Tres compromisos esenciales para el 2026

Tres compromisos esenciales para el 2026

Por: Edgar Nazario | Tiempo de lectura 10-15 minutos
El reloj marca la medianoche. Los fuegos artificiales iluminan el cielo y los abrazos se multiplican entre familiares y amigos. Todos comparten el mismo sentimiento: este será el año diferente. Las promesas flotan en el aire como confeti brillante. Pero tres semanas después, esas promesas yacen olvidadas en algún rincón del corazón, junto con las membresías de gimnasio sin usar y las dietas abandonadas.

¿Por qué tantas resoluciones de año nuevo terminan en fracaso? La respuesta podría sorprender a muchos: porque se comienza con planes propios en lugar de mirar primero a Cristo. Jesús tenía un patrón muy claro antes de actuar, y ese patrón puede transformar completamente la manera de enfrentar cada nuevo año.

La vida moderna empuja a las personas a correr sin dirección. Las presiones del trabajo, las demandas familiares y las notificaciones constantes del teléfono crean una sensación de urgencia permanente. Sin embargo, el Evangelio de Marcos revela algo poderoso: antes de que Jesús avanzara, siempre se movía hacia el Padre. Esta verdad confronta a quienes viven gobernados por la demanda en lugar de la voz divina.

1) Buscar al Padre Primero: El Fundamento de Todo

Imagina un piloto de avión que despega sin revisar los instrumentos. Puede tener combustible, pasajeros listos y una ruta planificada. Pero sin verificar su dirección, termina perdido en algún lugar del cielo. Así funciona la vida espiritual cuando las personas actúan sin buscar primero al Padre: tienen energía, tienen planes, pero carecen de dirección divina.

Como leemos en Marcos 1:35: «Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba». Jesús acababa de tener un día lleno de ministerio intenso. Sanó enfermos, liberó a personas atormentadas y predicó a multitudes. Cualquiera pensaría que merecía descansar un poco más. Pero Cristo entendía algo crucial: la comunión con el Padre viene antes que cualquier actividad.

El término griego para «lugar desierto» es éremos, que significa un espacio apartado, sin distracciones. Jesús necesitaba ese espacio sagrado para conectar con su Padre celestial. Muchas personas oran mientras manejan, cocinan o realizan otras actividades. Eso no está mal. Pero el modelo de Cristo muestra que también se necesitan momentos de enfoque total en Dios.

Cuando Simón Pedro encontró a Jesús, le dijo con urgencia: «Todos te buscan». La presión externa era enorme. Sin embargo, Cristo salió de la oración con claridad absoluta sobre su misión. Como leemos en Mateo 6:6: «Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto». La oración no distrajo a Jesús de su misión; la definió completamente.

Aquí brilla el evangelio con luz especial: Jesús no oraba para ganarse el amor del Padre. Oraba desde el amor del Padre. Como leemos en Hebreos 4:16: «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro». Los hijos de Dios pueden acercarse confiadamente, no como esclavos temerosos, sino como hijos amados. La oración no es un ritual religioso para impresionar a Dios; es comunión íntima con el Padre celestial.

Si buscar al Padre es el fundamento que sostiene todo el edificio espiritual, entonces la obediencia es el siguiente piso que se construye sobre esa base sólida. Porque de nada sirve escuchar la voz de Dios si luego las manos permanecen inmóviles.

2) Caminar en Obediencia con Claridad: El Costo Vale la Pena

Piensa en el empleado que recibe instrucciones claras de su jefe pero decide hacer las cosas a su manera. Cree que su método es mejor, más eficiente, más inteligente. Al final, pierde tiempo, recursos y la confianza de quienes dependen de él. Cuando los creyentes obedecen con claridad lo que Dios muestra, evitan rodeos innecesarios y caminan en propósito definido.

La escena del Getsemaní revela la profundidad de la obediencia verdadera. El nombre de este lugar significa «prensa de aceite» en hebreo, el sitio donde se aplastaban las aceitunas para extraer su aceite. Ahí, en ese huerto oscuro, Jesús fue aplastado por el peso de la salvación de toda la humanidad.

Como leemos en Mateo 26:39: «Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú». Estas palabras muestran que Jesús fue completamente honesto con el Padre. La obediencia verdadera no niega el costo; lo enfrenta con fe. Cristo no fingió que la cruz sería fácil. Expresó su angustia genuina mientras mantenía su rendición total.

La frase «no sea como yo quiero, sino como tú» define la obediencia bíblica en su forma más pura. No significa que obedecer sea siempre sencillo o que el dolor desaparezca mágicamente. Significa entregar la voluntad propia al Padre, aunque el camino parezca oscuro. Como leemos en Filipenses 2:8: «Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz».

