June 3rd, 2025
¿Eres egoísta con la membresía de tu iglesia?
Por: Edgar Nazario | Tiempo de lectura 10-15 minutos
Existe un fenómeno curioso en muchas de nuestras iglesias contemporáneas. Personas que pueden recitar de memoria los versículos sobre el amor de Dios, que hablan elocuentemente sobre la gracia y que afirman con convicción su devoción a Cristo, pero que de alguna manera tratan a la iglesia local como si fuera un club de golf al que ocasionalmente visitan cuando les conviene.
Es una paradoja fascinante: ¿cómo puede alguien proclamar amor genuino por Cristo mientras simultáneamente mantiene una relación superficial y conveniente con aquello que Él más ama? Después de todo, las Escrituras nos dicen claramente que Cristo «amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella» (Efesios 5:25). Si verdaderamente amamos a alguien, ¿no deberíamos también amar aquello por lo cual esa persona estuvo dispuesta a morir?
En nuestra cultura individualista, es fácil desarrollar una mentalidad consumista hacia la iglesia sin siquiera darnos cuenta. Llegamos cuando nos conviene, participamos cuando nos sentimos inspirados, y contribuimos cuando no interfiere con nuestros otros planes. Esta actitud, aunque quizás no sea intencionalmente maliciosa, revela un corazón que aún no ha comprendido completamente lo que significa pertenecer verdaderamente al cuerpo de Cristo.
El propósito de este artículo no es condenar o avergonzar, sino invitar a una reflexión honesta y a un crecimiento genuino. Exploraremos tres áreas donde comúnmente manifestamos una actitud egoísta hacia nuestra membresía eclesial, y más importante aún, descubriremos cómo transformar estas tendencias en expresiones auténticas de amor por Cristo y su iglesia.
1. Del descuido a la fidelidad: Valorando la reunión del pueblo de Dios
La primera área donde a menudo manifestamos una actitud egoísta hacia nuestra iglesia es en nuestra aproximación casual a la asistencia y participación regular. Muchos cristianos sinceros han desarrollado inconscientemente la idea de que las reuniones congregacionales son opcionales, algo así como eventos sociales a los que asistimos cuando nos sentimos particularmente espirituales o cuando no tenemos conflictos de horario.
Sin embargo, las Escrituras presentan una perspectiva radicalmente diferente. En Hebreos 10:25, encontramos esta exhortación clara: «No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca». El contexto de este pasaje es absolutamente crucial para entender su significado completo.
El autor de Hebreos no está simplemente promoviendo la asistencia regular como una buena práctica religiosa o una disciplina espiritual útil. Está estableciendo algo mucho más fundamental: que la reunión del pueblo de Dios es un medio ordinario de gracia que Dios mismo usa para edificar, fortalecer y formar a su pueblo. La iglesia visible no es una opción conveniente para el cristiano maduro; es el contexto divinamente ordenado a través del cual Dios normalmente discipula a su pueblo.
Observamos este principio operando poderosamente en la iglesia primitiva, como se describe en Hechos 2:42-47. Los primeros cristianos «perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones». Esta perseverancia no era ocasional o esporádica; era una característica definitoria de su vida cristiana.
La verdad fundamental que debemos comprender es que Cristo no simplemente salvó individuos aislados para que vivieran vidas cristianas solitarias. Él redimió un pueblo para sí mismo, una comunidad de fe que se reúne, adora, sirve y crece junta. Cuando tratamos la iglesia como algo para consumir o un lugar al que asistir esporádicamente, estamos perdiendo de vista la naturaleza esencialmente comunitaria de la vida cristiana.
Para comprender mejor esta realidad, consideremos la analogía del matrimonio. Imaginemos a una persona que constantemente dice «Te amo» a su cónyuge con aparente sinceridad, pero que rara vez pasa tiempo significativo con su pareja, evita las conversaciones profundas, y consistentemente prefiere estar con otras personas o involucrado en otras actividades. ¿Cómo sonarían esas palabras de amor? Probablemente huecas e inconsistentes, porque las acciones no respaldan las declaraciones.
