás hayas escuchado esta palabra en la iglesia, en conversaciones con amigos cristianos, o incluso en los medios de comunicación. Pero, ¿qué significa exactamente? ¿Por qué es tan importante? Y lo más crucial, ¿cómo puede impactar tu vida hoy?
En este artículo, vamos a sumergirnos en las profundidades del evangelio, explorando tres aspectos fundamentales que todo creyente debe conocer y vivir. Ya seas un cristiano de toda la vida o alguien que recién comienza a explorar la fe, esta guía te ayudará a comprender mejor la esencia del mensaje que ha transformado millones de vidas a lo largo de la historia.
1. El Evangelio es el Poder de Dios para Salvación
Imagina por un momento que estás atrapado en un pozo profundo y oscuro. Has intentado escalar las paredes resbaladizas una y otra vez, pero siempre caes de nuevo al fondo. Tus gritos de ayuda parecen perderse en la oscuridad. De repente, escuchas una voz desde arriba y ves un rayo de luz. Alguien ha venido a rescatarte y está bajando una cuerda resistente. Todo lo que tienes que hacer es agarrarte a esa cuerda y confiar en el rescatador para sacarte.
Esta imagen nos ayuda a entender lo que el apóstol Pablo quiso decir cuando escribió: «Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego» (Romanos 1:16, RVR60).
Pero, ¿qué significa esto realmente? En primer lugar, debemos entender que todos los seres humanos estamos separados de Dios debido al pecado. No es una noticia agradable, pero es la realidad que la Biblia nos presenta. Como dice Romanos 3:23, «por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios».
Este pecado no es solo una lista de malas acciones, sino una condición del corazón que nos aleja de nuestro Creador. Es como una enfermedad espiritual que nos separa de Dios y nos deja sin esperanza. Estamos atrapados en ese pozo oscuro, incapaces de salvarnos a nosotros mismos.
Aquí es donde entra el evangelio. Es la solución divina a nuestro problema. Es el poder de Dios en acción, trabajando en los corazones de las personas para llevarlas de la muerte espiritual a la vida eterna. No es simplemente un mensaje inspirador o un conjunto de enseñanzas morales; es la intervención sobrenatural de Dios en la historia humana para rescatar a los perdidos.
Cuando Pablo dice que el evangelio es «poder de Dios para salvación», está diciendo que tiene la capacidad de hacer lo que ningún esfuerzo humano puede lograr. Así como la cuerda en nuestra ilustración es lo único que puede sacarnos del pozo, el evangelio es lo único que puede salvarnos de nuestro pecado y reconciliarnos con Dios.
Pero hay algo más en este versículo que no debemos pasar por alto. Pablo dice que este poder es «para todo aquel que cree». La salvación que el evangelio ofrece no es automática; requiere una respuesta de fe de nuestra parte. Debemos "agarrarnos a la cuerda", por así decirlo, confiando plenamente en lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo.
Como creyentes renacidos, es fundamental que recordemos constantemente que nuestra salvación no depende de nuestras obras o méritos, sino del poder de Dios manifestado en el evangelio. Esto debe producir en nosotros dos actitudes esenciales:
Pregúntate: ¿Estoy confiando plenamente en el poder de Dios para mi salvación, o a veces caigo en la trampa de pensar que puedo ganarme el favor de Dios con mis buenas acciones?
2. El Evangelio es la Muerte y Resurrección de Cristo por Nosotros
Ahora que entendemos que el evangelio es el poder de Dios para salvación, profundicemos en el contenido de este mensaje. ¿Cuál es exactamente esta buena noticia que tiene tanto poder?
El apóstol Pablo lo resume de manera hermosa en su carta a los Corintios:
«Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras» (1 Corintios 15:3-4, RVR60).
Este es el núcleo histórico de la buena noticia: la muerte y resurrección de Jesucristo. Pero, ¿por qué estos eventos son tan cruciales?
Imagina que estás en un tribunal, acusado de un crimen que merece la pena de muerte. Las pruebas en tu contra son abrumadoras y sabes que eres culpable. Justo cuando el juez está a punto de dictar sentencia, alguien entra en la sala. Es una persona inocente que se ofrece a tomar tu lugar y recibir tu castigo. El juez, sorprendentemente, acepta este intercambio. Tú quedas libre, mientras que el inocente es llevado a la ejecución.
