3 razones por las que el unitarismo es una herejía

3 razones por las que el unitarismo es una herejía

Por: Carlos Maysonet | Tiempo de lectura 10-15 minutos
Imagina que estás viendo una obra de teatro donde el protagonista interpreta tres personajes diferentes. Cada vez que necesita cambiar de papel, sale corriendo del escenario, se cambia el vestuario rápidamente, y regresa como un personaje completamente distinto. Nunca vemos a los tres personajes interactuando entre sí porque, obviamente, son interpretados por la misma persona.

Esta analogía teatral es precisamente lo que el unitarismo propone sobre Dios: que el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo son simplemente «modos» diferentes de la misma persona divina, actuando en roles distintos a través de la historia, pero nunca existiendo simultáneamente como personas separadas.

Pero, ¿qué pasaría si pudiéramos demostrar que esta interpretación no solo es incorrecta, sino que contradice directamente el testimonio claro de las Escrituras? ¿Qué sucedería si pudiéramos mostrar escenas bíblicas donde las tres personas de la Trinidad aparecen al mismo tiempo, interactuando entre sí de manera que sería imposible si fueran la misma persona?

El problema del unitarismo no es solo académico o teológico. Es fundamental para entender quién es Dios, quién es Cristo, y cómo opera la salvación. Cuando distorsionamos la naturaleza de Dios, inevitablemente distorsionamos el evangelio mismo.

El Momento Más Revelador: El Bautismo de Jesús
Si queremos desentrañar el misterio de la Trinidad en las Escrituras, no hay mejor lugar para comenzar que uno de los momentos más extraordinarios en los Evangelios: el bautismo de Jesús. Este evento nos ofrece una «teofanía trinitaria» tan clara que es prácticamente imposible explicarla desde una perspectiva unitaria.

Mateo 3:16-17 relata la escena: «Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia».

La palabra griega para «vio» es «eiden», que enfatiza una percepción real y objetiva, no meramente simbólica o imaginaria. Además, la voz del cielo se dirige a Jesús como «mi Hijo amado», indicando una relación filial genuina y distinta.

Imaginen que están presenciando esta escena asombrosa. Ven a Jesús saliendo del agua del Jordán, al Espíritu Santo descendiendo visiblemente como una paloma, y escuchan la voz audible del Padre desde el cielo declarando su amor y aprobación. No es un espectáculo de un solo hombre con cambios rápidos de vestuario; es una revelación impactante de tres personas divinas distintas operando simultáneamente.

Este pasaje presenta cada persona de la Trinidad presente y activa al mismo tiempo: el Hijo emerge del agua, el Espíritu desciende como paloma, y el Padre declara desde el cielo. Cada uno cumple un papel distintivo que sería incoherente si fueran meramente «modos» secuenciales de una sola persona divina.

Aplicaciones del Bautismo Trinitario
Esta revelación trinitaria tiene implicaciones prácticas para nuestras vidas. Cuando leemos los Evangelios, debemos notar cómo el Padre, el Hijo y el Espíritu interactúan entre sí como personas distintas. Esto debe fortalecer nuestra fe en la Trinidad como la describe 2 Corintios 13:14: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros».

Si alguien te pregunta por qué crees en la Trinidad, puedes compartir el relato del bautismo de Jesús como un ejemplo poderoso y visual. El apóstol Pedro lo usó precisamente así en su sermón registrado en Hechos 10:38, diciendo «cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret».

Al participar en el bautismo cristiano, recordamos que no solo nos identificamos con Cristo, sino con toda la Trinidad divina. Pablo conecta esto en 1 Corintios 12:13: «Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu».

La Conversación Imposible: La Oración de Jesús
El bautismo de Jesús revela la presencia distinta del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Pero ¿qué hay de la relación personal entre Jesús y el Padre? ¿Realmente conversaban entre sí como personas distintas? La oración de Jesús en Juan 17 nos proporciona una ventana extraordinaria a esta relación íntima.

Juan 17:1-5 registra las palabras de Jesús: «Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese».

La palabra «Padre» traduce el griego «pater», un término de relación personal íntima, no una mera metáfora o título funcional. Jesús habla de la gloria que compartía con el Padre «antes que el mundo fuese», afirmando tanto su preexistencia eterna como su distinción personal del Padre.

Si el unitarismo fuera cierto, esta oración sería como un ventrílocuo hablando consigo mismo—una charada extraña y sin sentido. Pero lo que vemos es un Hijo conversando amorosamente con su Padre celestial, pidiendo que se restaure la gloria que compartían eternamente antes de la encarnación.

El Modelo de Relación Divina
La relación de Jesús con el Padre proporciona un modelo para nuestra propia relación con Dios. Así como Jesús oró al Padre, nosotros también podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia en oración, como nos anima Hebreos 4:16.

Como hijos de Dios por la fe en Cristo, tenemos el privilegio de clamar «¡Abba, Padre!» según Romanos 8:15. La intimidad que vemos entre Jesús y el Padre nos muestra el tipo de relación personal que Dios desea tener con cada uno de nosotros.

Juan enfatiza esta verdad: «Porque el Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano» (Juan 3:35). Esta declaración de amor mutuo entre personas divinas distintas sería incomprensible desde una perspectiva unitaria.

La Promesa Personal: El Espíritu Como «Otro» Consolador
La oración de Jesús nos da un vistazo a su relación íntima con el Padre. Pero ¿qué hay del Espíritu Santo? ¿Cómo se relaciona con el Padre y el Hijo? El discurso de despedida de Jesús en Juan 14-16 proporciona enseñanza crucial sobre la personalidad distinta del Espíritu.

Jesús promete en Juan 14:16-17: «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros».

