Cuando los pastores se pelean: tres venenos que dividen y sus antídotos bíblicos

Cuando los pastores se pelean: tres venenos que dividen y sus antídotos bíblicos

Por: Edgar J. Nazario | Tiempo de lectura 10-15 minutos
¿Has notado que algunas iglesias florecen con pastores que trabajan en equipo, mientras otras parecen campos de batalla donde los líderes espirituales libran guerras dignas de reality show?

Si Instagram fuera un termómetro de la salud ministerial, veríamos pastores que solo suben fotos de sus iglesias llenas y sus invitaciones especiales, pero nunca mencionan a sus colegas. Mientras tanto, otros celebran cuando sus hermanos crecen, comparten eventos ajenos y suben fotos trabajando en equipo.

La diferencia no es casualidad. Detrás de cada división pastoral hay patrones predecibles, venenos específicos que infectan el corazón ministerial. Y lo más preocupante es que estos venenos no siempre llegan rugiendo como león; a veces susurran como serpiente, disfrazados de «visión», «celo por la verdad» o «necesidades legítimas».

En nuestro contexto latinoamericano, donde el honor familiar se mezcla con presión social y recursos limitados, estos venenos encuentran terreno especialmente fértil. El «pastor de la familia» se convierte en fuente de orgullo o presión. Las estructuras denominacionales crean jerarquías donde el ascenso depende más de conexiones que de carácter. Y las expectativas económicas de familias extendidas añaden presión a una vocación ya de por sí desafiante.

Pero existe esperanza. Los mismos principios bíblicos que han sostenido ministerios fieles durante siglos pueden vacunarnos contra estos venenos. No se trata de fórmulas mágicas, sino de antídotos probados que transforman competencia en colaboración, división en unidad, y guerra en paz.

Primer Veneno: El Orgullo Que Divide
«Ciertamente la soberbia concebirá contienda; mas con los avisados está la sabiduría» (Proverbios 13:10). Aquí está la radiografía del problema: el orgullo no produce unidad; produce pleitos. Y en el ministerio, este veneno tiene múltiples caras.

Está el orgullo obvio del pastor que se cree estrella, que mide éxito por seguidores en redes sociales y trata su púlpito como escenario personal. Pero también existe el orgullo sutil del líder que genuinamente ama a Dios pero no puede soportar que otro ministerio crezca más rápido, reciba mejores invitaciones, o tenga mejor equipo de sonido.

Filipenses 2:3 ofrece el antídoto: «Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo». Cristo redefinió grandeza cuando dijo: «El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor» (Mateo 20:26).

En nuestro contexto, factores culturales específicos alimentan esta competencia. Cuando el éxito ministerial se ve como forma de traer honor a la familia extendida, la presión se multiplica. Cuando las estructuras denominacionales priorizan conexiones políticas sobre carácter cristiano, se genera mentalidad competitiva en lugar de colaborativa.

El resultado es devastador: la ambición se disfraza de visión, divide equipos, genera bandos y hiere ovejas. Como advierte 1 Pedro 5:2-3, debemos apacentar «no como teniendo señorío» sino como ejemplos del rebaño.

El Antídoto del Reconocimiento Mutuo
La humildad no es falsa modestia; es perspectiva correcta sobre nosotros mismos y otros. Como 1 Pedro 5:5 declara: «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes».

Practiquemos reconocimiento mutuo mensual entre pastores y familias, evitando autopromoción. Proverbios 27:2 es claro: «Alábete el extraño, y no tu propia boca; el ajeno, y no los labios tuyos». Esto significa celebrar públicamente los logros de colegas, compartir oportunidades de predicar, y medir éxito por fidelidad a Cristo, no por números o reconocimiento.

Establezcamos pactos de rendición de cuentas y oración específica por humildad antes de tomar decisiones importantes. Hebreos 10:24 nos anima: «Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras».

Sirvamos visiblemente en otros ministerios sin recibir micrófono, mostrando el modelo de Jesús. Lucas 14:11 promete: «El que se humilla será enaltecido». En reuniones pastorales, comencemos confesando pecados propios y escuchando genuinamente a otros.

La humildad previene conflictos y restaura el gozo del servicio. Cuando pastores trabajan unidos, sus comunidades ven testimonio auténtico del evangelio que predican.

Segundo Veneno: La Falsa Doctrina Que Fragmenta
Pablo advirtió que la falsa doctrina fractura cuerpos: «Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos» (Romanos 16:17).

El antídoto es manejo fiel de la Palabra: «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15). La doctrina sana no es lujo académico; es amor práctico que protege ovejas.

En América Latina convivimos con múltiples desafíos doctrinales: sincretismos que mezclan cristianismo con prácticas ancestrales, prosperidad triunfalista que promete riqueza garantizada, legalismos que añaden reglas a la gracia, y politización religiosa que confunde reino de Dios con partidos políticos.