Pero la historia no termina ahí. Tres días después, te enteras de que esa persona ha vuelto a la vida, ha vencido a la muerte y ahora ofrece una nueva vida a todos los que confíen en él.
Esta ilustración, aunque imperfecta, nos ayuda a entender lo que Cristo hizo por nosotros. Él tomó nuestro lugar, recibió nuestro castigo, y luego resucitó, ofreciéndonos una nueva vida en Él.
La muerte de Cristo en la cruz no fue un accidente trágico, sino un acto deliberado de amor sacrificial. Como dice Romanos 5:8, «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros». Jesús tomó sobre sí mismo el castigo que merecían nuestros pecados, pagando una deuda que nosotros nunca podríamos haber pagado.
Pero la historia no termina en la cruz. La resurrección de Cristo es la validación divina de su sacrificio. Demuestra que la muerte no tuvo la última palabra y que el pago por el pecado fue aceptado por Dios Padre. Como dice Romanos 4:25, Cristo «fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación».
La resurrección también nos da la seguridad de que nosotros también resucitaremos. Como dice Pablo en 1 Corintios 15:20, «Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho». Su resurrección es la garantía de la nuestra.
Como cristianos renacidos, la muerte y resurrección de Cristo deben ser el centro de nuestra vida y testimonio. Esto se manifiesta de varias maneras:
Pregúntate: ¿Estoy viviendo cada día consciente del costo de mi salvación? ¿Cómo puedo demostrar mi gratitud por el sacrificio de Cristo en mis acciones diarias?
3. El Evangelio Demanda una Respuesta de Fe y Arrepentimiento
Hasta ahora, hemos visto que el evangelio es el poder de Dios para salvación y que su contenido central es la muerte y resurrección de Cristo. Pero hay un aspecto más que debemos considerar: el evangelio demanda una respuesta de nuestra parte.
Jesús mismo lo resumió al inicio de su ministerio público: «El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio» (Marcos 1:15, RVR60).
El evangelio no es simplemente información para ser conocida, sino una verdad que exige una respuesta personal. Esta respuesta se compone de dos elementos esenciales: arrepentimiento y fe.
Imagina que estás en un avión que se está quedando sin combustible en medio del océano. El piloto anuncia que la única esperanza de supervivencia es saltar del avión con un paracaídas. Te entregan un paracaídas y te dicen que saltes. En ese momento, tienes dos opciones:
Quedarse en el avión sería como rechazar el evangelio. Ponerse el paracaídas y saltar es como arrepentirse y creer.
El arrepentimiento implica un cambio radical de mentalidad y dirección en la vida. Es como darse cuenta de que el avión en el que estás volando se dirige hacia un desastre y decidir tomar una acción drástica. No es simplemente sentir remordimiento por nuestras malas acciones, sino un cambio profundo en nuestra forma de pensar y vivir. Es reconocer que hemos estado viviendo de espaldas a Dios, siguiendo nuestros propios caminos pecaminosos, y decidir dar media vuelta para seguir a Cristo.
La fe, por otro lado, es confiar plenamente en Cristo y en su obra redentora. Es como ponerse el paracaídas y saltar del avión, confiando en que te salvará. No es una creencia intelectual superficial, sino una confianza profunda que afecta todas las áreas de nuestra vida. Como dice Hebreos 11:1, «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve».
Estos dos elementos, arrepentimiento y fe, son las dos caras de la misma moneda. No puede haber verdadera fe sin arrepentimiento, ni verdadero arrepentimiento sin fe. Juntos, constituyen la respuesta apropiada al evangelio.
Es importante entender que el arrepentimiento y la fe no son obras que realizamos para ganar nuestra salvación. Más bien, son la manera en que recibimos el regalo gratuito de la salvación que Dios nos ofrece en Cristo. Como dice Efesios 2:8-9, «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe».
Como creyentes renacidos, el arrepentimiento y la fe no son eventos únicos en nuestra vida, sino actitudes continuas. Esto se manifiesta de varias maneras:
Pregúntate: ¿Estoy viviendo en un estado de arrepentimiento y fe continuos? ¿Hay áreas en mi vida donde necesito arrepentirme y confiar más plenamente en Cristo?
