¿Cómo llego a ser el peor miembro de mi iglesia?

¿Cómo llego a ser el peor miembro de mi iglesia?

Por: Carlos Maysonet | Tiempo de lectura 10-15 minutos
Todos hemos conocido a esa persona. Sí, ese miembro de la iglesia que parece estar presente físicamente pero ausente en todo lo demás. Quizás has observado sus actitudes o comportamientos y te has preguntado cómo alguien puede formar parte de una comunidad de fe y, al mismo tiempo, parecer tan desconectado de ella. O tal vez —y esto requiere un poco más de honestidad— has notado algunas de estas tendencias en tu propia vida.

En este artículo, exploraremos tres caminos seguros para convertirte en el peor miembro de tu iglesia. Por supuesto, lo hacemos no para promover estas actitudes, sino para identificarlas y evitarlas. Después de todo, reconocer el problema es el primer paso para solucionarlo.

1. Teniendo una fe falsa y hueca

La primera y más fundamental manera de ser un miembro deficiente en la iglesia es carecer de lo que define verdaderamente la membresía: una fe genuina en Cristo.

Es importante entender que la membresía en la iglesia no comienza con una decisión humana o con firmar un formulario. Su origen es mucho más profundo: comienza con la obra regeneradora de Dios en el corazón del creyente. Las Escrituras son claras al definir la iglesia como el cuerpo de Cristo (Efesios 1:22-23), y solo aquellos que han experimentado el nuevo nacimiento pueden ser parte legítima de ella.

Jesús mismo estableció esta verdad fundamental en su conversación con Nicodemo, cuando declaró en Juan 3:3: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios».

Esta declaración es contundente: sin regeneración espiritual, una persona puede asistir físicamente a la iglesia, pero no puede realmente formar parte del reino de Dios ni de su expresión visible, la iglesia.

Un verdadero miembro del cuerpo de Cristo no es alguien que simplemente asiste a los servicios o cumple con ciertas obligaciones religiosas. Es alguien que ha experimentado un cambio interno y radical por la obra del Espíritu Santo. Este cambio no es superficial ni meramente conductual; es una transformación profunda que afecta toda la persona y se manifiesta en una nueva manera de pensar, sentir y vivir.

El apóstol Pablo lo expresa bellamente en 2 Corintios 5:17: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas». La verdadera membresía eclesial comienza con esta transformación interior que solo Dios puede realizar.

Para entender mejor esta realidad, imaginemos a alguien que quiere unirse a un equipo de fútbol profesional, pero nunca ha jugado fútbol en su vida. Esta persona puede invertir en comprar el uniforme completo del equipo, puede asistir fielmente a todos los entrenamientos e incluso puede aprenderse todas las reglas del juego. Sin embargo, sin las habilidades necesarias, sin la disciplina del entrenamiento previo y sin el talento requerido, esta persona simplemente no puede ser parte real y efectiva del equipo.

De manera similar, una persona puede asistir fielmente a la iglesia, participar en actividades, conocer el lenguaje religioso y hasta ocupar posiciones de servicio, pero si no ha experimentado el nuevo nacimiento—si no ha sido regenerada por el Espíritu de Dios—su membresía es meramente nominal, no real. La verdadera membresía en la iglesia no es cuestión de apariencia externa, sino de identidad en Cristo.

Si quieres evitar ser un miembro con una fe hueca, considera estas aplicaciones prácticas:
  1. Examina honestamente tu fe: Dedica tiempo a reflexionar sinceramente sobre tu relación con Cristo. ¿Has experimentado realmente el nuevo nacimiento o simplemente asistes a la iglesia por costumbre, tradición familiar o beneficios sociales? El autoengaño en asuntos espirituales es peligrosamente común.

  2. Busca una relación real con Cristo: No es suficiente tener un conocimiento intelectual sobre Dios o una creencia vaga en su existencia. La fe salvífica implica una relación personal con Jesucristo como Salvador y Señor. Esto va más allá de simplemente «creer en Dios» —involucra arrepentimiento, confianza y entrega a Cristo.

  3. Ayuda a otros a entender la membresía bíblica: Si comprendes esta verdad fundamental, ayuda a otros en tu comunidad a entenderla también. Con tacto y amor, asegúrate de que tus hermanos comprendan que la verdadera membresía comienza con la conversión genuina a Cristo.

2. Poniendo la iglesia como última en tus prioridades

La segunda manera de ser un miembro deficiente es, aun teniendo una fe genuina, relegar la iglesia al último lugar en tu lista de prioridades.

Dios nunca diseñó al cristiano para vivir su fe de manera aislada. La vida cristiana no es un viaje solitario, sino una peregrinación en comunidad. La iglesia local es el contexto divinamente establecido donde crecemos espiritualmente, servimos a otros y somos edificados mutuamente.

El autor de Hebreos enfatiza esta verdad en Hebreos 10:24-25: «Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca».

Este pasaje nos muestra claramente que la reunión regular con otros creyentes no es opcional para el cristiano; es una necesidad espiritual. En la comunidad de fe encontramos el estímulo, la exhortación y el apoyo que necesitamos para perseverar en nuestra fe.

El compromiso con la iglesia local implica principalmente tres áreas clave:
  1. Congregarse fielmente: La asistencia regular a los servicios y reuniones de la iglesia es fundamental. No podemos ser parte efectiva del cuerpo si rara vez estamos presentes. La participación consistente demuestra nuestro compromiso y nos permite beneficiarnos plenamente de la vida en comunidad.

  2. Someterse al liderazgo espiritual: Un miembro fiel respeta y apoya a los pastores y líderes que Dios ha puesto sobre la congregación. 1 Tesalonicenses 5:12-13 nos instruye a reconocer y apreciar a aquellos que trabajan arduamente entre nosotros.