De manera similar, cuando alguien profesa amar profundamente a Cristo pero trata su reunión con el pueblo de Cristo como algo opcional, conveniente o secundario, existe una desconexión significativa entre la profesión verbal y la práctica real. El amor auténtico siempre busca proximidad, comunión y participación activa.
Aplicaciones transformadoras
¿Cómo podemos transformar una actitud casual hacia la asistencia en una expresión genuina de amor por Cristo y su iglesia?
Primero, examinemos nuestro corazón respecto a la adoración corporativa. ¿Vemos las reuniones de la iglesia como oportunidades de gracia o como obligaciones religiosas? El salmista David expresó una actitud completamente diferente cuando escribió: «Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos» (Salmo 122:1). Había una anticipación gozosa, no una resignación reluctante.
Segundo, comprendamos que la asistencia fiel no es legalismo, sino amor. Cuando amamos genuinamente a alguien, deseamos naturalmente estar con esa persona y con aquellos que esa persona ama. David capturó este deseo cuando oró: «Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo» (Salmo 27:4).
Finalmente, consideremos cómo nuestra ausencia afecta al cuerpo completo. Nuestra presencia y participación no son solo para nuestro beneficio personal, sino para la edificación de toda la comunidad de fe. Como Pablo nos recuerda: «Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho» (1 Corintios 12:7). Cuando estamos ausentes, no solo nos perdemos de recibir gracia, sino que privamos a otros de las maneras específicas en que Dios quiere usarnos para bendecirlos.
2. Del consumismo al servicio: Descubriendo la alegría de contribuir
La segunda área donde comúnmente manifestamos una actitud egoísta hacia nuestra membresía eclesial es cuando retenemos nuestros dones, evitamos el servicio activo y resistimos la rendición de cuentas mutua. Esta tendencia revela una mentalidad fundamentalmente consumista hacia la iglesia, donde llegamos principalmente para recibir sin considerar seriamente qué podemos contribuir.
El apóstol Pablo aborda directamente esta realidad en 1 Corintios 12:18, donde declara: «Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso». Esta declaración no es simplemente una observación teológica abstracta; es una verdad práctica con implicaciones profundas para cómo entendemos nuestro rol en la iglesia.
La teología reformada ha enfatizado históricamente el concepto del sacerdocio de todos los creyentes. Esto significa que cada miembro de la iglesia no es simplemente un espectador pasivo o un consumidor de servicios religiosos, sino un participante activo, un siervo-mayordomo de la gracia de Dios. Pedro articula esta realidad cuando escribe: «Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 Pedro 4:10).
Cuando retenemos nuestros dones —ya sea por pereza, orgullo, temor al fracaso, o simple comodidad— estamos efectivamente robando al cuerpo de Cristo y deshonrando a la Cabeza, que es Cristo mismo. Cada don, talento y capacidad que poseemos ha sido otorgado no para nuestro beneficio exclusivo, sino para la edificación de toda la comunidad de fe.
Muchos cristianos profesantes han adoptado inconscientemente lo que podríamos llamar una «mentalidad de espectador» en lugar de una «mentalidad de participante». Llegan el domingo, asienten cortésmente durante el sermón, estrechen algunas manos después del servicio, y se van a casa sin haberse involucrado verdaderamente, servido activamente, o permitido que otros los conozcan en un nivel más profundo. Disfrutan de los beneficios y las bendiciones de la comunidad eclesial sin asumir las responsabilidades y los compromisos que conlleva la verdadera pertenencia.
Para entender mejor esta dinámica, consideremos la analogía de una familia donde uno de los hijos adultos continúa viviendo en la casa familiar. Este hijo come regularmente la comida que otros preparan, utiliza todos los servicios y comodidades del hogar, se beneficia del ambiente familiar, pero nunca contribuye con las tareas domésticas, no asume responsabilidades financieras, y evita cuidar emocionalmente a otros miembros de la familia.
Aunque técnicamente este hijo es parte de la familia por lazos de sangre, su actitud parasitaria revela que no ha comprendido verdaderamente lo que significa pertenecer de manera madura y responsable a una comunidad familiar. La pertenencia auténtica siempre implica tanto privilegios como responsabilidades, tanto bendiciones como compromisos.
De manera similar, un cristiano que consistentemente solo recibe pero nunca da, que solo consume pero nunca contribuye, que solo se beneficia pero nunca se sacrifica, revela una comprensión fundamentalmente deficiente de lo que significa ser parte del cuerpo de Cristo.