Aquí aparece nuevamente el evangelio en todo su esplendor: la salvación no depende de la obediencia humana, sino de la obediencia perfecta de Cristo. Él obedeció donde todos los demás fallaron para rescatar a la humanidad del pecado. Desde esa salvación segura, el Espíritu Santo ahora produce obediencia en los creyentes. No se obedece para ganar la aceptación de Dios, sino porque ya se es aceptado en Cristo. Esa verdad libera completamente.

La claridad viene de la comunión profunda con Dios. Jesús salió del Getsemaní sabiendo exactamente qué hacer. La oración intensa trajo claridad perfecta. Como leemos en Proverbios 3:5: «Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia». Cuando las decisiones difíciles llegan, la respuesta no está en la sabiduría propia sino en la rendición completa al Padre.

La comunión alimenta el alma y la obediencia dirige los pasos. Pero hay un tercer elemento que completa el patrón de Cristo: las manos que sirven a otros. Porque la fe genuina siempre se desborda hacia quienes rodean al creyente.

3) Servir con Amor Sacrificial: El Corazón de Cristo en Acción

Piensa en la madre que prepara el almuerzo cada día para su familia. Nadie le aplaude. Nadie le pone medalla. Nadie publica fotos de su esfuerzo en las redes sociales. Pero ese servicio constante, hecho con amor silencioso, alimenta cuerpos y fortalece lazos familiares. Así es el servicio sacrificial: invisible para el mundo, pero profundamente valioso para Dios.

El aposento alto ofrece una imagen que permanece grabada en la memoria. Jesús sabía que iba camino a la cruz. Sabía que las horas siguientes traerían traición, abandono y muerte. ¿Cómo usó esos momentos preciosos? Lavando los pies polvorientos de sus discípulos.

Como leemos en Juan 13:14-15: «Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis». El término griego para «ejemplo» es hypodeigma, que significa un modelo a seguir, una plantilla que se copia fielmente.

Lavar pies era trabajo de esclavos en aquella cultura. Los caminos polvorientos dejaban los pies sucios y malolientes. Era la tarea más baja de la casa. ¿Por qué el Señor del universo realizó trabajo de esclavo? Como leemos en Marcos 10:45: «Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos». La toalla húmeda en las manos de Jesús apuntaba directamente hacia la cruz. El servicio de Cristo culminó en sacrificio total.

El evangelio brilla nuevamente aquí: Cristo no solo enseñó amor, sino que fue amor en acción. Dio su vida para rescatar a la humanidad del pecado y la muerte. Como leemos en Gálatas 5:13: «Sino servíos por amor los unos a los otros». Los creyentes sirven porque ya fueron amados primero, no para ganar ese amor. Esa es la diferencia entre religión vacía y evangelio transformador.

Algunas iglesias pequeñas sienten que no pueden hacer mucho impacto. Pero Dios no desprecia el día de las cosas pequeñas. Una congregación pequeña puede amar profundamente a cada persona que cruza sus puertas. Puede discipular con cuidado individual. Puede servir a su comunidad de maneras significativas. Como leemos en Colosenses 3:23: «Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres». El servicio fiel, aunque parezca insignificante, tiene valor eterno ante los ojos de Dios.

Tres Palabras que Transforman el Año Nuevo

De la vida de Jesús emergen tres verdades transformadoras que pueden cambiar completamente la manera de enfrentar el año nuevo:

  1. La primera palabra es COMUNIÓN: buscar al Padre antes de actuar, porque la oración define la misión y da claridad al camino.
  2. La segunda palabra es RENDICIÓN: obedecer aunque cueste, diciendo con sinceridad «no mi voluntad, sino la tuya».
  3. La tercera palabra es SERVICIO: amar sacrificialmente como Cristo amó primero, sin buscar reconocimiento ni aplausos.

Todo esto es posible porque Cristo ya lo hizo perfectamente. Su comunión perfecta con el Padre, su obediencia completa hasta la muerte, su servicio sacrificial en la cruz: todo eso compró la salvación para quienes creen en él. Los creyentes no entran al nuevo año para ganarse a Dios. Entran porque Cristo ya los ganó para Dios.

El patrón de Cristo ofrece esperanza real para quienes están cansados de resoluciones fallidas. No se trata de esfuerzo humano sino de rendición divina. No se trata de listas interminables de propósitos sino de un solo enfoque: moverse hacia el Padre antes de avanzar en cualquier dirección. Cuando esa prioridad está en su lugar, la obediencia fluye naturalmente y el servicio se convierte en gozo.

El nuevo año puede ser diferente. No porque las circunstancias cambien mágicamente, sino porque el corazón está anclado en Cristo. Comunión, rendición y servicio: tres compromisos sencillos que fluyen de una sola meta: conocer más profundamente al Padre y reflejar su amor al mundo. Antes de avanzar, siempre moverse primero hacia él. Ese es el secreto que Jesús modeló y que sigue transformando vidas dos mil años después.

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