  3. Servir activamente: La iglesia no es un espectáculo al que asistimos como observadores pasivos. Cada creyente ha recibido dones espirituales para la edificación del cuerpo de Cristo. Como señala 1 Pedro 4:10, estamos llamados a ministrar a otros con los dones que hemos recibido.

Para comprender mejor la importancia de priorizar la iglesia, imagina que eres parte de una familia, pero nunca hablas con tus padres ni participas en las actividades familiares. Nunca asistes a las comidas familiares, no contribuyes a las tareas del hogar y solo apareces cuando necesitas algo. ¿Qué clase de relación familiar sería esa? ¿Podrías realmente considerarte un miembro activo de esa familia?

Lo mismo ocurre con la iglesia: no puedes afirmar genuinamente ser miembro si la iglesia ocupa el último lugar en tu lista de prioridades, si solo asistes cuando no tienes nada mejor que hacer, o si nunca participas activamente en la vida de la congregación.

Para evitar convertirte en un miembro desconectado, considera estas aplicaciones:
  1. Asiste fielmente a los cultos y reuniones: No pongas excusas para faltar. Haz de la iglesia una prioridad en tu agenda semanal. Como nos recuerda Hebreos 10:25: «No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca».

  2. Involúcrate en un ministerio: Descubre tus dones espirituales y úsalos para servir a los demás en tu iglesia. 1 Pedro 4:10 nos exhorta: «Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios».

  3. Apoya a tus pastores y líderes: Ora regularmente por ellos, sigue sus enseñanzas (siempre que estén basadas en la Palabra de Dios) y muéstrales respeto y aprecio. Hebreos 13:17 nos instruye: «Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso».

3. Quedarte estancado en tu santidad y conocimiento

La tercera manera de ser un miembro deficiente en la iglesia es permanecer en un estado de estancamiento espiritual, sin crecer en conocimiento bíblico ni en santidad personal.

Ser miembro de la iglesia no es simplemente un título que se adquiere una vez y permanece estático. Es un compromiso con el crecimiento espiritual continuo. Dios desea que Sus hijos maduren en la fe y se parezcan cada vez más a Cristo.

El apóstol Pedro nos instruye claramente en 2 Pedro 3:18: «Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo». Este mandato implica un proceso activo y continuo, no un estado pasivo de estancamiento.

Este crecimiento espiritual implica varios aspectos fundamentales:
  1. Conocer más a Dios a través de Su Palabra: No es suficiente con escuchar sermones los domingos o leer ocasionalmente algún versículo. El crecimiento requiere un estudio sistemático y constante de la Biblia, meditando en ella y aplicándola a nuestra vida diaria.

  2. Luchar contra el pecado y vivir en santidad: Un miembro fiel se esfuerza activamente por identificar y eliminar el pecado de su vida, buscando vivir en obediencia a Dios en todas las áreas. La santificación es un proceso que requiere intencionalidad y esfuerzo.

  3. Dar testimonio del Evangelio: A medida que maduramos en Cristo, debemos crecer en nuestra capacidad y disposición para compartir nuestra fe con otros. Un cristiano maduro no guarda las buenas nuevas para sí mismo, sino que las comparte con aquellos que no conocen a Cristo.

Para comprender la anomalía del estancamiento espiritual, piensa en un niño que nunca aprende a caminar. Imagina a un pequeño de cinco años que todavía gatea como un bebé. O un adolescente de quince años que aún no puede alimentarse por sí mismo. Claramente, algo está mal, ¿verdad?

Lo mismo ocurre en la vida espiritual: si después de años de ser cristiano, una persona sigue siendo espiritualmente inmadura —sin conocimiento bíblico, sin discernimiento, sin capacidad para alimentarse espiritualmente por sí misma— hay un problema serio que debe abordarse.

Para evitar el estancamiento espiritual, considera estas aplicaciones:
  1. Dedica tiempo diario a la lectura de la Biblia y la oración: Establece un hábito consistente de tiempo a solas con Dios. Como nos recuerda Josué 1:8: «Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien».

  2. Examina regularmente tu vida y arrepiéntete de los pecados que obstaculizan tu crecimiento: La introspección espiritual es esencial para el crecimiento. El salmista nos muestra el camino cuando ora en Salmo 139:23-24: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno».

  3. Busca oportunidades para discipular o ser discipulado en tu iglesia: El crecimiento espiritual florece en el contexto de relaciones intencionales de discipulado. Como nos instruye Jesús en Mateo 28:19-20: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén».

Conclusión
Ser un miembro fiel de la iglesia es tanto una bendición como una gran responsabilidad. No se trata simplemente de asistir a un edificio los domingos, sino de ser un creyente genuino, comprometido con su comunidad de fe y en constante crecimiento espiritual.
Como nos recuerda Pablo en Efesios 4:16, la iglesia funciona como un cuerpo donde cada miembro cumple su función: «De quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor».

A la luz de estas verdades, te invito a considerar:
  1. Examina tu corazón: ¿Eres un verdadero creyente en Cristo o solo un asistente a la iglesia? La diferencia es crucial.

  2. Comprométete con tu iglesia: Asiste fielmente, sirve activamente y apoya a tus hermanos en la fe. No permitas que la iglesia ocupe el último lugar en tu lista de prioridades.

  3. Crece en santidad y conocimiento: No te conformes con una fe superficial o estancada. Busca madurar espiritualmente a través del estudio bíblico, la oración y las relaciones de discipulado.

Al evitar estas tres características del "peor miembro de la iglesia", no solo te beneficiarás personalmente, sino que contribuirás significativamente a la salud y vitalidad de tu comunidad de fe.

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