Transformando el consumismo en contribución
¿Cómo podemos movernos de una mentalidad consumista hacia una actitud de servicio genuino?
Primero, identifiquemos nuestros dones espirituales y busquemos maneras específicas de ejercerlos para el bien del cuerpo. Pablo nos exhorta: «De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza» (Romanos 12:6-8).
Segundo, comprometámonos con el servicio regular y consistente, no esporádico. El amor auténtico se demuestra en la fidelidad y la constancia, no en gestos ocasionales impulsivos. Pablo nos recuerda: «Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano» (1 Corintios 15:58).
Finalmente, sometámonos a la rendición de cuentas bíblica. Permitamos que otros creyentes maduros hablen verdad en nuestras vidas, corrijan nuestros errores con amor, y nos ayuden a crecer en santidad. Como nos recuerda Proverbios 27:17: «Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo».
3. De la división a la unidad: Construyendo puentes en lugar de muros
La tercera área donde comúnmente manifestamos una actitud egoísta hacia nuestra membresía eclesial es cuando sembramos desunión o rechazamos la corrección amorosa. Esta tendencia es particularmente destructiva porque ataca directamente uno de los valores más preciados del corazón de Cristo: la unidad de su pueblo.
El apóstol Pablo aborda esta preocupación con urgencia palpable cuando ruega a los corintios: «Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer» (1 Corintios 1:10).
El amor genuino de Cristo en nuestros corazones naturalmente produce unidad, humildad y un espíritu enseñable. Cuando un creyente consistentemente no está dispuesto a recibir corrección, se niega a someterse a la autoridad pastoral establecida por Dios, o habitualmente extiende chismes y promueve división, está revelando un corazón que ama más al yo que al Salvador y a sus ovejas.
Es importante comprender que la corrección pastoral y la disciplina de la iglesia no son enemigos del amor, sino expresiones auténticas del amor. Un cristiano maduro entiende intuitivamente que la reprensión amorosa de un hermano en Cristo es infinitamente más valiosa que los halagos superficiales de un extraño. Como nos recuerda Proverbios 27:6: «Fieles son las heridas del que ama; pero importunos los besos del que aborrece».
Rechazar consistentemente la corrección constructiva o resistir la autoridad pastoral establecida por Dios revela un corazón endurecido que no está alineado con el corazón humilde y enseñable de Cristo.
Para comprender mejor esta dinámica, consideremos un jardín bien cuidado donde la mayoría de las plantas crecen de manera saludable y armoniosa. Sin embargo, algunas plantas comienzan a crecer de manera salvaje y desordenada, extendiendo sus raíces agresivamente y expandiendo sus ramas sin control, gradualmente sofocando a otras plantas y creando desorden en todo el jardín.
Un jardinero sabio y amoroso comprende que estas plantas necesitan poda, no por odio o frustración, sino por amor genuino: amor por la planta individual que necesita dirección para prosperar, y amor por todo el jardín que necesita protección para mantener su belleza y salud. La poda puede parecer drástica en el momento, pero es esencial para el bienestar a largo plazo.
De manera similar, la corrección en la iglesia es un acto profundo de amor que busca tanto la salud espiritual del individuo como la vitalidad de toda la comunidad. Resistir sistemáticamente esta «poda» espiritual revela una falta de comprensión del amor de Dios y de su diseño para nuestro crecimiento.
Cultivando un corazón unificador
¿Cómo podemos transformar tendencias divisivas en actitudes que construyen unidad?
Primero, cultivemos un corazón que reciba la corrección con gratitud genuina. Veamos la reprensión amorosa como una gracia especial de Dios para nuestro crecimiento espiritual continuo. Proverbios 15:32 nos enseña: «El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento».
Segundo, seamos constructores activos de paz en lugar de sembradores pasivos de división. Busquemos consistentemente maneras de promover la unidad y resolver conflictos de manera bíblica y constructiva. Jesús mismo pronunció esta bendición: «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5:9).
Finalmente, sometámonos humildemente a la autoridad pastoral establecida por Dios. Esto no significa obediencia ciega o sumisión irresponsable, sino una disposición humilde y enseñable a ser guiados por líderes piadosos. Hebreos 13:17 nos instruye: «Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso».