Conclusión:
El evangelio es mucho más que una simple doctrina religiosa. Es el poder de Dios para salvación, centrado en la muerte y resurrección de Cristo, que demanda una respuesta de fe y arrepentimiento. Este mensaje ha transformado incontables vidas a lo largo de la historia y sigue siendo tan relevante hoy como lo fue hace dos mil años.
Como creyentes, estamos llamados no solo a creer este mensaje, sino a vivirlo y compartirlo. Debemos recordar constantemente el poder transformador del evangelio en nuestras propias vidas, centrarnos en la obra redentora de Cristo, y responder continuamente con fe y arrepentimiento.
El evangelio no es solo el punto de partida de nuestra fe, sino el corazón palpitante de nuestra vida cristiana. Nos da esperanza en medio de las dificultades, fuerza para vencer el pecado, y propósito para nuestra existencia.
Que podamos, como el apóstol Pablo, decir con convicción: «Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Romanos 1:16, RVR60).
Que el evangelio sea no solo algo que creemos, sino algo que vivimos y compartimos cada día, para la gloria de Dios y la salvación de muchos. En un mundo hambriento de buenas noticias, tenemos el privilegio y la responsabilidad de proclamar la mejor noticia de todas: que en Cristo, hay perdón, libertad y vida eterna para todo aquel que cree.
¿Has experimentado el poder transformador del evangelio en tu vida? Si aún no, te invitamos a considerar seriamente este mensaje. Y si ya lo has hecho, ¿cómo puedes vivir y compartir más plenamente esta buena noticia hoy?
Recuerda, el evangelio no es solo un mensaje para ser creído, sino una realidad para ser vivida. Que nuestras vidas sean un testimonio vivo del poder transformador del evangelio, para que otros puedan ver y creer en la buena noticia de Jesucristo.
En este artículo, vamos a sumergirnos en las profundidades del evangelio, explorando tres aspectos fundamentales que todo creyente debe conocer y vivir. Ya seas un cristiano de toda la vida o alguien que recién comienza a explorar la fe, esta guía te ayudará a comprender mejor la esencia del mensaje que ha transformado millones de vidas a lo largo de la historia.
1. El Evangelio es el Poder de Dios para Salvación
Imagina por un momento que estás atrapado en un pozo profundo y oscuro. Has intentado escalar las paredes resbaladizas una y otra vez, pero siempre caes de nuevo al fondo. Tus gritos de ayuda parecen perderse en la oscuridad. De repente, escuchas una voz desde arriba y ves un rayo de luz. Alguien ha venido a rescatarte y está bajando una cuerda resistente. Todo lo que tienes que hacer es agarrarte a esa cuerda y confiar en el rescatador para sacarte.
Esta imagen nos ayuda a entender lo que el apóstol Pablo quiso decir cuando escribió: «Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego» (Romanos 1:16, RVR60).
Pero, ¿qué significa esto realmente? En primer lugar, debemos entender que todos los seres humanos estamos separados de Dios debido al pecado. No es una noticia agradable, pero es la realidad que la Biblia nos presenta. Como dice Romanos 3:23, «por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios».
Este pecado no es solo una lista de malas acciones, sino una condición del corazón que nos aleja de nuestro Creador. Es como una enfermedad espiritual que nos separa de Dios y nos deja sin esperanza. Estamos atrapados en ese pozo oscuro, incapaces de salvarnos a nosotros mismos.
Aquí es donde entra el evangelio. Es la solución divina a nuestro problema. Es el poder de Dios en acción, trabajando en los corazones de las personas para llevarlas de la muerte espiritual a la vida eterna. No es simplemente un mensaje inspirador o un conjunto de enseñanzas morales; es la intervención sobrenatural de Dios en la historia humana para rescatar a los perdidos.
Cuando Pablo dice que el evangelio es «poder de Dios para salvación», está diciendo que tiene la capacidad de hacer lo que ningún esfuerzo humano puede lograr. Así como la cuerda en nuestra ilustración es lo único que puede sacarnos del pozo, el evangelio es lo único que puede salvarnos de nuestro pecado y reconciliarnos con Dios.
Pero hay algo más en este versículo que no debemos pasar por alto. Pablo dice que este poder es «para todo aquel que cree». La salvación que el evangelio ofrece no es automática; requiere una respuesta de fe de nuestra parte. Debemos "agarrarnos a la cuerda", por así decirlo, confiando plenamente en lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo.