El término «otro» traduce el griego «allon», que significa «otro del mismo tipo». Esto implica que el Espíritu Santo es una persona divina como Jesús, no simplemente otra manifestación de la misma persona. Si Jesús hubiera querido decir que él mismo regresaría en una forma diferente, habría usado una palabra griega diferente.

Además, Jesús se refiere al Espíritu con pronombres personales—«él» y «le»—y describe su ministerio en términos claramente personales: enseñar, recordar, testificar (Juan 14:26; 15:26). Esta personalidad distintiva del Espíritu es completamente incompatible con la visión modalista de un Dios unipersonal.

Jesús no está hablando de una fuerza impersonal o un modo alternativo de sí mismo. Está prometiendo el don del Espíritu Santo como una persona distinta, así como un amigo podría decir «te enviaré a otro amigo para que te consuele en mi ausencia».

Viviendo en la Presencia Personal del Espíritu
Esta verdad tiene implicaciones prácticas inmediatas. Debemos agradecer a Jesús por su provisión del Espíritu Santo como nuestro Ayudador y Consolador constante. Él intercede por nosotros y nos ayuda en nuestra debilidad según Romanos 8:26-27.

También debemos permitir que el Espíritu de verdad nos guíe a toda la verdad, incluyendo la verdad sobre quién Él es. Jesús prometió: «Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad» (Juan 16:13).

Finalmente, debemos desarrollar sensibilidad al Espíritu Santo, reconociendo su presencia personal con nosotros. Pablo nos exhorta: «No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención» (Efesios 4:30). Solo una persona puede ser contristada; una fuerza impersonal no tiene emociones.

La Declaración Definitiva: La Gran Comisión
Hemos visto cómo Jesús distingue al Espíritu Santo de sí mismo y del Padre. Pero ¿hay un pasaje que una a las tres personas divinas en una declaración clara y autoritativa? De hecho, sí lo hay, y es un mandamiento que Jesús nos dio a todos en la Gran Comisión.

Mateo 28:19 registra las palabras finales de Jesús: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén».

Aquí encontramos algo teológicamente extraordinario: el singular «nombre» combinado con tres títulos distintos. Jesús no dice «en los nombres» (plural) del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, sino «en el nombre» (singular). Esto implica una esencia divina compartida entre tres personas distintas.

Algunos han argumentado que los apóstoles desobedecieron este mandato al bautizar «solo en el nombre de Jesús» en el libro de Hechos. Sin embargo, bautizar «en el nombre de Jesús» no es una fórmula prescriptiva diferente, sino una descripción de bautizar con su autoridad y en unión con él. No hay conflicto entre las fórmulas; ambas apuntan al mismo Dios trino.

El bautismo no es un rito genérico sino una iniciación específica en el nombre del Dios trino. Así como un pasaporte lleva el nombre de un país específico, representando su autoridad y otorgando ciudadanía, el bautismo cristiano nos marca con el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo—un solo Dios existiendo eternamente en tres personas.

Viviendo Bajo el Nombre Trinitario
Esta verdad debe impactar nuestra vida diaria. Si aún no te has bautizado bíblicamente tras tu conversión, debes dar este paso de obediencia y testimonio público. Hechos 2:41 nos dice: «Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas».

Cuando presencies un bautismo, reflexiona en la profundidad de significado de ser sumergido en el nombre de la Trinidad. Como Pablo explica, «¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?» (Romanos 6:3).

Más importante aún, debemos vivir cada día bajo la realidad del Dios Trino en quien fuimos bautizados—en relación amorosa con el Padre, el Hijo y el Espíritu. Juan describe esta comunión: «lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y
con su Hijo Jesucristo»
(1 Juan 1:3).

El Costo de la Confusión
Las Escrituras son inequívocas: el unitarismo representa una grave distorsión de la verdad bíblica sobre la naturaleza de Dios. El único Dios verdadero es trinitario—Padre, Hijo y Espíritu Santo, eternamente distintos como personas pero indivisiblemente uno en esencia divina.

Aferrarse a la doctrina de la Trinidad no es especulación teológica abstracta sino el fundamento mismo de entender quién es Dios, quién es Cristo, y cómo opera la salvación. Cuando distorsionamos la naturaleza trinitaria de Dios, inevitablemente comprometemos el evangelio mismo.

La herejía del unitarismo no es simplemente un error intelectual menor; es una negación fundamental del testimonio bíblico sobre Dios. Las consecuencias se extienden mucho más allá de debates académicos, afectando directamente nuestra adoración, nuestra oración, y nuestra comprensión de la obra salvífica de Cristo.

Tres Llamados a la Acción
Ante esta evidencia bíblica abrumadora, cada cristiano debe responder con tres compromisos específicos:

  • Primero, estudia diligentemente la Trinidad en las Escrituras. No te conformes con un conocimiento superficial de esta doctrina fundamental. Examina los textos, considera las implicaciones, y permite que la verdad bíblica forme tu comprensión de Dios.

  • Segundo, adora al Dios trino con asombro renovado. La doctrina de la Trinidad no es solo información teológica; es invitación a la adoración. Contempla la maravilla de un Dios que existe en comunión perfecta dentro de su propio ser, y que nos invita a participar en esa comunión divina.

  • Tercero, prepárate para defender esta verdad con gracia y convicción. En un mundo que constantemente desafía las verdades bíblicas fundamentales, los cristianos deben estar equipados para articular y defender la fe que una vez fue dada a los santos.

Que el Dios trinitario—Padre, Hijo y Espíritu Santo—sea alabado y adorado en nuestras vidas y nuestras iglesias, ahora y siempre. Porque conocer a Dios como realmente es, no como nosotros imaginamos que debería ser, es el fundamento de toda vida cristiana auténtica y toda adoración verdadera.

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