Conclusión: El amor a Cristo se refleja en el amor a su iglesia
La verdad fundamental que hemos explorado a lo largo de este artículo es simple pero profunda: el amor genuino por Cristo siempre se manifiesta inevitablemente en amor auténtico por su iglesia. No podemos separar limpiamente estas dos realidades sin caer en una forma de autoengaño espiritual que finalmente empobrecerá tanto nuestra relación con Cristo como nuestra experiencia de la vida cristiana.
Cuando examinamos honestamente nuestros corazones y encontramos estas actitudes de descuido casual, egoísmo consumista o división destructiva, no debemos caer en la desesperación o la autocondenación. En cambio, debemos ver estas revelaciones como invitaciones misericordiosas de Dios para arrepentirnos genuinamente y buscar su gracia transformadora para amar verdaderamente tanto al Pastor como a su rebaño.
Pasos prácticos hacia la transformación
Evalúa con honestidad: Examina sin autoengaño tu relación actual con tu iglesia local. ¿Reflejan tus acciones concretas, tus prioridades de tiempo, y tus inversiones de energía el amor que profesas tener por Cristo?
Arrepiéntete con humildad: Si descubres que has sido negligente, egoísta o divisivo en tu aproximación a la membresía eclesial, humíllate sinceramente ante Dios y, cuando sea apropiado, ante tu comunidad de fe, buscando perdón genuino y restauración completa.
Comprométete con intencionalidad: Toma decisiones específicas y concretas para demostrar tu amor por Cristo a través del amor sacrificial, consistente y generoso por su pueblo.
Recordemos esta verdad consoladora: amar a la iglesia no requiere perfección, pero sí demanda autenticidad. Cuando nuestro amor por Cristo se desborda naturalmente en amor por su pueblo, experimentamos la plenitud de la vida cristiana que Dios originalmente diseñó para nosotros. Que el Señor nos ayude a amar su iglesia como Él la ama: con sacrificio gozoso, fidelidad inquebrantable y esperanza eterna.
En un mundo que promueve el individualismo extremo y la autosuficiencia, elegir amar y servir a la iglesia local es un acto radical de fe. Es una declaración de que creemos en el diseño de Dios para la comunidad, confiamos en su sabiduría para nuestras vidas, y deseamos participar en su obra de transformación mundial a través de comunidades locales de creyentes fieles.
La iglesia no es perfecta —está compuesta por pecadores salvados por gracia que aún están en proceso de santificación— pero es preciosa para Cristo, y por esa razón debe ser preciosa para nosotros también.
Es una paradoja fascinante: ¿cómo puede alguien proclamar amor genuino por Cristo mientras simultáneamente mantiene una relación superficial y conveniente con aquello que Él más ama? Después de todo, las Escrituras nos dicen claramente que Cristo «amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella» (Efesios 5:25). Si verdaderamente amamos a alguien, ¿no deberíamos también amar aquello por lo cual esa persona estuvo dispuesta a morir?
En nuestra cultura individualista, es fácil desarrollar una mentalidad consumista hacia la iglesia sin siquiera darnos cuenta. Llegamos cuando nos conviene, participamos cuando nos sentimos inspirados, y contribuimos cuando no interfiere con nuestros otros planes. Esta actitud, aunque quizás no sea intencionalmente maliciosa, revela un corazón que aún no ha comprendido completamente lo que significa pertenecer verdaderamente al cuerpo de Cristo.
El propósito de este artículo no es condenar o avergonzar, sino invitar a una reflexión honesta y a un crecimiento genuino. Exploraremos tres áreas donde comúnmente manifestamos una actitud egoísta hacia nuestra membresía eclesial, y más importante aún, descubriremos cómo transformar estas tendencias en expresiones auténticas de amor por Cristo y su iglesia.
1. Del descuido a la fidelidad: Valorando la reunión del pueblo de Dios
La primera área donde a menudo manifestamos una actitud egoísta hacia nuestra iglesia es en nuestra aproximación casual a la asistencia y participación regular. Muchos cristianos sinceros han desarrollado inconscientemente la idea de que las reuniones congregacionales son opcionales, algo así como eventos sociales a los que asistimos cuando nos sentimos particularmente espirituales o cuando no tenemos conflictos de horario.