Como creyentes renacidos, es fundamental que recordemos constantemente que nuestra salvación no depende de nuestras obras o méritos, sino del poder de Dios manifestado en el evangelio. Esto debe producir en nosotros dos actitudes esenciales:
- Humildad: Reconocemos que no tenemos nada de qué jactarnos en nuestra salvación. Todo es obra de Dios.
- Gratitud: Vivimos cada día agradecidos por el poder transformador del evangelio en nuestras vidas.
Pregúntate: ¿Estoy confiando plenamente en el poder de Dios para mi salvación, o a veces caigo en la trampa de pensar que puedo ganarme el favor de Dios con mis buenas acciones?
2. El Evangelio es la Muerte y Resurrección de Cristo por Nosotros
Ahora que entendemos que el evangelio es el poder de Dios para salvación, profundicemos en el contenido de este mensaje. ¿Cuál es exactamente esta buena noticia que tiene tanto poder?
El apóstol Pablo lo resume de manera hermosa en su carta a los Corintios:
«Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras» (1 Corintios 15:3-4, RVR60).
Este es el núcleo histórico de la buena noticia: la muerte y resurrección de Jesucristo. Pero, ¿por qué estos eventos son tan cruciales?
Imagina que estás en un tribunal, acusado de un crimen que merece la pena de muerte. Las pruebas en tu contra son abrumadoras y sabes que eres culpable. Justo cuando el juez está a punto de dictar sentencia, alguien entra en la sala. Es una persona inocente que se ofrece a tomar tu lugar y recibir tu castigo. El juez, sorprendentemente, acepta este intercambio. Tú quedas libre, mientras que el inocente es llevado a la ejecución.
Pero la historia no termina ahí. Tres días después, te enteras de que esa persona ha vuelto a la vida, ha vencido a la muerte y ahora ofrece una nueva vida a todos los que confíen en él.
Esta ilustración, aunque imperfecta, nos ayuda a entender lo que Cristo hizo por nosotros. Él tomó nuestro lugar, recibió nuestro castigo, y luego resucitó, ofreciéndonos una nueva vida en Él.
La muerte de Cristo en la cruz no fue un accidente trágico, sino un acto deliberado de amor sacrificial. Como dice Romanos 5:8, «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros». Jesús tomó sobre sí mismo el castigo que merecían nuestros pecados, pagando una deuda que nosotros nunca podríamos haber pagado.
Pero la historia no termina en la cruz. La resurrección de Cristo es la validación divina de su sacrificio. Demuestra que la muerte no tuvo la última palabra y que el pago por el pecado fue aceptado por Dios Padre. Como dice Romanos 4:25, Cristo «fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación».
La resurrección también nos da la seguridad de que nosotros también resucitaremos. Como dice Pablo en 1 Corintios 15:20, «Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho». Su resurrección es la garantía de la nuestra.
Como cristianos renacidos, la muerte y resurrección de Cristo deben ser el centro de nuestra vida y testimonio. Esto se manifiesta de varias maneras:
- Vivimos en gratitud constante por el sacrificio de Cristo.
- Proclamamos con valentía este mensaje a otros, sabiendo que es la única esperanza para la humanidad.
- Vivimos como personas resucitadas, dejando atrás la vieja vida de pecado y abrazando la nueva vida en Cristo.
Pregúntate: ¿Estoy viviendo cada día consciente del costo de mi salvación? ¿Cómo puedo demostrar mi gratitud por el sacrificio de Cristo en mis acciones diarias?
3. El Evangelio Demanda una Respuesta de Fe y Arrepentimiento
Hasta ahora, hemos visto que el evangelio es el poder de Dios para salvación y que su contenido central es la muerte y resurrección de Cristo. Pero hay un aspecto más que debemos considerar: el evangelio demanda una respuesta de nuestra parte.
Jesús mismo lo resumió al inicio de su ministerio público: «El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio» (Marcos 1:15, RVR60).
El evangelio no es simplemente información para ser conocida, sino una verdad que exige una respuesta personal. Esta respuesta se compone de dos elementos esenciales: arrepentimiento y fe.