El problema no siempre es intencional. Pastores sinceros pueden propagar error por falta de preparación, presión por contenido «relevante», o influencia de líderes carismáticos pero desviados. Como advierte 1 Timoteo 6:3-4: «Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe».

El Antídoto de la Verificación Colegiada
Como información falsa bien editada se viraliza en redes sociales y confunde comunidades enteras, la doctrina desviada puede infectar iglesias cuando no existe filtro adecuado. Los ancianos deben ser «retenedores de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también puedan exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen» (Tito 1:9).

Practiquemos revisión doctrinal colegiada para predicación, discipulado y contenido en redes sociales. Un acuerdo simple pero poderoso: texto, contexto, Cristo. Como instruye 1 Tesalonicenses 5:21: «Examinadlo todo; retened lo bueno».

Invitemos a pastores amigos a escuchar sermones mensualmente y pedir opinión honesta sobre contenido bíblico. Los bereanos «recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así» (Hechos 17:11).

Mantengamos números telefónicos de pastores con sólido conocimiento bíblico para consultar textos difíciles. La humildad de reconocer limitaciones propias protege contra el orgullo que dice «nada sé».

Dediquemos clases bíblicas mensuales a enseñar congregaciones cómo estudiar la Biblia y verificar lo que escuchan. Como advierte 1 Juan 4:1: «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios».

Publiquemos declaraciones claras de fe y procesos de corrección fraterna. Si alguien persiste en error, apliquemos Mateo 18 con mansedumbre, «solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Efesios 4:3).

Tercer Veneno: Los Pleitos Que Destrozan
Santiago desnuda la raíz de conflictos pastorales: «¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y guerreáis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís» (Santiago 4:1-2).

El problema no es solo externo; son deseos desordenados internos. La carne busca posesiones, placer y poder. Como advierte 1 Juan 2:15-16: «No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo».

En Latinoamérica conocemos realidades específicas: salarios ministeriales apretados, deudas persistentes, y familias extendidas que esperan que «el pastor de la familia» tenga éxito visible. El mundo mide valor por posesiones: el auto, el celular, el equipo de sonido de la iglesia.

Pero Gálatas 5:16 nos llama a algo diferente: «Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne». Hebreos 13:5 añade: «Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré».

El Antídoto del Contentamiento Transparente
Como vendedores que compiten bajando precios hasta perder dinero, pastores que buscan ganancias rápidas terminan perdiendo todos. Pero cuando comparten recursos y practican contentamiento, las comunidades prosperan en paz.

Practiquemos examen diario de deseos con confesión específica. Antes de revisar redes sociales, preguntémonos: «¿Qué estoy envidiando hoy?» y confesemos sentimientos específicos a Dios. Santiago 4:7 promete: «Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros».

Ordenemos finanzas con transparencia y generosidad congregacional. Proverbios 3:9 instruye: «Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos». Establezcamos presupuestos transparentes, límites de deudas y metas de contentamiento visibles.

Incluyamos esposas y ancianos en decisiones grandes, capacitemos diáconos en mayordomía, y dediquemos ayunos congregacionales trimestrales pidiendo libertad de comparaciones y envidias.

Como declara 1 Timoteo 6:6: «Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento». La transparencia elimina sospechas, previene conflictos y cultiva relaciones fraternas centradas en Cristo.

Renovemos afectos por medio de comunión familiar y servicio. 1 Pedro 2:11 exhorta: «Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma».

La Unidad Como Testimonio
Las divisiones entre pastores nacen de corazones desordenados, doctrinas torcidas y ambiciones disfrazadas. Pero el evangelio cura por medio de humildad, verdad y contentamiento. Cristo oró «para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste» (Juan 17:21).

La unidad pastoral no es solo deseable; es esencial para el testimonio del evangelio. Cuando comunidades ven pastores sirviendo unidos, no compitiendo por seguidores o recursos, presencian poder transformador de Cristo.

Estos tres antídotos forman cordón triple difícil de romper: humildad que reordena gloria, sirviendo antes que dirigir; doctrina que sana, examinando todo a la luz de la Palabra; contentamiento que desactiva envidias, cuidando finanzas y deseos.

Volvamos a la cruz, donde el Hijo se despojó para hacernos uno. Caminemos juntos, confesando pecados, enseñando con precisión y amando sin avaricia. «Esforzándoos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Efesios 4:3).

Que nuestras ciudades vean pastores sirviendo unidos para la gloria de Jesús. Así el evangelio adornará hogares, barrios y naciones latinoamericanas con gozo duradero que trasciende divisiones humanas y refleja unidad celestial.

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⁹Frangel - September 4th, 2025 at 9:18am

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