Sin embargo, las Escrituras presentan una perspectiva radicalmente diferente. En Hebreos 10:25, encontramos esta exhortación clara: «No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca». El contexto de este pasaje es absolutamente crucial para entender su significado completo.
El autor de Hebreos no está simplemente promoviendo la asistencia regular como una buena práctica religiosa o una disciplina espiritual útil. Está estableciendo algo mucho más fundamental: que la reunión del pueblo de Dios es un medio ordinario de gracia que Dios mismo usa para edificar, fortalecer y formar a su pueblo. La iglesia visible no es una opción conveniente para el cristiano maduro; es el contexto divinamente ordenado a través del cual Dios normalmente discipula a su pueblo.
Observamos este principio operando poderosamente en la iglesia primitiva, como se describe en Hechos 2:42-47. Los primeros cristianos «perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones». Esta perseverancia no era ocasional o esporádica; era una característica definitoria de su vida cristiana.
La verdad fundamental que debemos comprender es que Cristo no simplemente salvó individuos aislados para que vivieran vidas cristianas solitarias. Él redimió un pueblo para sí mismo, una comunidad de fe que se reúne, adora, sirve y crece junta. Cuando tratamos la iglesia como algo para consumir o un lugar al que asistir esporádicamente, estamos perdiendo de vista la naturaleza esencialmente comunitaria de la vida cristiana.
Para comprender mejor esta realidad, consideremos la analogía del matrimonio. Imaginemos a una persona que constantemente dice «Te amo» a su cónyuge con aparente sinceridad, pero que rara vez pasa tiempo significativo con su pareja, evita las conversaciones profundas, y consistentemente prefiere estar con otras personas o involucrado en otras actividades. ¿Cómo sonarían esas palabras de amor? Probablemente huecas e inconsistentes, porque las acciones no respaldan las declaraciones.
De manera similar, cuando alguien profesa amar profundamente a Cristo pero trata su reunión con el pueblo de Cristo como algo opcional, conveniente o secundario, existe una desconexión significativa entre la profesión verbal y la práctica real. El amor auténtico siempre busca proximidad, comunión y participación activa.
Aplicaciones transformadoras
¿Cómo podemos transformar una actitud casual hacia la asistencia en una expresión genuina de amor por Cristo y su iglesia?
Primero, examinemos nuestro corazón respecto a la adoración corporativa. ¿Vemos las reuniones de la iglesia como oportunidades de gracia o como obligaciones religiosas? El salmista David expresó una actitud completamente diferente cuando escribió: «Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos» (Salmo 122:1). Había una anticipación gozosa, no una resignación reluctante.
Segundo, comprendamos que la asistencia fiel no es legalismo, sino amor. Cuando amamos genuinamente a alguien, deseamos naturalmente estar con esa persona y con aquellos que esa persona ama. David capturó este deseo cuando oró: «Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo» (Salmo 27:4).
Finalmente, consideremos cómo nuestra ausencia afecta al cuerpo completo. Nuestra presencia y participación no son solo para nuestro beneficio personal, sino para la edificación de toda la comunidad de fe. Como Pablo nos recuerda: «Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho» (1 Corintios 12:7). Cuando estamos ausentes, no solo nos perdemos de recibir gracia, sino que privamos a otros de las maneras específicas en que Dios quiere usarnos para bendecirlos.
2. Del consumismo al servicio: Descubriendo la alegría de contribuir
La segunda área donde comúnmente manifestamos una actitud egoísta hacia nuestra membresía eclesial es cuando retenemos nuestros dones, evitamos el servicio activo y resistimos la rendición de cuentas mutua. Esta tendencia revela una mentalidad fundamentalmente consumista hacia la iglesia, donde llegamos principalmente para recibir sin considerar seriamente qué podemos contribuir.
El apóstol Pablo aborda directamente esta realidad en 1 Corintios 12:18, donde declara: «Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso». Esta declaración no es simplemente una observación teológica abstracta; es una verdad práctica con implicaciones profundas para cómo entendemos nuestro rol en la iglesia.