Imagina que estás en un avión que se está quedando sin combustible en medio del océano. El piloto anuncia que la única esperanza de supervivencia es saltar del avión con un paracaídas. Te entregan un paracaídas y te dicen que saltes. En ese momento, tienes dos opciones:
- Puedes quedarte en el avión, confiando en tu propia capacidad para sobrevivir al inevitable accidente.
- Puedes ponerte el paracaídas, confiar en él, y saltar del avión.
Quedarse en el avión sería como rechazar el evangelio. Ponerse el paracaídas y saltar es como arrepentirse y creer.
El arrepentimiento implica un cambio radical de mentalidad y dirección en la vida. Es como darse cuenta de que el avión en el que estás volando se dirige hacia un desastre y decidir tomar una acción drástica. No es simplemente sentir remordimiento por nuestras malas acciones, sino un cambio profundo en nuestra forma de pensar y vivir. Es reconocer que hemos estado viviendo de espaldas a Dios, siguiendo nuestros propios caminos pecaminosos, y decidir dar media vuelta para seguir a Cristo.
La fe, por otro lado, es confiar plenamente en Cristo y en su obra redentora. Es como ponerse el paracaídas y saltar del avión, confiando en que te salvará. No es una creencia intelectual superficial, sino una confianza profunda que afecta todas las áreas de nuestra vida. Como dice Hebreos 11:1, «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve».
Estos dos elementos, arrepentimiento y fe, son las dos caras de la misma moneda. No puede haber verdadera fe sin arrepentimiento, ni verdadero arrepentimiento sin fe. Juntos, constituyen la respuesta apropiada al evangelio.
Es importante entender que el arrepentimiento y la fe no son obras que realizamos para ganar nuestra salvación. Más bien, son la manera en que recibimos el regalo gratuito de la salvación que Dios nos ofrece en Cristo. Como dice Efesios 2:8-9, «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe».
Como creyentes renacidos, el arrepentimiento y la fe no son eventos únicos en nuestra vida, sino actitudes continuas. Esto se manifiesta de varias maneras:
- Examinamos regularmente nuestras vidas a la luz de la Palabra de Dios, arrepintiéndonos de cualquier área donde nos hayamos desviado de Sus caminos.
- Cultivamos una dependencia diaria de Cristo, confiando en Él para nuestra justificación, santificación y glorificación.
- Compartimos el evangelio con otros, invitándoles a arrepentirse y creer en Cristo.
Pregúntate: ¿Estoy viviendo en un estado de arrepentimiento y fe continuos? ¿Hay áreas en mi vida donde necesito arrepentirme y confiar más plenamente en Cristo?
Conclusión:
El evangelio es mucho más que una simple doctrina religiosa. Es el poder de Dios para salvación, centrado en la muerte y resurrección de Cristo, que demanda una respuesta de fe y arrepentimiento. Este mensaje ha transformado incontables vidas a lo largo de la historia y sigue siendo tan relevante hoy como lo fue hace dos mil años.
Como creyentes, estamos llamados no solo a creer este mensaje, sino a vivirlo y compartirlo. Debemos recordar constantemente el poder transformador del evangelio en nuestras propias vidas, centrarnos en la obra redentora de Cristo, y responder continuamente con fe y arrepentimiento.
El evangelio no es solo el punto de partida de nuestra fe, sino el corazón palpitante de nuestra vida cristiana. Nos da esperanza en medio de las dificultades, fuerza para vencer el pecado, y propósito para nuestra existencia.
Que podamos, como el apóstol Pablo, decir con convicción: «Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Romanos 1:16, RVR60).
Que el evangelio sea no solo algo que creemos, sino algo que vivimos y compartimos cada día, para la gloria de Dios y la salvación de muchos. En un mundo hambriento de buenas noticias, tenemos el privilegio y la responsabilidad de proclamar la mejor noticia de todas: que en Cristo, hay perdón, libertad y vida eterna para todo aquel que cree.
¿Has experimentado el poder transformador del evangelio en tu vida? Si aún no, te invitamos a considerar seriamente este mensaje. Y si ya lo has hecho, ¿cómo puedes vivir y compartir más plenamente esta buena noticia hoy?
Recuerda, el evangelio no es solo un mensaje para ser creído, sino una realidad para ser vivida. Que nuestras vidas sean un testimonio vivo del poder transformador del evangelio, para que otros puedan ver y creer en la buena noticia de Jesucristo.
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