La teología reformada ha enfatizado históricamente el concepto del sacerdocio de todos los creyentes. Esto significa que cada miembro de la iglesia no es simplemente un espectador pasivo o un consumidor de servicios religiosos, sino un participante activo, un siervo-mayordomo de la gracia de Dios. Pedro articula esta realidad cuando escribe: «Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 Pedro 4:10).
Cuando retenemos nuestros dones —ya sea por pereza, orgullo, temor al fracaso, o simple comodidad— estamos efectivamente robando al cuerpo de Cristo y deshonrando a la Cabeza, que es Cristo mismo. Cada don, talento y capacidad que poseemos ha sido otorgado no para nuestro beneficio exclusivo, sino para la edificación de toda la comunidad de fe.
Muchos cristianos profesantes han adoptado inconscientemente lo que podríamos llamar una «mentalidad de espectador» en lugar de una «mentalidad de participante». Llegan el domingo, asienten cortésmente durante el sermón, estrechen algunas manos después del servicio, y se van a casa sin haberse involucrado verdaderamente, servido activamente, o permitido que otros los conozcan en un nivel más profundo. Disfrutan de los beneficios y las bendiciones de la comunidad eclesial sin asumir las responsabilidades y los compromisos que conlleva la verdadera pertenencia.
Para entender mejor esta dinámica, consideremos la analogía de una familia donde uno de los hijos adultos continúa viviendo en la casa familiar. Este hijo come regularmente la comida que otros preparan, utiliza todos los servicios y comodidades del hogar, se beneficia del ambiente familiar, pero nunca contribuye con las tareas domésticas, no asume responsabilidades financieras, y evita cuidar emocionalmente a otros miembros de la familia.
Aunque técnicamente este hijo es parte de la familia por lazos de sangre, su actitud parasitaria revela que no ha comprendido verdaderamente lo que significa pertenecer de manera madura y responsable a una comunidad familiar. La pertenencia auténtica siempre implica tanto privilegios como responsabilidades, tanto bendiciones como compromisos.
De manera similar, un cristiano que consistentemente solo recibe pero nunca da, que solo consume pero nunca contribuye, que solo se beneficia pero nunca se sacrifica, revela una comprensión fundamentalmente deficiente de lo que significa ser parte del cuerpo de Cristo.
Transformando el consumismo en contribución
¿Cómo podemos movernos de una mentalidad consumista hacia una actitud de servicio genuino?
Primero, identifiquemos nuestros dones espirituales y busquemos maneras específicas de ejercerlos para el bien del cuerpo. Pablo nos exhorta: «De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza» (Romanos 12:6-8).
Segundo, comprometámonos con el servicio regular y consistente, no esporádico. El amor auténtico se demuestra en la fidelidad y la constancia, no en gestos ocasionales impulsivos. Pablo nos recuerda: «Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano» (1 Corintios 15:58).
Finalmente, sometámonos a la rendición de cuentas bíblica. Permitamos que otros creyentes maduros hablen verdad en nuestras vidas, corrijan nuestros errores con amor, y nos ayuden a crecer en santidad. Como nos recuerda Proverbios 27:17: «Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo».
3. De la división a la unidad: Construyendo puentes en lugar de muros
La tercera área donde comúnmente manifestamos una actitud egoísta hacia nuestra membresía eclesial es cuando sembramos desunión o rechazamos la corrección amorosa. Esta tendencia es particularmente destructiva porque ataca directamente uno de los valores más preciados del corazón de Cristo: la unidad de su pueblo.
El apóstol Pablo aborda esta preocupación con urgencia palpable cuando ruega a los corintios: «Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer» (1 Corintios 1:10).
El amor genuino de Cristo en nuestros corazones naturalmente produce unidad, humildad y un espíritu enseñable. Cuando un creyente consistentemente no está dispuesto a recibir corrección, se niega a someterse a la autoridad pastoral establecida por Dios, o habitualmente extiende chismes y promueve división, está revelando un corazón que ama más al yo que al Salvador y a sus ovejas.
Es importante comprender que la corrección pastoral y la disciplina de la iglesia no son enemigos del amor, sino expresiones auténticas del amor. Un cristiano maduro entiende intuitivamente que la reprensión amorosa de un hermano en Cristo es infinitamente más valiosa que los halagos superficiales de un extraño. Como nos recuerda Proverbios 27:6: «Fieles son las heridas del que ama; pero importunos los besos del que aborrece».
Rechazar consistentemente la corrección constructiva o resistir la autoridad pastoral establecida por Dios revela un corazón endurecido que no está alineado con el corazón humilde y enseñable de Cristo.
Para comprender mejor esta dinámica, consideremos un jardín bien cuidado donde la mayoría de las plantas crecen de manera saludable y armoniosa. Sin embargo, algunas plantas comienzan a crecer de manera salvaje y desordenada, extendiendo sus raíces agresivamente y expandiendo sus ramas sin control, gradualmente sofocando a otras plantas y creando desorden en todo el jardín.
Un jardinero sabio y amoroso comprende que estas plantas necesitan poda, no por odio o frustración, sino por amor genuino: amor por la planta individual que necesita dirección para prosperar, y amor por todo el jardín que necesita protección para mantener su belleza y salud. La poda puede parecer drástica en el momento, pero es esencial para el bienestar a largo plazo.
De manera similar, la corrección en la iglesia es un acto profundo de amor que busca tanto la salud espiritual del individuo como la vitalidad de toda la comunidad. Resistir sistemáticamente esta «poda» espiritual revela una falta de comprensión del amor de Dios y de su diseño para nuestro crecimiento.
Cultivando un corazón unificador
¿Cómo podemos transformar tendencias divisivas en actitudes que construyen unidad?
Primero, cultivemos un corazón que reciba la corrección con gratitud genuina. Veamos la reprensión amorosa como una gracia especial de Dios para nuestro crecimiento espiritual continuo. Proverbios 15:32 nos enseña: «El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento».
Segundo, seamos constructores activos de paz en lugar de sembradores pasivos de división. Busquemos consistentemente maneras de promover la unidad y resolver conflictos de manera bíblica y constructiva. Jesús mismo pronunció esta bendición: «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5:9).
Finalmente, sometámonos humildemente a la autoridad pastoral establecida por Dios. Esto no significa obediencia ciega o sumisión irresponsable, sino una disposición humilde y enseñable a ser guiados por líderes piadosos. Hebreos 13:17 nos instruye: «Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso».
Conclusión: El amor a Cristo se refleja en el amor a su iglesia
La verdad fundamental que hemos explorado a lo largo de este artículo es simple pero profunda: el amor genuino por Cristo siempre se manifiesta inevitablemente en amor auténtico por su iglesia. No podemos separar limpiamente estas dos realidades sin caer en una forma de autoengaño espiritual que finalmente empobrecerá tanto nuestra relación con Cristo como nuestra experiencia de la vida cristiana.
Cuando examinamos honestamente nuestros corazones y encontramos estas actitudes de descuido casual, egoísmo consumista o división destructiva, no debemos caer en la desesperación o la autocondenación. En cambio, debemos ver estas revelaciones como invitaciones misericordiosas de Dios para arrepentirnos genuinamente y buscar su gracia transformadora para amar verdaderamente tanto al Pastor como a su rebaño.
Pasos prácticos hacia la transformación
Evalúa con honestidad: Examina sin autoengaño tu relación actual con tu iglesia local. ¿Reflejan tus acciones concretas, tus prioridades de tiempo, y tus inversiones de energía el amor que profesas tener por Cristo?
Arrepiéntete con humildad: Si descubres que has sido negligente, egoísta o divisivo en tu aproximación a la membresía eclesial, humíllate sinceramente ante Dios y, cuando sea apropiado, ante tu comunidad de fe, buscando perdón genuino y restauración completa.
Comprométete con intencionalidad: Toma decisiones específicas y concretas para demostrar tu amor por Cristo a través del amor sacrificial, consistente y generoso por su pueblo.
Recordemos esta verdad consoladora: amar a la iglesia no requiere perfección, pero sí demanda autenticidad. Cuando nuestro amor por Cristo se desborda naturalmente en amor por su pueblo, experimentamos la plenitud de la vida cristiana que Dios originalmente diseñó para nosotros. Que el Señor nos ayude a amar su iglesia como Él la ama: con sacrificio gozoso, fidelidad inquebrantable y esperanza eterna.
En un mundo que promueve el individualismo extremo y la autosuficiencia, elegir amar y servir a la iglesia local es un acto radical de fe. Es una declaración de que creemos en el diseño de Dios para la comunidad, confiamos en su sabiduría para nuestras vidas, y deseamos participar en su obra de transformación mundial a través de comunidades locales de creyentes fieles.
La iglesia no es perfecta —está compuesta por pecadores salvados por gracia que aún están en proceso de santificación— pero es preciosa para Cristo, y por esa razón debe ser preciosa para nosotros también.
Artículos anteriores:
¿Eres egoísta con la membresía de tu iglesia?
June 3rd, 2025
¿Cuándo los ministerios para-eclesiásticos se vuelven parásitos?
May 27th, 2025
Tres cosas que el "Papa" no puede hacer
May 13th, 2025
Una verdadera fuerza
May 7th, 2025
Un Amor Que Nunca Falla
May 7th, 2025
El peligro del pastor neófito
May 5th, 2025
El peligro del pastor inseguro
April 29th, 2025
¿Cómo enfrentar las tragedias de la vida?
April 23rd, 2025
El peligro del pastor celebridad: Una perspectiva bíblica
April 15th, 2025
¿Cómo tener un liderazgo bíblico en tu iglesia?
March 31st, 2025
Posted in Consejeria, Pastoral, Vida Cristiana, Iglesia Local
Posted in Membresía Eclesial Bíblica, Compromiso con la Iglesia Local, Consumismo Cristiano, Servicio en la Iglesia, Unidad Eclesiástica, Disciplina Pastoral, Amor por la Iglesia, Crecimiento Espiritual Comunitario, responsabilidad cristiana, Vida Congregacional Auténtica
Posted in Membresía Eclesial Bíblica, Compromiso con la Iglesia Local, Consumismo Cristiano, Servicio en la Iglesia, Unidad Eclesiástica, Disciplina Pastoral, Amor por la Iglesia, Crecimiento Espiritual Comunitario, responsabilidad cristiana, Vida Congregacional Auténtica
Recent
¿Eres egoísta con la membresía de tu iglesia?
June 3rd, 2025
¿Cuándo los ministerios para-eclesiásticos se vuelven parásitos?
May 27th, 2025
Tres cosas que el "Papa" no puede hacer
May 13th, 2025
Una verdadera fuerza
May 7th, 2025
Un Amor Que Nunca Falla
May 7th, 2025
El peligro del pastor neófito
May 5th, 2025
El peligro del pastor inseguro
April 29th, 2025
¿Cómo enfrentar las tragedias de la vida?
April 23rd, 2025
El peligro del pastor celebridad: Una perspectiva bíblica
April 15th, 2025
¿Cómo tener un liderazgo bíblico en tu iglesia?
March 31st, 2025
¿Es bíblico tener solo un pastor en una iglesia?
March 25th, 2025
¿Cómo llego a ser el peor miembro de mi iglesia?
March 19th, 2025
¿Es la inmigración un derecho?
March 4th, 2025
¿Cómo evangelizar efectivamente?
February 25th, 2025
¿Cómo lidiar con los fracasos?
February 18th, 2025
La Tarea Sagrada: Construyendo un Legado de Fe en su Familia
February 17th, 2025
El Shemá: Haciendo de Su Hogar un Centro de Adoración
February 17th, 2025
El Plan Divino de Dios: Entendiendo Su Propósito para la Familia
February 17th, 2025
¿Cómo lidiar con los abusadores?
February 11th, 2025
¿Cuando alguien se aleja de la fe: ¿qué significa y cómo responder?
February 4th, 2025
Archive
2025
January
February
¿Cuando alguien se aleja de la fe: ¿qué significa y cómo responder?¿Cómo lidiar con los abusadores?La Tarea Sagrada: Construyendo un Legado de Fe en su FamiliaEl Shemá: Haciendo de Su Hogar un Centro de AdoraciónEl Plan Divino de Dios: Entendiendo Su Propósito para la Familia¿Cómo lidiar con los fracasos?¿Cómo evangelizar efectivamente?
March
April
May
2024
April
May
June
July
August
September
October
November
2023
January
February
No Comments